Ayanos jamas aspiro a ser un heroe.
trasportado por error a un mundo donde la hechicería y la fantasía son moneda corriente, solo quiere tener una vivir plena y a su propio ritmo. Con la bendición de Fildi, la diosa de paso, aprovechara para embarcarse en las aventuras, con las que todo fan del isekai sueña.
Pero la oscuridad no descansa.
Cuando el Rey Oscuro despierta y los "heroes" invocados para salvar ese mundo resultan mas problemáticos que utiles, Ayanos se enfrenta a una crucial decicion: intervenir o ver a su nuevo hogar caer junto a sus deseos de una vida plena y satisfactoria. Sin fama, ni profecías se alza como la unica esperanza.
porque a veces, solo quien no busca ser un heroe...termina siendolo.
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CAP 13
EL MAESTRO Y EL APRENDIZ
Luego de un largo e incómodo viaje, en el que ambos charlaron de todo tipo de cosas, Ayanos y Leod —ya prácticamente amigos— llegaron a su destino: las montañas Berman.
—Leod, por hoy acamparemos aquí. Ya está anocheciendo, ¿te parece bien? —dijo Ayanos mientras el crepúsculo se hacía presente.
Frente a ellos, separándolos de su destino final, se extendía un bosque espeso que, sin duda, sería traicionero durante la noche.
Leod asintió.
—Sí, sería lo mejor. Entonces iré por algo de leña.
Ya armada la fogata, los dos viajeros, teñidos por el naranja del fuego, fueron rodeados por la noche.
—Maestro... —dijo Leod con curiosidad.
Ayanos lo miró mientras atizaba la fogata.
—¿Sí? ¿Qué pasa?
El joven decidió:
—Quisiera que me mostrara qué tipo de fuerza posee usted.
Un breve silencio selló la conversación. Pensativo, Ayanos se aseguró de encontrar una respuesta satisfactoria antes de hablar.
—Tú dijiste cuando nos conocimos que, básicamente, quienes poseen fuerza en este mundo solo la utilizan, sin profundizar en ella, ¿no es así?
Leod, atento, respondió:
—Así es... Pese a que el estudio de la maná y las artes sabias son muy importantes, solo se enseña y se aprende lo que ya está en los libros. Además, las escuelas que enseñan esto son muy elitistas. Sé que hay excepciones, pero básicamente así se maneja el poder y el conocimiento en este mundo.
Ayanos continuó:
—Pues... podría decirse que en cierto modo soy una de esas excepciones. Aunque sería mejor mostrártelo.
En ese momento, Ayanos, extendiendo una de sus manos, hizo aparecer un círculo mágico de color azul, que no era más grande que un plato.
Leod mostró una expresión de sorpresa e intriga, pensando:
"¡Qué círculo tan perfecto! Llevaría años lograr tal consistencia y densidad de maná en un círculo tan pequeño."
Sus ojos, iluminados, siguieron atentamente la explicación de su maestro.
—Tú mejor que yo sabes cómo se compone un circuito de maná —dijo Ayanos—. Deben existir un número determinado de secuencias que sean fáciles de ejecutar y de conocimiento general. O sea, que todos los hechizos que se realizan salen básicamente de un manual, como los que tú traes.
Obviamente, poseer maná no garantiza que puedas usarlos, por más que conozcas cómo se forma el circuito. ¿Qué más hace falta?
Leod, entusiasmado porque conocía perfectamente la respuesta, dijo:
—¡Compatibilidad y el mínimo de maná requerido por el hechizo!
Contento con la respuesta, Ayanos continuó su explicación. Mientras tanto, el círculo que había manifestado comenzaba a cambiar de color y de secuencia simbólica.
Leod no podía creer lo que veía.
—Correcto —dijo Ayanos—. Yo no estudié formalmente la teoría como tú, pero... con práctica, errores y mucho razonamiento, pude descifrar bastantes cosas sobre la maná.
De repente, recordó con alegría y una leve nostalgia su primer mes en ese mundo, y todo lo que entrenó por su cuenta.
—Es cierto lo que dices: la compatibilidad y las reservas de maná son necesarias para hacer hechizos. Pero... ¿y si te dijera que yo puedo hacer más que eso?
Mientras decía esas palabras, Ayanos colocaba un leño más en las llamas.
Leod, atónito, comenzó a imaginar a qué se estaba refiriendo su maestro. Y una idea llegó a su mente, uniendo lo que decía con el hecho de que el círculo que Ayanos convocaba cambiaba progresivamente de color y de secuencia.
"Básicamente está cambiando sucesivamente de hechizo", pensó, "¡algo inaudito en este mundo, a ese nivel!"
Sin poder contenerse, en un tono eufórico y sorprendido, Leod se puso de pie y exclamó:
—¡Crear nuevos hechizos!
Ayanos sonrió al escuchar eso. Con su otra mano, convocó otro círculo, esta vez de un color rojo, y superpuso ambos círculos. Estos, rotando uno sobre otro, se mezclaron y formaron una nueva secuencia diferente.
Ante los ojos de Leod, se presentaba una respuesta a todo lo que él había soñado.
Su pecho latió rápido por la emoción. No estaba viendo algo conocido.
Cayó de rodillas, como quien presencia un milagro que desafía todo lo aprendido, todo lo que creía saber.”
"¡Ese circuito jamás lo había visto!", pensó, agitando su respiración.
"¡Es un hechizo nuevo!"
En voz alta, mientras Ayanos seguía sentado con el nuevo círculo aún presente, Leod dijo:
—¡Lo sabía... es posible ir más allá!
Una lágrima cayó por su mejilla, como si ese acontecimiento que estaba presenciando le quitara un enorme peso de los hombros.
Y pensó:
"Si tuviera esa fuerza, mi familia no apartaría la mirada de mí, por ser mas débil..."
Secándose las lágrimas con el dorso de la mano, Leod se puso de pie.
Aclaró la voz, y con el ímpetu de un boxeador que, tras caer en el ring, se levanta sin perder de vista la mandíbula de su oponente, exclamó:
—¡Maestro Ayanos! Lo seguiré hasta el fin de mi vida, si así lo desea... y a cambio le pido que me impulse para alcanzar esa cima en la que usted se encuentra.
Ayanos, al ver el fuego en los ojos de Leod, sonrió levemente.
Sin previo aviso, liberó su aura, aún más imponente que aquella que había presenciado Toico.
La tierra pareció temblar; la gravedad misma pesaba sobre Leod como si una montaña se hubiera posado sobre su espalda. El fuego de la fogata ya no era la fuente principal de calor: era Ayanos quien irradiaba esa sensación abrumadora.
Leod, sintiendo el maná colosal que lo envolvía, estuvo a punto de sucumbir, de caer de rodillas... pero no lo hizo.
Una fuerza de convicción, nacida del sueño tan próximo de alcanzar lo imposible, le impidió desplomarse.
Aunque tembloroso y adolorido, no agachó la mirada.
"Si no soporto esto, no podré avanzar. Esta es la primera prueba..." pensó.
Ayanos sonrió, satisfecho. Su presencia era tan imponente como la de un soberano en su trono.
Con voz que resonó como un edicto ineludible, declaró:
—De acuerdo. Desde hoy en adelante... tu vida me pertenece.
Leod, de pie, con el rostro endurecido como quien ha sellado un pacto con el diablo, ya no tenía marcha atrás.
Y, como si nada hubiera ocurrido, el aura se disipó. La presión monumental desapareció.
Ayanos, con su típica sonrisa serena y la tranquilidad que tanto lo caracterizaba, dijo, como tachando un viejo deseo de su lista:
—Genial... ¡jajaja! Siempre quise decir algo así.
Un comentario tan fuera de lugar con la seriedad del momento que cortó en seco toda la tensión acumulada.
Ambos rieron, brevemente, entre la incredulidad y la camaradería.
Luego, Ayanos continuó, ahora con tono amigable:
—Tranquilo, tengamos muchas aventuras juntos. Y ya verás que, de a poco, te volverás tan fuerte como deseas... Leod.
Extendió su mano con una sonrisa genuina.
Leod, entendiendo que aquel gesto cerraba un pacto mucho más profundo que cualquier contrato, la estrechó con fuerza.
En ese instante, ambos pensaron lo mismo:
Desde ese día, más allá de maestro y discípulo, serían amigos para toda la vida.
El canto de las aves era la orquesta que anunciaba la salida del sol.
Ayanos ya estaba despierto; no podía perder la costumbre de madrugar que tenía en su mundo anterior. La vida en el campo comienza antes del alba.
Se lo veía sentado, con las piernas cruzadas y completamente concentrado, mientras alteraba y mezclaba círculos de maná con una calma casi ritual.
En ese momento, Leod, que aún dormía, se despertó y, frotándose los ojos, saludó:
—Buenos días, maestro. Espero que haya dormido bien.
—Buenos días —respondió Ayanos, sin dejar de observar los círculos flotantes frente a él—. Fue mejor que en la carreta, sin duda.
Leod, al darse cuenta de lo que su maestro estaba haciendo, tomó una decisión.
Como si el entusiasmo y la determinación le borraran el sueño del rostro y del cuerpo, buscó deprisa un cuaderno dentro de su maleta, sacó un lápiz, y comenzó a dibujar con rapidez los círculos que Ayanos formaba.
Siguieron así un momento más, hasta que Ayanos dijo con voz tranquila:
—Creo que ya tengo todo listo.
Leod levantó la vista de su cuaderno con una expresión que decía “¿ya tan pronto?”, claramente intrigado y con ganas de ver más.
Ayanos, sin rodeos, continuó:
—¿Qué tipo de hechicería practicas, Leod?
La pregunta fue directa, casi imposible de esquivar.
Leod se acomodó los lentes y, sin titubear, respondió con firmeza:
—Pues... me enfoqué en manía de barreras y en el combate contra maldiciones. Pero también puedo ejecutar algunos hechizos ofensivos.
Ayanos asintió, poniéndose de pie. Leod, al comprender que era momento de continuar el viaje, lo imitó.
Con un gesto amistoso, Ayanos le colocó la mano en el hombro, como quien felicita sin necesidad de palabras, y le dijo con una sonrisa sincera:
—Genial. Eres muy interesante.
Leod bajó la mirada, algo ruborizado por el cumplido, aunque intentó disimularlo con una sonrisa torpe.
—Gracias, maestro... intentaré estar a la altura.
Ayanos miró hacia el bosque que se extendía frente a ellos. La luz matinal apenas penetraba entre las copas de los árboles, proyectando sombras densas y cambiantes.
—Bien, vamos.