Shania San Román está pasando por un momento difícil. Aunque es una mujer casada, parece soltera y su suegra es mas como una madre. Sin embargo ella no puede darse el lujo de querer a nadie, todos solo la aprecian por su fortuna, por su patrimonio o ¿NO?.
Ese marido inútil servirá para algo o ya no tiene remedio.
NovelToon tiene autorización de Adriánex Avila para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Cap. 9 Esa mocosa no me va a…
Esa mañana temprano, llegaron a la mansión de casados de la joven pareja, así que las cosas deberían ser más esclarecedoras para el resto.
El portón principal se abrió con un chirrido solemne. Shania saltó del auto antes de que el chofer pudiera estacionar, corriendo hacia la imponente fachada de piedra blanca como una niña en Navidad.
—¡Es más grande que en las fotos! —gritó, girando sobre sus talones hacia Camilo, quien observaba la escena con los brazos cruzados.
—Y la habitación principal es mía. Tú... arréglate donde puedas —sin esperar respuesta, subió las escaleras de mármol de dos en dos, su vestido floreado ondeando tras ella.
Camilo oyó un ¡Es perfecta!, seguido del portazo que sellaba su derrota. Nana Loti apareció en el vestíbulo, cargando una bandeja con té de manzanilla.
—La señorita Shania pidió que lleves tus maletas... al cuarto de invitados —dijo con una sonrisa pícara, señalando hacia Camilo.
—¿El cuarto de...? —el ceño de Camilo se frunció hasta dolerle.
—Esa mocosa no me va a… —pero Camilo no pudo seguir por el sonido de Shania cantando "Mi cuarto, mis reglas" desde el balcón principal que lo hizo hervir la sangre.
Mientras Camilo maldecía en el jardín, Shania abría por primera vez su verdadera maleta. Escondido entre blusas, un frasco de pastillas vacío y un cuaderno forrado en tela azul.
Sus dedos temblaron al pasar las páginas. Menús escritos por su madre. Recetas para "cuando mi princesa aprenda a cocinar". Tres años después de robarlo del manicomio, por fin podía mirarlo sin llorar.
Un golpe en la puerta la sobresaltó.
—Shania, baja. El nutricionista está aquí —la voz de Camilo sonó extrañamente tensa.
Ella escondió el cuaderno bajo la almohada. ¿Por qué le importaba a él? En la cocina, el Dr. Levin ajustaba sus lentes frente a una tabla de calorías.
—Debe subir 5 kilos. Pero sin presiones. Los trastornos alimenticios… —pero no terminó su repertorio.
—No tengo trastornos —Shania apareció en el umbral, pálida.
—Solo odio que me vigilen como a un animal enfermo —Camilo, que observaba desde la mesa, vio algo romperse en sus ojos cuando el médico sacó una balanza.
—Basta —intervino, levantándose de un salto.
—Ella comerá lo que quiera, cuando quiera —gruñó tan alto que todos se sobresaltaron de inmediato.
El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier reproche.
—Largo, no se habla de esto hasta que Shania lo quiera, retírense —dijo mirando a los dos Chefs y al nutricionista que estaban pálidos, Camilo realmente estaba molesto.
Shania encontró a Camilo en el balcón de su habitación, esa de invitados que ella le había "cedido", bebiendo whisky solo.
—Gracias —dijo Shania, sabe que Ágata lo hace por su bien, pero Shania se siente bien, que puede controlar su comida y su peso, controlar su propia vida.
—No sabía que Ágata te obligaba a pesarte —dijo él, sin mirarla.
Ella se apoyó en la baranda, dejando que la luna iluminara algunas cicatrices en sus antebrazos.
—No es solo eso. Cada bocado que tomo lo anotan en un cuaderno. Cada gramo que subo o bajo es... fiesta o fracaso —una lágrima cayó sobre el mármol
—Sé que me quiere y no permitiría que mi salud desmejore, pero me siento lista para ser yo misma —Camilo giró hacia ella, y por primera vez, Shania vio algo que no esperaba, culpa.
—Mañana mismo hablo con mi madre —prometió, y sorprendentemente, lo dijo en serio.
A la mañana siguiente el aroma a canela y café recién molido invadió la cocina mientras Shania, con el pelo recogido en un desordenado moño y un delantal de flores sobre su camisón de seda, revolvía una sartén con entusiasmo. Los huevos dorados saltaban al compás de su silbido, mientras el tocino crujiente se alineaba como soldados en un plato de porcelana.
—¡Nana Loti, el jugo de naranja! —gritó alegre, lanzando una tortilla al aire y atrapándola con precisión cirquense.
—¡Y que alguien despierte a ese dormilón de mi esposo! —gritó casi como una carcajada.
Las dos sirvientas nuevas, Marta y Luisa, intercambiaron miradas. Habían oído los rumores: "La señora es una loca peligrosa", "Solo se casaron por interés". Pero ante ellas se alzaba una joven de mejillas rosadas y ojos brillantes, que cocinaba como si estuviera pintando un cuadro.
—¿Quiere que le llevemos el desayuno al señor? —preguntó Marta, aún recelosa.
Shania sonrió, untando mantequilla sobre pan recién tostado.
—No. Él vendrá… cuando huela esto —con un gesto dramático, sacó del horno una bandeja de croissants rellenos de chocolate que hicieron gemir a Luisa.
—Arma diabólica, ¿verdad? —dijo ella con una sonrisa maliciosa haciendo reír a todos.
En el segundo piso, Camilo se revolcaba en la cama cuando un aroma celestial trepó por las escaleras y le arrancó un gruñido al estómago. ¿Desde cuándo la cocinera hacía croissants? Pensaba delirando de antojo.
Siguió el rastro como un lobo hambriento, solo para detenerse en seco al ver el espectáculo. Shania, con el delantal manchado de harina, servía café en tazas que parecían demasiado elegantes para aquel caos matutino.
—¡Buenos días, dormilón! —canturreó ella, colocando un plato rebosante frente a su asiento
—Huevos orgánicos, tocino crujiente, pan de ayer... y mi especialidad secreta —con fanfarria, destapó una fuente. Waffles en forma de corazón, bañados en jarabe de arce.
Camilo miró el waffle, luego a Shania, cuya nariz tenía una mancha de chocolate, y finalmente a Nana Loti, que se cubría la boca para no reír.
—¿Esto es un ataque psicológico? —preguntó, mientras su estómago traicionero rugía.
—Es un acto de guerra —susurró ella, acercándose. Se acercó de forma coqueta, tomándolo de la barbilla, haciendo que Camilo se sobresalte.
—Cada vez que vea a esas amiguitas, ya verás como te va —dijo sonriente.
Marta, la más escéptica, observó cómo Camilo, el temido CEO que despedía empleados por mirarlo mal, devoraba tres waffles seguidos con los dedos.
—No puedo creer que digan que la señora está loca —musitó a Luisa.
—Él parece más trastornado, comiendo así —dijo Marta un poco contrariada.
Shania, que las oyó, les guiñó un ojo mientras servía más café.
—Ah, pero esto no es nada. Esperen a verlo cuando haga mi lasaña…