Antonella Bernal creyó en las fábulas románticas cuando contrajo matrimonio con Dreiner Ballesteros, su pareja de la universidad. Provenía de una familia humilde de clase media, mientras que él, aunque de antecedentes similares, tenía un ansia desmedida por el éxito. Esta ansia lo impulsó a trabajar sin cesar, lo que permitió que su pequeño negocio floreciera hasta transformarse en una empresa de renombre.
Todo empeoró el día que Paloma Valencia llegó a sus vidas. Heredera de un consorcio hotelero, Paloma era joven, hermosa y llena de confianza. Durante una reunión para firmar un contrato millonario, Dreiner dedicó la velada a elogiarla, dejando a Antonella en un plano secundario. La humillación la atravesó como un cuchillo.
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CAPITULO 8
CAPITULO 8.
NARRADOR.
Mientras Antonella regresaba a su hogar, una tempestad latente se agolpaba en su pecho. Sentimientos de ira, firmeza, temor. . . y una pequeña chispa de libertad que no había experimentado en años. Cada pulso de su corazón resonaba con fuerza, como si intentara recordarle que aún estaba viva. Que continuaba en pie. Que finalmente estaba comenzando a actuar por su propia elección.
En una parte diferente de la ciudad, Dreiner vivía en una realidad completamente distinta. Una existencia paralela compuesta de riqueza, desfachatez y superficialidades.
En la lujosa suite de un hotel de cinco estrellas, Dreiner disfrutaba del calor burbujeante de un jacuzzi de mármol blanco. En su mano, sostenía una copa de champán francés; en su rostro, una sonrisa arrogante. A su lado, Paloma Valencia —joven, provocativa, tan caprichosa como hermosa— jugaba con el agua como una niña malcriada, aunque sus ojos oscuros revelaban desdén y ansiedad.
—No estuviste de mi lado —se quejó, con una mueca falsa que no ocultaba su molestia—. ¿Ya no me amas?
Dreiner soltó una risa suave y despreocupada mientras se acercaba hacia ella.
—No seas dramática, querida. Sabes que debo cuidar de mi reputación. Tus padres no pueden enterarse de nosotros, y divorciarme de Antonella. . . no es una opción por ahora.
Le acarició la pierna con descaro, como si sus palabras fuesen detalles sin importancia.
Enfadada, Paloma salió del jacuzzi con un movimiento pausado y deliberado. Permitió que el agua se deslizara por su piel desnuda, como si supiera que cada gota era una nueva provocación. Se dirigió a la habitación con un andar sensual, consciente de que cada paso era un cebo.
Dreiner, como era de esperar, cayó en la trampa. La siguió, tomando su cintura con manos ansiosas y posesivas.
—Te prometo una sorpresa —le murmuró al oído—. ¿Qué te parecería un viaje? Debemos supervisar la construcción del hotel de tus padres. Podríamos escaparnos un par de días, solo tú y yo. . .
Paloma volvió su rostro y lo miró con una sonrisa seductora.
—Siempre encuentras la forma de convencerme. . . Está bien —dijo suavemente, dejando un beso húmedo en su mejilla—. Pero solo por una semana.
—Lo que mi preciosa desee —respondió Dreiner, antes de besarlo con pasión.
La tarde se deslizaba entre caricias intensas, risas vacías y sábanas desordenadas. Ciegos por el deseo y envueltos en su burbuja de pasión, no podían notar la tormenta que se estaba formando tras de ellos. Una que vendría por ellos con dientes afilados y ansias de justicia. La cuenta regresiva había comenzado. Y Antonella no tenía la intención de mostrar piedad.
Esa noche, en la fría extensión de la mansión Ballesteros, Antonella cenó por su cuenta. Sin embargo, a diferencia de anteriores ocasiones, no experimentó la punzada amarga de la soledad. En esta ocasión, la soledad se sentía como un alivio. Era como una amiga fiel. Saboreó cada bocado como si fuera un ritual: huevos escalfados con salsa, verduras salteadas con ajo, y una copa de vino tinto. La serenidad que le envolvía era nueva y desconcertante, pero agradable.
No echaba de menos a Dreiner. Ni sus silencios hirientes, ni sus caricias simuladas, ni esas miradas que siempre la hacían sentir inferior. Al finalizar, subió las escaleras con pasos suaves, casi como en una danza. Cada escalón que subía representaba una victoria silenciosa.
Entro a la habitación de huéspedes —su refugio durante días—, cerró la puerta con llave y apoyó su frente contra la madera un momento. Inhaló profundamente. Estaba a salvo. Por el momento.
Esa noche, su sueño fue profundo. Sin sobresaltos. Sin pesadillas. En la oscuridad, no había trazas del pasado. Solo la promesa de un futuro que, esta vez, sería para ella.
A la mañana siguiente, el olor del café recién hecho la condujo hacia el comedor. Sirvió su desayuno con calma y elegancia: huevos revueltos, pan tostado y fruta fresca. Era una escena doméstica, casi ordinaria, pero ella sabía que en lo simple también había poder.
Llamó a la ama de llaves sin apartar la mirada de su plato.
—¿Sabes dónde está el señor Dreiner? —preguntó de manera casual, casi sin interés.
La mujer, un poco incómoda, bajó el tono de su voz.
—El señor no pasó la noche aquí, señora. Mencionó que tenía un viaje de negocios y pidió que le prepararan una maleta.
Antonella masticó despacio. Asimiló la información como si formara parte de su desayuno.
—¿Tienes idea de cuántos días se ausentará?
—Una semana, señora. Dijo que mandaría los detalles por correo, si usted preguntaba.
Una leve sonrisa apareció en los labios de Antonella. No era una sonrisa amigable. Era afilada. Satisfecha.
—Está bien. Puedes irte. Dile al conductor que no lo requeriré hoy. Puede tomarse el día.
—Como usted diga, señora.
Al quedarse sola nuevamente, Antonella finalizó su desayuno con una tranquilidad inquietante. Tarareaba una melodía mientras cogía las llaves del coche. El sol resplandecía afuera, pero no podía igualar el brillo que sentía dentro. Sabía que Dreiner y Paloma estaban juntos. No necesitaba evidencias para intuirlo. Pero ahora las deseaba. Y las conseguiría. Haría que ese viaje de placer se transformara en el error más caro de sus vidas.
Más tarde, mientras revisaba algunos contratos en su oficina personal, su teléfono vibró. Era un mensaje de Camilo Cienfuegos.
“Debemos vernos esta tarde. Es importante.”
Antonella no dudó. Respondió con un simple:
Confirmado.
Luego se puso a observar por la ventana, mientras sus dedos golpeaban suavemente la superficie del escritorio, marcando un ritmo oculto. Era el compás de la venganza. El inicio de su ataque.
Esa misma tarde, compartiría todo con el abogado. Le solicitaría que movilizara a su investigador. Necesitaba evidencias. Fotografías. Fechas. Todo. Estaba resuelta a destruir el mundo de mentiras que la había ahogado durante tanto tiempo.
El enfrentamiento había empezado. Pero en esta ocasión, Antonella no iba a ser ni la víctima ni la mártir.
Esta vez, se convertiría en el verdugo.