Que pasa cuando la rivalidad y los problemas empieza por una herencia? Fabián pensaba casarse con Tania pero está huye un día antes de la boda no quedandole otra alternativa que tomar a la hermana de Tiana. Diana una chiquilla que tenía muchos planes pero en ningúna de ellas estaba casarse con un CEO cruel y calculador, poco a poco se va dando cuenta que su hermana no era lo que ella creía, hay solución? claro que sí, un hijo esa en la condición para que ella pueda ser libre antes del año, pero todo toma un giro inesperado.Esta novela no es para todo público, sobre todo leerla como lo que es UNA NOVELA.
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Ocupando el lugar de mi hermana.
—Solo permítame subir a verla… —dice mi padre con voz quebrada.
Me meto corriendo a mi habitación. Me siento en la cama, temblando. Lo veo entrar con el rostro marcado por la angustia.
—¿Tiana no es tu hija? —pregunto en voz baja, sin rodeos.
Él suspira. Sus hombros caen como si el peso del mundo se le viniera encima.
—Cuando conocí a tu madre, ya estaba embarazada de tu hermana… Pero eso nunca hizo diferencia para mí. A las dos las amo.
—No lo creo. —Mi voz es dura, más de lo que imaginaba.— A una hija no se le hace lo que tú le hiciste a Tiana.
—Hija, yo…
—Ya sé. —Lo interrumpo con un suspiro resignado.
—Solo será por un año. No nos dejó otra opción…
—Pudiste no aceptar su ayuda, pero no… tú lo elegiste. —Me levanto, sin mirarlo más.
Salgo del cuarto y bajo las escaleras. Mi madre está de espaldas, de pie, como una estatua. Camino hacia ella.
—Lo siento —le digo con sinceridad.
—No tienes por qué disculparte, hija —me responde con tristeza, sin girarse siquiera.
Veo cómo Fabián, desde el fondo del salón, hace un leve movimiento con la cabeza. De inmediato, dos guardias avanzan con decisión y me sujetan de los brazos con fuerza.
—No me van a salir con la pendejada de que esta también huye con su chófer —dice con desdén, sin disimular el veneno en su voz.
Me arrastran fuera de la casa. Suben conmigo a un auto negro. Por la ventanilla veo a mis padres, quietos, impotentes. La otra puerta se abre, y Fabián entra y se sienta junto a mí.
Me toma de la quijada con fuerza, obligándome a mirarlo.
—Maldita niña malcriada —escupe entre dientes, apretando tanto que me duele. Intento zafarme y me alejo, pero él se acerca más.
—Vas a pagar lo que hizo tu maldita hermana —me dice con la voz helada.
—¿Te dolió tanto que prefirió huir antes que casarse contigo? Fue más lista de lo que pensabas —le digo con rabia.
—Qué bien por ella, ¿no? Aunque no por mucho… Cuando la encuentre, me las va a pagar. Les voy a demostrar por qué la gente me teme.
—¿Al casarme contigo pago su deuda?
Él no responde. Se limita a mirar por la ventana, como si el hecho de hablarme lo repugnara.
Reconozco el camino. Regresamos a la misma casa. Bajamos y caminamos juntos. Al entrar, las mismas personas siguen allí, como si nada hubiera pasado.
—Firma —ordena, señalando el documento sobre la mesa.
Me acerco. Veo su firma: Fabián Adkins. Tomo la pluma. Mi mano tiembla, pero firmo: Diana Herrera.
Una mujer elegante se acerca con un pequeño cofre y le entrega un anillo. Fabián lo toma con desgano y me lo pone. Él ya lleva el suyo.
—Pasemos a la mesa —dice una señora que supongo es su madre—. Vamos, linda.
Camino con ellos. Fabián se queda atrás hablando con una mujer muy bien vestida. La reconozco: es la que estaba en el salón cuando le di la bofetada. Ahora lo entiendo… su amante. Pobre Tiana. ¿Así o más humillante? El día de su boda… y él trae a su amante como si nada.
—¡Aquí, cuñada! —escucho que me llaman. Me giro y veo a un chico muy parecido a Fabián.
—Me llamo Damián —dice, sentándose a mi lado.
—Hola —respondo con una sonrisa tímida.
—¿Tiana, verdad?
—No. Tiana es mi hermana. Yo soy Diana.
—Mi hermano es un amargado —susurra divertido—. ¿Qué edad tienes?
—Dieciocho.
—Yo tengo veinte. Y él ya tiene treinta… está viejo, ¿no crees? —bromea, haciéndome reír bajito—. Me caes muy bien.
—¡Lárgate de aquí! —grita Fabián desde atrás.
Damián se levanta con desgano.
—¡Madre! —llama con ironía—. Me voy.
Se vuelve hacia mí—: La única que me cae bien de aquí eres tú, cuñada, y eso que apenas te conocí hace cinco minutos. Nos vemos.
Sale de la casa y se pierde en la noche. Su madre llega hasta mí, furiosa.
—¿Qué pasa con él? ¡Es la comida de su hermano y se sienta a tu lado solo para provocarlo!
—¡Claro que no! —responde él desde lejos—. Siéntate tú con él, a ver si se alegra. ¡Me voy!
—Al menos podrías disimular… —escucho decir a Fabián mientras se sienta a mi lado.
—Lo dice el que trajo a su amante como testigo a su propia boda —respondo sin mirarlo.
—No te metas en mis asuntos.
—Lo mismo para ti.
Se levanta de la mesa de golpe. Las pocas personas presentes nos observan. Una niña al frente me sonríe.
—Qué bonito vestido —dice.
—Gracias. Era el que llevaba para la boda de mi hermana —respondo, haciendo que todos guarden silencio de nuevo.
Su madre se acerca.
—Hija, el chófer te llevará al departamento de Fabián. —Asiento.
—Primero come algo.
—No, gracias. No tengo hambre.
Salgo al frío de la noche. El viento corta la piel. Subo al carro, llegamos al edificio, y una señora mayor me recibe.
—Sígame.
Subimos por el elevador. Me muestra dos puertas.
—Esta es la habitación del señor. No debe entrar. Esta otra es la suya.
—Gracias —respondo entrando.
La habitación no está mal. Me quito el vestido y entro al baño. Todo es nuevo: el jabón, la esponja, el cepillo. Me tallo con fuerza como si pudiera quitarme la suciedad de la situación. Me pongo la bata, envuelvo el cabello con la toalla y recojo el vestido. Busco mi celular, escondido en el fondo de una bolsa. Al encenderlo, veo muchas llamadas perdidas y mensajes. Vibra en mis manos. Es Dilan, mi mejor amigo.
—¿Diana? ¡No te vi hoy en el examen de admisión!
—Me enfermé… —toso para que me crea—. Estoy con mis padres de vacaciones, en casa de unas amistades. No estoy en la ciudad.
—Avísame cuando regreses. Te quiero. Cuídate.
—Igual, te quiero. —Cuelgo.
Marco a mis padres. Contesta mi papá de inmediato.
—¡Hija! No me dejaron pasar a verte. Tu hermana sigue sin aparecer. Perdóname.
—Hija… —escucho a mi madre—. Estamos bien. Solo… cuídate. Mañana tu padre firmará los papeles con Fabián. Solo será un año, mi niña.
—Lo sé. Eso es lo único que me mantiene cuerda… y me da fuerza para no rendirme. Los quiero mucho. Mañana iré a verlos.
—Está bien. Descansa.
Cuelgo. Miro el techo. Pienso en Tiana. Más le vale estar disfrutando, porque yo estoy aquí, sufriendo por su cobardía. Ella aceptó este acuerdo desde el inicio. No fue de un día para otro… ¿por qué huyó? ¿Qué vio que yo aún no descubro?
Entonces escucho cómo se abre la puerta. Me incorporo. Es Fabián.
—¿Con quién hablabas? —pregunta, muy serio.
No respondo. Solo lo miro.