Ginevra es rechazada por su padre tras la muerte de su madre al darla a luz. Un año después, el hombre vuelve a casarse y tiene otra niña, la cual es la luz de sus ojos, mientras que Ginevra queda olvidada en las sombras, despreciada escuchando “las mujeres no sirven para la mafia”.
Al crecer, la joven pone los ojos donde no debe: en el mejor amigo de su padre, un hombre frío, calculador y ambicioso, que solo juega con ella y le quita lo más preciado que posee una mujer, para luego humillarla, comprometiéndose con su media hermana, esa misma noche, el padre nombra a su hija pequeña la heredera del imperio criminal familiar.
Destrozada y traicionada, ella decide irse por dos años para sanar y demostrarles a todos que no se necesita ser hombre para liderar una mafia. Pero en su camino conocerá a cuatro hombres dispuestos a hacer arder el mundo solo por ella, aunque ella ya no quiere amor, solo venganza, pasión y poder.
¿Está lista la mafia para arrodillarse ante una mujer?
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Contratada.
—Mucho gusto, Mikhail Volkov. Pero, si quiere, vamos, y yo le voy revisando su currículum —dice con esa voz espesa y sus ojos como los de un águila, directos a la mirada de ella. Ginevra sigue con toda la seguridad que ahora la caracteriza y apenas le devuelve una sonrisa cordial.
—Me parece perfecto —. El ruso de cabello oscuro le indica con la mano por dónde debe seguir, y ella lo hace. Sigue sus pasos por un pasillo; el olor a ambientador de manzana se apodera del lugar. Le da una vista rápida al recorrido y puede apreciar las paredes color marfil, llenas de algunos certificados y pósteres de la empresa. Hay jarrones con plantas decorativas que desprenden un olor suave y delicioso.
Su andar tiene la gracia de una gacela, tanto que tiene a ese hombre perdido en ella. Es misteriosa, hermosa, elegante, y su mirada grisácea lo tiene intrigado. A pesar de vivir rodeado de mujeres, piensa que ella es, por mucho, la más hermosa hasta ahora.
—Por allí —señala una puerta de cristal, y ella no duda en entrar. Un lugar amplio, con un gran ventanal que deja ver la ciudad, la recibe.
Una mesa alargada, toda de cristal, yace en el medio, con asientos de cuero negro alrededor. Una pantalla gigante está al fondo en la pared, y un olor ligero a perfume con whisky llega a sus fosas nasales.
—Tome asiento, señorita De Santis... —señala el asiento, y ella camina hasta él. Se coloca cómoda y cruza una pierna mientras mantiene la espalda erguida.
Cuando el inmenso hombre toma asiento cerca de ella, el olor amaderado y a cuero de su perfume se deja apreciar por su olfato: ese olor a hombre rudo, crudo y viril que hace jugar a su imaginación. Debe recordar las palabras de Rogelio para no perder su objetivo.
> "El autocontrol es la clave. No importa qué impulso aparezca, recuerda lo que sufriste y aférrate a eso."
Y es exactamente lo que hace: trae a su mente cada momento doloroso y así recupera su norte.
Ella saca un pequeño dispositivo y se lo entrega. Él lo toma sonriente y lo coloca en una de las laptops que reposan sobre la mesa de cristal.
Los dedos del hombre vuelan por el teclado a la par que su mirada recorre cada gota de información.
Se toma el tiempo de meter los datos en su base y las referencias de cada universidad o lugar donde se ha capacitado son excelentes.
—Vaya, me impresiona... Esto es lo que estamos buscando. Poseemos varias empresas que necesitan auditoría y creo que usted encaja en el perfil.
Ella abre ligeramente los ojos y las comisuras de su boca apenas se levantan. Mueve la cabeza solo un poco, de acuerdo con lo que oye.
Su actitud tiene al hombre sorprendido. La mujer, aparte de ser hermosa, tiene una personalidad calmada y medida. No es como las otras mujeres que no dejan de buscar su atención o se pierden en su cuerpo. Ella lo mira a la cara y casi no puede ver nada en sus ojos, es como si mirara a la nada.
—El trabajo es suyo. Tal vez sea aquí o en mi empresa. El hecho es que ya tiene trabajo —anuncia, y ella imagina que salta y aplaude. Es extraordinario que lo que Rogelio pensó que tomaría semanas o meses, le haya tomado un solo día.
Sigue en su actitud controlada y humedece su labio inferior. No pasa desapercibido para ella cómo el hombre clava su mirada en ese gesto.
> "Maldición... ¿Ahora a cuál escojo para mi plan? Este es muy... santo, es una bestia."
Lucha en su cabeza por un segundo contra esa decisión.
La puerta se abre con un sonido leve y ambos se giran. Aleksei entra con un traje gris y sus ojos no la pierden de vista.
—Señorita De Santis, bienvenida. Disculpe, mi secretaria olvidó que debía hacerla esperar en mi oficina... —Lleva sus ojos a su socio y una arruga decora su frente.
—¿Qué haces aquí, Mikhail? ¿Ahora eres de recursos humanos? —Ella no pasa por alto un tono, aunque ligero, igual de hostil.
—Estaba entrevistando a la señorita. La mandaron a esperar y ella tenía otra entrevista, así que se iba a retirar.
Aleksei la observa y entrecierra los ojos. Algo peligroso cruza a través de ellos.
—¿Tenía otra entrevista? Pensé que apenas estaba buscando... —Su pregunta indagadora no la altera en absoluto.
—Cierto. Pero esa entrevista fue mi razón de venir. La empresa Amilot me había enviado una invitación —Su tono es pausado y medido. Ella sabe lo que ese nombre le hace a él.
La mirada de ambos baja dos tonos y, por dentro, celebra los magníficos resultados.
> "Ginevra, has dado en el clavo. Eres una perra peligrosa."
La voz malvada en su cabeza la adula, y ella sigue con su mirada calma.
Un ligero temblor delata la mandíbula de Aleksei. Su cuerpo se tensa y a ella no se le escapa cómo aprieta su puño derecho, tanto que las venas se le marcan.
Vuelve a sudar: ¿con cuál de los dos llevará a cabo su plan?
—Amilot es una pérdida de tiempo. Dañaría tu currículum. Estás en el lugar indicado —camina hacia su amigo y estira la mano para recibir la información de la mujer sentada frente a él. Mikhail lo hace, y su expresión cambia a una de molestia.
—Gracias. Hablaremos más tarde sobre el otro asunto —le informa, antes de centrarse en ella.
—Vamos, le mostraré su oficina y los alrededores.
Una vez cerca, el olor a madera de sándalo, cuero y toques mentolados llenan su nariz. Ese aroma a hombre elegante, oscuro y muy varonil la hace cobrar un momento.
Ginevra lo sigue y gira la cabeza hacia el otro hombre para despedirse. Sus miradas colisionan y su cabello se bate por el movimiento al volver a mirar al frente.
Así comienza el recorrido de la joven. Al llegar de nuevo hasta donde estaba la secretaria, esta tiene los ojos enrojecidos y un fresco llena a la mujer de ojos grises, al entender que la insolencia de la rubia le costó una reprimenda.