La autora de esta historia se queda dormida frente a la computadora y, mágicamente, la protagonista de su propia novela la obliga a tomar su lugar, ya que le pareció muy injusta la forma en que la autora trató a su familia.
¿Podrá nuestra autora sobrevivir a su propia trama...?
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capítulo 18
Lara se sentó sobre una roca frente al castillo de Lyskar, su capa oscura ondeando al ritmo de la brisa. A su lado, Santiago permanecía en silencio, contemplando el horizonte con la mirada alerta. Ambos mantenían sus rostros cubiertos por capuchas oscuras, sabiendo que su presencia debía pasar desapercibida en esas tierras, aún bajo vigilancia del emperador Cristian.
A lo lejos, el sonido de cascos se hizo cada vez más fuerte. La Guardia Escarlata se acercaba, sus estandartes rojos ondeando con arrogancia. Sus armaduras brillaban al sol, marcando su autoridad y poder. En la entrada del castillo, algunos sirvientes se habían reunido, visiblemente nerviosos. Desde una de las ventanas superiores, tres jóvenes observaban la escena con temor creciente.
El líder de los soldados desmontó con aire altivo y, con voz potente, anunció:
—¡Por orden del emperador Cristian de Vorlon! Hemos venido a recaudar los impuestos adeudados a la corona. No se tolerarán más retrasos.
Antes de que alguien del castillo pudiera responder, Lara se adelantó unos pasos sin descubrir su rostro. Habló con un tono calmo y casi despreocupado, que contrastaba con la tensión del momento:
—Qué lástima, caballeros... justo esta semana tuvimos que saldar otras deudas y nos hemos quedado sin monedas que ofrecer. ¿Podrían regresar en otra ocasión, quizás con más suerte?
Santiago le dirigió una mirada rápida, sorprendido por la ligereza de sus palabras.
—¿Está diciendo que no pagarán? —preguntó el líder de la guardia, con el ceño fruncido.
—Exactamente —replicó Lara con una sonrisa apenas visible bajo la capucha—. Me habían dicho que los soldados de la Guardia Escarlata eran algo lentos… pero veo que al menos saben leer entre líneas.
Con el rostro enrojecido por la ira, el líder desenfundó su espada y se lanzó hacia ella. Pero antes de que pudiera tocarla, Lara conjuró un hechizo. Su figura se desvaneció y reapareció detrás de él en un destello de luz violácea.
—Muy mala puntería… ahora me toca a mí —susurró en su oído antes de golpearlo en la nuca y dejarlo inconsciente.
Los demás soldados descendieron de sus caballos, gritando órdenes. Santiago, sin perder tiempo, conjuró un escudo de energía protectora y creó dos espadas de maná, lanzándose al combate. Lara, ligera y ágil, danzaba entre los enemigos, su magia fluyendo con precisión mortal.
Mientras tanto, dentro del castillo, las tres jóvenes corrieron a la habitación de su padre, el conde Valemont. Él ya estaba de pie, tratando de colocarse la armadura con la ayuda de un viejo sirviente.
—Padre, por favor, regrese a la cama —suplicó Samanta, la mayor.
—¿Qué sucede? ¿Qué es ese ruido?
—¡La Guardia Escarlata está aquí! Están atacando a los forasteros... ¡pero ellos luchan con magia!
El conde frunció el ceño y terminó de ajustarse una de las hombreras.
—Entonces debo estar allí. No permitiré que nadie proteja esta casa más que yo mismo.
Fuera, el cielo comenzó a oscurecerse. Rayos surcaron el firmamento mientras Lara invocaba una tormenta mágica. Los rayos cayeron hacia los soldados enemigos, haciendo que algunos retrocedieran, pero varios fueron alcanzado rápidamente. Santiago giró, protegiéndola con su cuerpo cuando vio que estaba agotándose.
—Lara —murmuró, sujetándola por la cintura cuando su conjuro final dejó a todos los enemigos inconscientes—. Ya está... lo logramos.
Ella sonrió débilmente y respondió:
—Necesito descansar… solo un minuto…
Y se desmayó.
Santiago la sostuvo con fuerza y, al ver al conde aproximarse con sus hijas, se quitó la capucha, revelando su rostro.
—Lamento conocernos de esta manera —dijo con cortesía—, pero mi nombre es...
—¡Santiago Cambel! ¡Príncipe heredero del imperio de Amatista! —exclamó Diana, la menor, sorprendida.
Santiago asintió, y con una mirada serena les pidió:
—¿Les molestaría si entramos? Mi compañera está exhausta y necesita cuidados.
El conde lo observó por unos segundos, evaluándolo en silencio, hasta que finalmente asintió.
—Samanta, guíalos a la sala. Que descansen.
—Gracias por lo que hicieron esta noche… —dijo la joven, mirando a Santiago—. No lo olvidaremos.
—No me lo agradezcan a mí —replicó él con ternura, mirando a Lara—. Fue ella quien salvó este lugar.
Mientras Lara descansaba, Santiago conversó con el conde Valemont sobre la situación del imperio, la creciente crueldad de Cristian y la importancia de una alianza para lo que se avecinaba. Ambos sabían que la paz era un espejismo, y que se aproximaba una guerra silenciosa entre herederos caídos y tiranos coronados.
Al amanecer, Lara abrió los ojos y lo primero que vio fue el rostro de Santiago. Sonrió con dulzura.
—Gracias por quedarte conmigo.
—Siempre estaré a tu lado, princesa —respondió él, tomando su mano con suavidad.
Pero ella, al notar la intensidad de su mirada, retiró la mano con delicadeza y se incorporó en el sofá.
—¿Dónde están los demás?
—El conde estuvo conmigo un momento, pero subió a descansar. Está más débil de lo que aparenta… Me sorprendió verlo acercarse listo para luchar con su armadura. No dudó en salir.
—Lo sé… debo hablar con él antes de que llegue nuestro verdadero aliado —dijo ella, poniéndose de pie.
Pidió a una de las sirvientas que le informara al conde que deseaba hablar en privado. La joven se marchó y pronto regresó.
—El señor Valemont la recibirá, señorita.
Lara caminó con pasos decididos tras la muchacha. Al llegar a la habitación, pidió que la dejaran sola con él. El conde estaba sentado en la cama, cubierto con una manta.
—Primero que nada —comenzó él—, quiero agradecerle lo que hizo anoche... aunque aún no entiendo del todo por qué. La Guardia Escarlata no tarda en responder. Cuando noten la desaparición de sus hombres, regresarán. Y esta vez, lo harán con refuerzos. Vendrán por mis hijas… por todos nosotros.
Lara bajó la vista por un momento, luego suspiró profundamente. Al alzar la cabeza, sus rasgos comenzaron a transformarse. Su cabello rubio se tornó negro como la noche, sus ojos ámbar se volvieron rojos como la sangre, y su piel adquirió una palidez etérea. Rasgos marcadamente imperiales.
—Mi nombre real es Marion, tercera princesa del Imperio de Ungalos. Y soy la legítima heredera al trono.
El conde abrió los ojos, desconcertado.
—¿Cómo… cómo logró sobrevivir?
—Mi padre me protegió hasta el final. Cuando comprendí que Cristian no se detendría hasta acabar con todos, huí. Sabía que debía volverme más fuerte… prepararme para tomar lo que por derecho me pertenece. Pero también sabía que no todos merecían pagar el precio por las acciones de un tirano. El pueblo necesita esperanza. Y el imperio, a su heredero legítimo.
—¿Jackson…? —murmuró el conde con recelo.
—Él es la clave. Pero no estará solo. La sangre real aún corre por nuestras venas… y esta vez, lucharemos juntos.
—Mi familia se ha mantenido alejada de la política durante generaciones por una razón.
—Lo sé… pero permita que le muestre algo.
Lara se acercó y colocó su mano sobre la del conde, conjurando un hechizo de visión. En cuestión de segundos, la habitación se llenó de imágenes. Se vio la llegada de soldados a Lyskar, las puertas siendo derribadas, las hijas del conde siendo arrastradas por los pasillos y ejecutadas sin piedad.
El conde retiró su mano, horrorizado.
—Eso… ¿eso iba a ocurrir?
—Eso habría pasado de no intervenir. Con la ayuda del príncipe Santiago, evitamos esa masacre. Pero Cristian ya los ha encontrado… y volverá. Si no actuamos, no podremos detenerlo la próxima vez.
El conde respiró hondo. Su mirada estaba cargada de peso y decisión. Sabía que no tenían alternativa. Había llegado el momento de regresar a la capital.
Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió bruscamente y un joven de cabellos rojizos y ojos verdes ingresó con el ceño fruncido.
—¿Quién es tu invitada, padre?
Lara giró lentamente y lo miró de frente. El silencio reinó por unos segundos antes de que Lara hablara con firmeza:
—Soy alguien que ha venido a proteger lo que más amas. Y quizás... también a recuperar un imperio perdido.
porque hasta yo ya los hubiera mandado a la mi**da!
Se creen superiores los otros cuando también tuvieron que conocerse en malas circunstancias, estúpidos!