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Un juego perdido. Una leyenda urbana.
Pero cuando Franco - o Leo, para los amigos - logra iniciarlo, las reglas cambian.
Cada nivel exige más: micrófono, cámara, control.
Y cuanto más real se vuelve el juego...
más difícil es salir.
NovelToon tiene autorización de Ezequiel Gil para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 12: Cuervos.
02:04 am.
El techo de mi habitación parecía una pantalla blanca donde se paseaban mis pensamientos. Parpadeaba, giraba en la cama. Me había tapado y destapado tres veces. No podía dormir.
La melodía sonaba dentro mío como un eco que se negaba a ser olvidado.
No era solo el juego.
Era esa parte del juego.
La parte en la que siempre me atascaba.
La parte en la que había dejado de intentar.
Me senté en la cama. El aire de la madrugada tenía algo extraño. Era helado, filoso, hasta amenazante, como si me advirtiera de algo.
Prendí la notebook y conecté los auriculares. La luz blanca del inicio parecía querer quemarme las córneas y destruir mis conos.
Sin pensarlo demasiado, abrí el juego.
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02:17 am.
Ahí estaba. El mismo fondo estático. El mismo vacío sin salida.
Mi personaje no respondía más allá del límite de la pantalla. Solo podía explotar en círculos.
Fui a Reddit. Busqué el hilo.
Una publicación me llamó la atención: un usuario anónimo aseguraba que esa sección del juego se superaba con un patrón musical.
Mostraba cómo, al convertir una imagen del nivel en texto, al final surgía un grupo de notas.
Deslicé. Comentarios entre crípticos y burlones. Uno decía:
> “Probá con un MIDI.”
Recordé la melodía.
La habíamos compuesto con Esteban en la vieja laptop, una noche de invierno, entre mates y risas mal grabadas.
La que subimos a SoundCloud solo para nosotros.
Nadie más la conocía. Las 23 visitas que tenía eran 12 mías y 11 de él.
Me levanté con lentitud. Busqué el controlador MIDI guardado en el placard. Lo apoyé sobre el escritorio.
Conecté el cable USB.
Silencio.
Abrí el software del controlador. Me temblaban los dedos.
Una parte de mí sabía que algo iba a pasar.
Otra parte rogaba que no.
Pulsé las primeras notas y la secuencia fue saliendo sola, como si no necesitara pensarlo. Como si las manos recordaran lo que mi alma había querido olvidar.
Y entonces, el juego cambió.
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02:26 am.
El fondo negro fue reemplazado por un mapa isométrico.
Parecía una mezcla entre Age of Empires II y un mod fallido.
Las texturas eran viejas, pero no descuidadas: cada rincón parecía querer decir algo.
Ruinas carbonizadas. Casas sin techo. Árboles quebrados como costillas.
Animales muertos que no se descomponían.
Y una bruma verdosa flotando en el aire, como si el ambiente mismo estuviera enfermo.
Exploré.
No había enemigos. Solo silencio. Un viento digital que parecía arrastrar voces veladas.
Cada estructura parecía conocida, pero fuera de lugar, como si estuvieran copiadas de otro recuerdo.
Vi nombres en las lápidas pixeladas: Ana, Matías, Bruno.
Nombres que me resultaban familiares.
Nombres de personas reales.
La música de fondo era nuestra melodía, distorsionada. Una versión ralentizada, con un tono más bajo. Más oscuro.
Era como escuchar una melodía muerta.
Mientras el minimapa mostraba lo explorado, me di cuenta de algo.
Los caminos del terreno formaban un símbolo. Un dibujo que, desgraciadamente, conocía muy bien.
"§"
No podía ser.
Alejé el mapa para verlo desde más distancia.
Volví a mirar el símbolo.
Era igual al que Esteban había diseñado para una historia de un juego que nunca salió.
Un signo de sección convertido en marca secreta: La Rebelión de las Cúpulas.
Corrí a mi modular, busqué entre unas cajas, y lo encontré.
Detrás de unos apuntes del primer año de la facultad.
Lo abrí.
Ahí estaba: la misma marca. Página 43.
Sentí un vértigo suave, como si la línea entre ficción y realidad empezara a agrietarse.
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02:37 am.
Seguí avanzando hacia el centro del mapa.
El símbolo § me guiaba.
Ahí, en medio de una plaza sin baldosas, encontré tres cuervos.
Eran figuras del juego, sí, pero hechas con más detalle que el resto.
Como si alguien se hubiera tomado el trabajo de diseñarlos con un cariño enfermo.
Uno tenía la etiqueta: Lanaa.
Otro: Lusca.
Y el tercero: Elo.
Puse pausa.
Tragué saliva, respiré profundo, y en un papel escribí:
Lanaa → Alana
Lusca → Lucas
Elo → Leo
No.
No.
Estaba seguro de que eran los nombres de la hermana de Esteban, de mi hermano y el mío.
Todo encajaba.
Demasiado bien.
En el centro del mapa, entre los cuervos, yacía un cuerpo.
Un cadáver hecho con más detalle que cualquier otro modelo del juego.
Tenía una túnica rasgada.
Y una etiqueta flotante arriba:
Banstee
No necesitaba buscar el cifrado.
Esteban.
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02:50 am.
No apagué el juego.
No grité.
Solo me quedé ahí, observando la pantalla, mientras la melodía seguía sonando.
Mi melodía.
Nuestra melodía.
Y en mi pecho, una sensación imposible de describir.
No era miedo. ¿O quizás sí? ¿Paranoia?
Solo sabía que ese juego o estaba maldito…
O algo tenía que ver con Esteban.
Y no me iba a quedar sin descubrirlo.