En un mundo donde zombis, monstruos y poderes sobrenaturales son el pan de cada día... Martina... o Sasha como se llamaba en su anterior vida es enviada a un mundo Apocaliptico para sobrevivir...
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capítulo 8
Cuando el capitán Stiven escuchó todo lo que la chica le contó, guardó silencio por un largo rato. Martina, por su parte, solo agregó:
—No me importa si me cree o no. Solo le dije la verdad para que ni usted ni yo tengamos problemas en este tiempo. Es obvio que tendremos que aprender a convivir, y luego buscar la manera de llevar a salvo a toda esta gente hacia la resistencia.
—Es mucho que procesar. Si bien no parece estar loca ni mintiendo, lo que dice... es una completa locura.
—Lo sé. Yo estoy igual de sorprendida que todos ustedes con todo esto. Aun así, no hay tiempo para dudas. Confío en lo que sé y me basaré en eso para proteger a mi hermano y a todas estas personas.
—Muy bien. Confiaré en usted y la ayudaré a que todos lleguen a salvo.
—De acuerdo. Ahora mantenga a sus hombres tranquilos. Como dije antes, aquí no hay sirvientes y su cargo o título no sirve de nada.
—No se preocupe. Yo me aseguraré de que mi gente no abuse de su poder. Todos estamos en la misma situación por ahora.
—Eso espero. Vamos, les mostraré la casa y luego me ayudará a armar un cronograma donde todos trabajemos para mejorar la convivencia y sobrevivir el tiempo que reste.
La mansión contaba con un gimnasio, una piscina, una sala de juegos, una biblioteca, un cine... todo esto ya pertenecía a la casa. Luego estaban los salones que ella misma había creado, además del jardín botánico, el gran comedor y, por último, las habitaciones. Cuando Martina terminó de mostrarle todo, dijo:
—Hice lo mejor que pude para proteger a la mayor cantidad de personas. Pero ayer me di cuenta de que no es bueno volver a salir. A pesar de que la mansión está reforzada, si los zombis se dirigen hacia aquí, no sabemos si estos muros soportarán una horda. Es mejor prevenir y solo dejar ingresar a quienes vengan directamente.
—Es más de lo que cualquiera de nosotros habría esperado. Pero lo que no vi fue la comida.
Martina sonrió.
—Sígame.
Lo guió hasta el sótano, donde se encontraron con una especie de bóveda equipada con escáner de huella y reconocimiento de voz. Una vez que la abrió, el soldado quedó sorprendido. Era como un supermercado en miniatura: estanterías repletas de comida, ropa, carnes, lácteos, medicamentos, entre otras cosas.
—Llevo cinco meses comprando todo lo necesario en diferentes puntos del país, para que no se viera sospechoso.
—Ya veo. También veo que es bastante inteligente. Aun si su hogar se llenara de desconocidos, todos dependerían de usted, ya que es la única que puede ingresar.
—No soy la única, pero no iba a permitirme perder el mando de mi hogar ni el de mi hermano. Como dije, él será quien lidere la resistencia en el futuro, y yo tengo que ayudar a que eso suceda. Esto es solo un seguro.
—Ya veo.
—Bien. Ya que estamos aquí, llevemos ropa y saquemos los alimentos que necesitamos para la comida del día.
El capitán asintió, y ambos se dirigieron entre los enormes pasillos para juntar lo necesario.
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Los días siguientes se fueron acoplando a su nuevo orden. Aunque aún estaban en plena supervivencia, todos trabajaban en conjunto para sobrellevar la situación. Las cosas empeoraban día a día. Lo que podían ver por las cámaras mostraba que las personas que quedaban afuera se habían vuelto salvajes. Luchaban entre ellos y se mataban por un poco de comida.
Luego de un par de semanas, el capitán Stiven le recomendó a Martina no aceptar a más personas. La gente afuera se había vuelto loca, y eso solo arruinaría la paz que habían logrado en la mansión.
Por otro lado, Mike, junto con los demás, decidió empezar a prepararse para el día en que salieran. Ninguno sabía manejar un arma ni luchar, por lo que pidieron a los soldados que los entrenaran. Estos, luego de hablar con sus líderes, aceptaron. Sería beneficioso a futuro, y quizás podrían evitar bajas cuando por fin abandonaran ese lugar.
**Tres semanas después...**
Todos desayunaban en el gran comedor cuando una alarma comenzó a sonar por toda la mansión. Martina se levantó de su asiento y dijo:
—Ya empezó. ¡Corran ahora mismo al salón donde están las chimeneas! ¡Debemos encenderlas cuanto antes!
—¿Qué es ese ruido, hermana? —preguntó Mike, alarmado.
—Es la alarma que programé para cuando el termómetro marque que la temperatura desciende rápidamente. No tengo tiempo de explicarlo ahora. ¡Tomen a los niños y corran!
El capitán y los soldados asintieron. Guiaron a todos hasta el salón, cerraron las puertas, y Martina empezó a colocar leña en una de las chimeneas.
—Capitán, encienda las demás.
Todos obedecieron. Mientras lo hacían, podían ver cómo las paredes se cristalizaban por el frío. Rápidamente encendieron todas las chimeneas, y no pasó mucho tiempo hasta que las puertas se congelaron por completo.
—Tu hermana tenía razón, Ferré... —murmuró Jackson, impresionado—. ¿Cómo es esto posible?
—No lo sé, pero a mí también me asusta —respondió Mike.
Stiven y sus hombres también estaban atónitos. A pesar de que el capitán sabía que todo esto podía pasar —Martina ya se lo había advertido—, no quería creer del todo que ella viniera de otro mundo ni que supiera exactamente lo que ocurriría.
Una vez estuvieron a salvo, el capitán se acercó a Martina.
—¿Cuánto durará esto?
—No lo sé. Pueden ser días, semanas… o meses.
—¿Meses? ¿Cómo sobreviviremos meses aquí encerrados?
—Tengo todo bajo control. Hay un almacén allí —dijo, señalando una puerta—. También hay un almacén de leña, y los sillones se convierten en camas. Estaremos bien por unos días.
—¿Y si se extiende más de eso?
—No lo sé. Saber algunas cosas no significa que lo sepa todo. Me preparo conforme a lo que sé, y espero que todo salga bien... pero esto también es nuevo para mí.
En ese momento, el capitán se dio cuenta de su error. Pero antes de poder decir algo, Dilan, Diego, Sergio, Mario y los demás hombres se pararon delante de Martina. Sergio fue el primero en hablar:
—Señor, la señorita Martina hace lo mejor que puede. No la presione. Ya demasiado hace con mantenernos protegidos a todos.
Dilan miró a Martina con suavidad.
—Martina, ve a descansar un poco. Nosotros nos haremos cargo del fuego.
La chica asintió. Stiven quiso ir detrás de ella, pero el señor Mario se interpuso en su camino.
—Déjela descansar, capitán. Esto también debe tenerla preocupada. Luego podrá volver a hablar con ella.
Stiven no dijo nada más. Solo se dedicó a observarla desde lejos mientras Martina se sentaba en silencio, con la mirada perdida. Parecía dura, pero esta vez... realmente estaba asustada. Temía no poder salir con vida de allí.