En un pintoresco pueblo, Victoria Torres, una joven de dieciséis años, se enfrenta a los retos de la vida con sueños e ilusiones. Su mundo cambia drásticamente cuando se enamora de Martín Sierra, el chico más popular de la escuela. Sin embargo, su relación, marcada por el secreto y la rebeldía, culmina en un giro inesperado: un embarazo no planeado. La desilusión y el rechazo de Martín, junto con la furia de su estricto padre, empujan a Victoria a un viaje lleno de sacrificios y desafíos. A pesar de su juventud, toma la valiente decisión de criar a sus tres hijos, luchando por un futuro mejor. Esta es la historia de una madre que, a través del dolor y la adversidad, descubre su fortaleza interior y el verdadero significado del amor y la familia.
Mientras Victoria lucha por sacar adelante a sus trillizos, en la capital un hombre sufre un divorcio por no poder tener hijos. es estéril.
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Capítulo 2.
Los días se convirtieron en semanas, y para Victoria, cada amanecer se sentía como un peso más en sus hombros. El secreto de su embarazo era un monstruo que crecía en su interior, y a pesar de sus intentos de ignorarlo, los síntomas se volvían cada vez más evidentes, ya no encontraba cómo hacer para que sus padres no la descubrieran. Martín, el chico que había llenado su vida de ilusiones, la había dejado en la más absoluta soledad, ignorándola por completo. En la escuela lo veía reír y coquetear con otras chicas en la escuela, y eso le atravesaba el corazón como un puñal.
Con cada día que pasaba, la necesidad de hablar con él se hacía más intensa, pero cada vez que se acercaba, él la rechazaba.
—No quiero saber nada de ti, Victoria. Olvídate de mí —le había dicho en una ocasión, con su mirada fría como el hielo.
_Oero el bebé es... _Martín la interrumpió.
_No quiero saber nada de ese chicharrón, te dije: aborta o dile a otro que cargue con ustedes.
Desesperada y sintiéndose más sola que nunca, tomó la decisión más difícil de su vida: hablaría a su madre. Sabía que debía ser honesta, que no podía cargar con este peso más tiempo, un embarazo no se podía ocultar por mucho tiempo y ya casi tenía dos meses. Esa tarde, después de llegar a casa, aprovechó que su padre estaba aún en el trabajo y su madre estaba sola en la cocina, preparando la cena.
—Mamá, ¿puedes sentarte un momento? Necesito hablar contigo —dijo Victoria, notando que su voz temblaba.
Su madre, con las manos secas tras limpiarse con una toalla, la miró con preocupación y la invitó a sentarse en la mesa del comedor.
—¿Qué pasa, hija? Te veo nerviosa —preguntó, notando la angustia en su rostro_. No me digas que perdiste una materia. ¡Padre del verbo santo, tu padre nos mata a ambas!
Victoria tragó saliva, sintiendo que el miedo la envolvía.
—No es nada de la escuela, mamá… —murmuró, con lágrimas acumulándose en sus ojos—. Necesito decirte algo importante.
La madre la miró fijamente, inclinándose hacia ella.
—Por favor, no me asustes. ¿Rompiste algo? ¿Te metiste a la pequeña oficina de tu padre sin permiso?
—No… no es eso —respondió Victoria, sintiendo que su corazón latía con fuerza—. Estoy… estoy embarazada.
Las palabras salieron como un susurro, pero el impacto fue devastador. La expresión de su madre cambió drásticamente, y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
—¿Qué? —preguntó, con su voz entrecortada—. ¿Cómo pudo pasar esto? ¿Y él padre? ¿Quién es?
—Él no quiere saber nada de mí —dijo Victoria, ahogándose en su llanto—. Me ignora y… y no sé qué hacer mamá, tengo mucho miedo.
Su madre se cubrió la cara con las manos, sintiendo el peso de la situación.
—¡Padre del verbo divino! Siempre te dije que debías esperar, que debías entregarte solo después de casarte. ¿Qué voy a decirle a tu padre cuando se entere de esto? ¡Nos va a castigar a las dos! ¡No supe educarte!
Victoria, llena de miedo, tomó las manos de su madre entre las suyas.
—Por favor, ayúdame. No sé cómo enfrentar esto.
—Primero, tengo que hablar con tu padre —respondió su madre, su voz temblaba, le tenía pavor a sus esposo—. Esto no se puede ocultar por mucho tiempo y sea en cualquier momento, nos va a castigar.
El miedo bullia en el interior de Victoria.
La cena esa noche fue un completo silencio, con el ambiente tenso y cargado de incertidumbre. Victoria se sentía atrapada entre el miedo y la culpa, sabiendo que su vida cambiaría para siempre. No sé atrevía a comer mucho, o mejor dicho nada le provocaba.
Al finalizar la cena, su madre, con el corazón pesado y lleno de temor, decidió que era hora de hablar con su esposo. Se sentó frente a él, con su rostro pálido y los ojos llenos de lágrimas. Sabía que la castigaría a ella por mala mamá y a su hija por desobedecer y no saberse comportar.
—Tomás, tenemos que hablar sobre nuestra hija… —comenzó su madre, sintiendo que la ansiedad la inundaba.
—¿Qué sucede? —preguntó su padre, notando la seriedad en el tono de su esposa_. ¿Necesita dinero? _la mujer negó.
—Victoria... Nuestra hija está... está embarazada —dijo, las palabras salieron rápidamente—. Y... el muchacho no quiere saber nada de ella. No quiere responder _la asustada mujer hablaba con los ojos cerrados.
La reacción de Tomás fue instantánea y feroz. Se levantó de la silla, golpeando la mesa con los puños.
—¿Qué? ¡Esa niña es una desvergonzada! —gritó—. ¿Cómo pudo dejarse embarazar a esta edad? ¿Es que acaso no le dijiste que debía guardarse para el matrimonio? _Tomás acusó a su esposa mientras ésta temblaba como una hoja.
Victoria, al escuchar la voz de su padre, sintió que el mundo se le desmoronaba a su alrededor por segunda vez. Sabía que la ira de su padre era inminente.
—¡Eres una vergüenza para esta familia! —continuó él, mirándola con desprecio—. ¡Tú no eres mi hija! ¡Lárgate de mi casa! ¡Te acabas de morir para esta familia! ¡Largo! _gritó fuerte para luego tirar toda la loza al suelo.
Victoria, con el corazón roto y lágrimas en los ojos, se sintió más sola que nunca, quería morir mientras la rabia y el dolor la consumían. La decisión que había tomado la llevaría a un camino incierto, y esa noche, mientras su familia se desmoronaba a su alrededor, se dio cuenta de que su vida había cambiado para siempre.
Rápidamente hizo una pequeña maleta con lo más esencial y guardó su alcancía, esa donde había ahorrado gran parte de sus mesadas.
Su madre intentó defenderla, pero su padre no lo permitió y la echó a la calle como si no valiera nada.