Que pasa cuando la rivalidad y los problemas empieza por una herencia? Fabián pensaba casarse con Tania pero está huye un día antes de la boda no quedandole otra alternativa que tomar a la hermana de Tiana. Diana una chiquilla que tenía muchos planes pero en ningúna de ellas estaba casarse con un CEO cruel y calculador, poco a poco se va dando cuenta que su hermana no era lo que ella creía, hay solución? claro que sí, un hijo esa en la condición para que ella pueda ser libre antes del año, pero todo toma un giro inesperado.Esta novela no es para todo público, sobre todo leerla como lo que es UNA NOVELA.
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Una cláusula extra
En cuanto reacciono, pido un taxi para ir a la casa de mis padres.
Cuando llego, mi hermana se me va encima, pero mi padre la sujeta.
—¡Siempre me envidiaste! —me grita llorando—. ¡Siempre te sales con la tuya! Me quitaste el amor de mi madre... ¡y ahora al hombre que amo!
Mi padre se acerca a mí y me da una bofetada.
—¿Por qué lo hiciste? —me grita.
—¿Qué? ¿Acostarme con mi esposo?
—¡Dios, qué hice! —grita—. ¿Qué hice para merecer esto? ¡Les dimos todo, todo lo que pudimos! Y mírenlas, peleándose por un hombre como Fabián.
—Siempre creí que merecías más que esto. Hice todo para ayudarte, pero tú misma te condenaste. No digas que no se te apoyó. Ahora acepta las consecuencias, porque mi conciencia está limpia.
—¿Ayudarme? ¿En qué?
—Hija, había una cláusula. No se te podía decir nada porque, si lo hacíamos, podríamos ir hasta la cárcel por divulgarlo —dice mi madre.
—Pero ahora que ya lo hiciste... se te dirá. Tú te embarazarías por fertilización in vitro. Solo seis intentos, uno cada mes. Y si no funcionaba, simplemente quedarías libre a mitad de año. El matrimonio se disolvería. Pero ahora que tuviste relaciones... tendrás que esperar todo el año hasta quedar embarazada. Y si no lo logras, igual serás libre. Así él podrá buscar a otra que sí le dé hijos. Solo no queríamos que sufrieras tanto.
—¿Y si quedaba embarazada por medio del in vitro?
—No sería así... Yo ya me estaba encargando de eso. ¡Pero lo arruinaste todo por tu calentura! —me grita.
—¿Cómo te enteraste? —le pregunto.
Él mira a Tiana, que me observa con los ojos llenos de lágrimas.
—Lo veo de vez en cuando en el departamento que él me compró... donde se supone que viviríamos. Y cuando quise tener intimidad con él, no quiso. Le pregunté si era porque ya había estado con alguien, y me dijo que sí... que contigo, ¡maldita!
—Te entregaste a un hombre que no sabe mantener el miembro en sus pantalones —me dice mi padre—. Hasta tengo dudas de qué tiene, para que las mujeres se le ofrezcan. Nunca me importó verlo cambiar de mujer cada dos días, verlo en las revistas... pero ahora que oficialmente es mi yerno, me duele saber que mis dos hijas se pelean por ese maldito.
Les doy la espalda. Abro la puerta y escucho a mi padre llamarme. Lo veo limpiarse las lágrimas. Corro a abrazarlo.
—Lo siento, mi niña. Perdóname —me dice—. No quiero perderte.
Abrazo también a mi madre.
—Qué rápido la perdonaron. Claro, Diana siempre es la hija perfecta —reclama Tiana.
—Tania, no hablemos de errores. Sabes que tú llevas la de perder —le digo.
—Ya regresó tu chófer, Tito —me informa mi padre.
Me despido de ellos. Siento que no puedo ver a mi padre a la cara por la vergüenza. Salgo y mi chófer me espera afuera.
Subo al auto y le doy la dirección de mi trabajo. Aún me da tiempo de llegar.
—¿Qué tal su vida de casada? —me pregunta.
Miro a los lados, dudando si se dirige a mí.
—Señora Diana, le pregunté a usted.
—Normal —le contesto.
Nota que no quiero hablar, así que guardamos silencio durante el trayecto. Al llegar, bajo del auto y lo veo estacionarse.
Entro a mi turno y mis compañeros me preguntan cómo me siento.
—Vete a tu casa, hablamos con el jefe. Le dijimos que tuviste un incidente.
—Estoy bien, necesito el pago —les digo.
Me miran con lástima, o al menos así lo siento.
Sirvo las bebidas, regreso al enorme bar. Me entregan la siguiente orden y el número de mesa. Cuando la coloco, me asusto al ver a los padres de Fabián. Ellos también se sorprenden al verme.
—Diana, ¿qué haces aquí? ¿Mi hijo no quiso darte la tarjeta? ¿O ya te la gastaste? —pregunta su madre.
—No, señora. Nada de eso —le contesto—. Tengo deudas personales.
—La esposa de mi hijo no trabajará en un lugar como este. Y más ahora, debes cuidarte —me dice.
¿No se dan cuenta que con esos comentarios solo logran avergonzarme?
Me retiro y me quedo en la cocina. De todos los lugares... tenían que venir justo aquí —maldigo en voz baja.
Termina mi turno y no vuelvo a salir hasta que ellos se van.
Salgo del trabajo, abro la puerta del carro de mi padre, pero soy detenida por los hombres de Fabián.
—Señora, acompáñenos, por favor —me dicen.
Veo que uno de ellos le dice algo al chófer, y este se va.
Subo al auto indicado. Cuando entro, Fabián está adentro, viéndome serio.
—Te encanta hacerme perder el tiempo, ¿verdad? ¿No te alcanzó la tarjeta?
Rebusca en su cartera y saca otra, ofreciéndomela.
—No me salgas con que tienes un amante y con él gastas cada millón que tiene cada tarjeta —me dice.
Toso al escuchar la cantidad que menciona.
—Esta no tiene límite. Está unida a mi cuenta. Espero que te dure más de dos días. Ese es tu récord.
—Gracias, pero no la necesito —le respondo.
—Agárrala —dice con tono serio.
La tomo. Me duele la cabeza y no quiero más discusiones.
Enciende un cigarro, baja la ventanilla y exhala el humo.
—Tu padre no puede imponerte cosas. Este año eres mi esposa, así que no vuelvas a aceptarle nada. El chófer ya fue devuelto. Ya mandé por uno para ti —me dice.
Llegamos a la casa. Intento bajar, pero me sujeta del brazo. Toca mi rostro donde mi padre me golpeó.
—Esto no lo tenías ayer. ¿Qué te pasó? —pregunta.
—No lo sé... me imagino que ayer no se notaba.
—Dame la receta, la mandaré a comprar —dice—. Ayer se me olvidó y tú no me lo recordaste.
—Tu hermano me hizo el favor de comprarla —respondo.
Apaga el cigarro en el cenicero. Me sujeta fuerte de la mandíbula para que lo mire.
—Solo lo diré una vez, así que presta atención: tu esposo soy yo. Yo pagué por ti. No le pides ni un vaso de agua a otro hombre que no sea yo, ¿entendiste?
—¿Qué se supone que responda? ¿"Sí, señor"? ¿"Sí, amo"? —le digo.
Me aprieta más la quijada.
—Espera tu castigo en la noche —me advierte.
Miro al conductor, que finge no escuchar. Me zafó del agarre y salgo del auto. Apenas puedo caminar. Todo me duele... y él solo piensa en eso.