Una novela ligera, con una narrativa fluida para ser comoda para el lector, Esta historia es de ciencias ficción y horror cosmico. Se forja en la vida de un joven que se tendrá que enfrentar a criaturas que sólo existen en viejos libros de demonología, en un mundo de ficción creado por el autor (yo), lleno de misterios y emociones. disfrútalo.
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"Parte 2 Cap.2"
Una llama viva que parecía fluir por sus venas como una corriente sagrada. Alex respiró con dificultad mientras sus manos temblaban por la intensidad del momento.
Sabía que, desde el instante en que derrotó a aquel demonio de un solo golpe, ya no era un adolescente común de quince años. Algo dentro de él había cambiado… para siempre.
La voz grave del gato lo sacó de su trance. —Alex, necesito que canalices tu energía a través de mí. Solo así podré ejecutar una sanación de alto nivel.
Alex asintió y, aunque aún no comprendía del todo cómo funcionaban sus nuevas habilidades, cerró los ojos e imaginó su energía fluyendo desde su pecho por su mano hacia el gato.
Una corriente cálida emergió de su interior, y en cuestión de segundos, una luz suave envolvió el cuerpo malherido del sacerdote Temerio, quien comenzó a recobrar el aliento poco a poco.
—Funciona… —susurró el gato con alivio, antes de dirigirse a atender a los aldeanos y soldados que aún se aferraban a la vida.
Alex y Temerio permanecieron en silencio unos metros más allá, contemplando el acto de sanación en medio de la devastación. El cielo nocturno, despejado y lleno de estrellas, contrastaba brutalmente con la ciudad herida a sus pies.
—Me salvaste la vida, muchacho —dijo Temerio con voz grave pero sincera—. Pero dime… ¿Estás dispuesto a dejarlo todo atrás? ¿A arriesgar tu existencia por una guerra que ni siquiera sabías que existía? ¿Por gente que no conoces?
Alex bajó la mirada. Una lágrima silenciosa se deslizó por su mejilla mientras sus ojos se alzaban al firmamento.
—Desde que salté a aquel cráter para salvar a Rei… supe que ya no habría vuelta atrás. Ella me dijo que Mamon destruiría todo lo que yo amo, y desde entonces… decidí alejarme de mi madre, de mi padre… incluso de Alma. Es mejor que estén lejos de mí. Si puedo mantenerlos a salvo… vale la pena todo esto.
El sacerdote lo observó en silencio, conmovido por la determinación de aquel muchacho. —¿Y crees que podremos ayudarte a controlar ese poder?
—Eso espero —respondió Alex—. Porque pienso entrenar, darlo todo… hasta que pueda destruir a Mamon y a cualquiera que intente lastimar a los míos.
Temerio asintió con una sonrisa tenue. —Eso es justo a lo que se ha dedicado esta nación durante los últimos mil años —dijo—. Y ahora tú formas parte de esa historia.
Alex respiró hondo y preguntó lo que llevaba tiempo rumiando en su mente: —¿Quién era realmente Rei? ¿Qué relación tiene con ustedes… con este lugar?
El sacerdote se volvió hacia las ruinas, su mirada perdida en el recuerdo. —Un día cualquiera… apareció. Una luz celestial descendió en medio de la plaza, justo frente a la gran catedral de ReindHart. Yo estaba allí, y antes de que pudiera hablar, una voz resonó en mi mente. Me dijo que ella era una enviada del cielo. Que venía a prepararnos… a guiarnos para enfrentar la oscuridad que se avecinaba. Nunca dudamos. Su sola presencia lo confirmaba. Rei fue… un regalo divino.
Alex sintió que el peso de esa revelación caía sobre sus hombros con fuerza. No solo había salvado a una arcángel… había heredado su misión.
—Entonces, debo volverme más fuerte —afirmó—. No pienso fallar.
—Y no estarás solo —añadió Temerio—. Ven conmigo. Iremos al castillo. Debemos informar al Rey de lo ocurrido… y de tu llegada.
—¿Así como estoy? —Alex miró su ropa destrozada, manchada de sangre, al igual que la túnica hecha jirones del sacerdote—. ¿Es correcto presentarse así ante un rey?
Temerio soltó una carcajada breve y genuina. —No te preocupes, muchacho. En tiempos de guerra, los protocolos quedan en segundo plano.
Ambos emprendieron el camino hacia el castillo.
Mientras avanzaban por el sendero que ascendía hacia el castillo, Temerio y Alex caminaban en silencio, solo acompañados por el crujir de la tierra bajo sus pasos. La noche había caído sobre ReindHart, y aunque el cielo estaba tapizado de estrellas, en el corazón del joven aún había demasiadas preguntas sin respuesta. Fue Temerio quien rompió el silencio, con un tono sereno y curioso.
—¿Y tus padres, muchacho? ¿Y esa chica que mencionaste… Alma?
Alex bajó la mirada, pensativo.
—Mis padres… —dijo con una leve sonrisa—. Son personas increíbles. Mi padre trabaja como guardia de seguridad en un laboratorio, y mi madre… bueno, es científica en el mismo lugar.
Siempre han sido muy amorosos, aunque algo estrictos a veces. Me enseñaron todo lo que sé sobre responsabilidad, cortesía... y artes marciales, aunque eso era más cosa de mi padre.
Temerio asintió con respeto. Alex continuó, con un nudo en la garganta.
—Y Alma… ella es mi mejor amiga. Me acompañó en los peores momentos… pero ahora… no puedo darle la respuesta que ella merece. No puedo prometerle nada… no con todo esto encima.
Ya más cerca del castillo, el silencio fue roto por las risas infantiles. Un grupo de seis niños corrió colina abajo, directo hacia Temerio. Lo rodearon con emoción y alegría desbordante, ignorando por completo a Alex. Entre risas, lo arrastraron casi a la fuerza hacia una pequeña choza rodeada de manzanos. Alex se quedó solo afuera, mirando divertido cómo los niños cargaban a Temerio como a un héroe caído en batalla, entrando en formación perfecta.
Fue entonces cuando un dulce aroma a flores llenó el aire. Al voltear, Alex vio a una anciana encorvada de cabellos plateados, que lo observaba con ternura, como si viera a un nieto que vuelve al hogar. La expresión de la anciana era serena, pero su mirada penetraba hasta lo más profundo del joven.
Sin decir nada, se acercó y le tomó el rostro entre las manos, apretándolo con dulzura.
—Bienvenido a mi humilde hogar —dijo con una voz cálida que parecía arrullar el alma.
Instintivamente, Alex enderezó la espalda y respondió con la formalidad que su estricta madre le había enseñado. La anciana soltó una risita complacida y lo invitó a entrar.
Al atravesar la puerta, vio cómo los niños jugaban encima de Temerio, felizmente apilados sobre su agotado cuerpo. La anciana aplaudió con fuerza, y los niños salieron corriendo con entusiasmo, trayendo ropa limpia y baldes de agua.
Alex y Temerio apenas tuvieron tiempo de entender lo que pasaba cuando se encontraron atrapados por lianas vivas que salieron de maceteros con flores. La anciana, sin dejar de sonreír, los arrastró a una habitación de baño como si fueran dos niños traviesos.
—Me llamo Eleonora —dijo mientras restregaba la espalda de Alex con una esponja rústica—. Fui sacerdotisa, pero ahora solo soy una vieja que cuida este orfanato junto con este cascarrabias.
Temerio resopló, sumergido hasta el cuello en una tina llena de burbujas, con expresión resignada.
Todo parecía estar en orden hasta que uno de los niños, Nicolás, irrumpió en la habitación anunciando con voz urgente:
—¡La primera princesa está afuera! ¡Quiere hablar con Temerio!
Continuará...
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