— ¡Aaaaahhhh! —grité aterrorizada. Mi cuerpo reposaba en la cama ensangrentada. ¿Cómo es posible si yo estoy aquí?
— ¿Por qué me haces esto? ¡Termina de mostrarte de una vez por todas! ¿Qué es lo que quieres de mí? ¡Te divierte jugar conmigo! —grité con todas mis fuerzas, pero no hubo respuesta alguna, solo un silencio perturbador.
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¿Cómo podría no hacerlo?
Ese mismo día, mientras el duque se encontraba en compañía de su suegro, Madeleine asistió a una elegante fiesta de té, luciendo un anillo deslumbrante, confeccionado con las piedras más preciosas, el cual pertenecía al tesoro de los Carter, aunque pocos eran los que tenían conocimiento de ello.
— Lady Vitaly, qué placer verla —comentó una joven de la misma edad que Madeleine, quien era hija del marqués Orea, un buen amigo de su difunto abuelo Claus Marcellus.
— Marquesa, el matrimonio le ha sentado de maravilla; luce aún más hermosa —elogió Madeleine a la joven con amabilidad, recordando con cariño los momentos compartidos en su infancia. Verla tan feliz le llenaba el corazón de calidez.
— ¡Oh! Muchas gracias, usted se ve radiante; intuyo que está emocionada por su próximo matrimonio —respondió la joven con una sonrisa cómplice.
— Ciertamente lo estoy; mi prometido cumple con todos mis requisitos de manera excepcional —comentó Madeleine, sonriendo.
Ambas jóvenes se habían olvidado de las damas que se encontraban en la mesa.
— Imagino que para su familia ha sido complicado mantener en secreto la identidad de su prometido —observó otra joven con curiosidad.
— En absoluto, él es un hombre de gran discreción que, aunque deseaba hacer público nuestro compromiso, aceptó las condiciones impuestas por mi familia —la sonrisa de Madeleine se ensanchaba cada vez que elogiaba a su prometido, lo que despertaba aún más la curiosidad de los presentes.
— Eso habla muy bien del caballero; me complace que haya encontrado al hombre de sus sueños, ya que no todas gozamos de la misma fortuna —comentó una dama de hermosa cabellera rubia, con un tono nostálgico, al recordar a su buena amiga, quien se vio obligada a contraer matrimonio con el duque Cárter, a pesar de amar a otro hombre. Aunque ella agradece que el duque la tratara con consideración, durante el transcurso de su matrimonio, pudo observar cómo la sonrisa de su amiga se desvanecía.
— ¿Entonces, se enamoró? —preguntó Antonieta Lee, mostrando incredulidad.
— ¿Cómo podría no hacerlo? Es un hombre repleto de virtudes; sería inconcebible no enamorarse de él —expresó Madeleine, desbordando elogios, lo cual era inusual en su carácter.
Cada palabra fue meticulosamente elegida; ella era consciente de lo que debía expresar para que todos comentaran sobre su matrimonio ideal, lo cual silenciaría cualquier crítica o maniobra de los detractores que pudieran perjudicar su reputación.
—Lady Vitaly, si su matrimonio se está celebrando de manera tan repentina, es porque han estado planificándolo durante un tiempo —inquirió una anciana condesa, mostrando curiosidad.
—Solo un poco; el compromiso se mantuvo en secreto durante un tiempo, solo mi familia estaba informada. Mi prometido fue objeto de acoso por parte de una dama sin escrúpulos que presionaba para convertirse en su esposa, lo que nos llevó a mantener la noticia del compromiso bajo reserva. Han sido meses tensos, pero decidimos no posponer nuestra unión; tarde o temprano, esa dama comprenderá que el amor no puede ser forzado —respondió Madeleine, dirigiendo una mirada furtiva hacia Antonieta, quien se tensó al escuchar las palabras de la joven.
— ¡Qué horror! Hay mujeres que no aceptan un "no" como respuesta; es verdaderamente vergonzoso. Yo también he experimentado una situación similar y comprendo lo incómodo que resulta tener a una dama desesperada por mejorar su estatus tras un buen partido —expresó una joven recién casada. Las únicas señoritas presentes que no habían contraído matrimonio eran Antonieta y Madeleine.
— Puede que simplemente esté enamorada —observó Antonieta, sintiendo que la conversación se centraba en ella.
— El amor no justifica su comportamiento tan atroz. Como damas de nobleza, no podemos poner en riesgo nuestra reputación ni la de nuestras familias —replicó Madeleine con severidad.
— ¿Es entonces que todo se mantiene en secreto para evitar la intervención de esa dama? —inquirió Antonieta con un tono de sospecha.
— En cierta medida, sí. Mi padre deseaba evitar que esa mujer causara un alboroto que arruinara mi día especial, o que intentara llevar a cabo algo aún más grave; nunca se sabe qué podrían tramarse individuos de tal índole —respondió Madeleine, mostrando un leve temor que fue respaldado por las damas presentes.
— Es característico de la nobleza de baja estirpe, siempre en busca de ascender en la jerarquía —expresó una marquesa con evidente desdén.
— No considero apropiado que se hable de una dama que no se encuentra presente; quizás su prometido no ha sido lo suficientemente claro con la joven y ella ha malinterpretado sus intenciones —defendió Antonieta su propio honor, sin ser consciente de ello.
La risa estruendosa de Madeleine dejó a los presentes en un estado de confusión.
— Ja, ja, ja, lo siento, fui algo imprudente, pero el comentario de Lady Lee me pareció un tanto humorístico. Lady lee, un hombre que ni siquiera ha intercambiado una palabra con una dama no podría estar interesado en ella. No aceptaría contraer matrimonio con un hombre de escasa moral que engaña a una joven y se une en matrimonio con otra. Por algo el compromiso había sido objeto de conversaciones antes de mi debut en sociedad — afirmó Madeleine con firmeza.
A pesar de que sus palabras constituían, de cierta forma, una mentira, en ellas también había una verdad: si el duque Cárter hubiera estado interesado en Antonieta Lee, Madeleine nunca se habría permitido fijarse en él.