NovelToon NovelToon
LO Difícil De Amar

LO Difícil De Amar

Status: En proceso
Genre:Amor-odio / Diferencia de edad / Mujeriego enamorado
Popularitas:1.6k
Nilai: 5
nombre de autor: F10r

Ella tiene 17, él 25.
Ella quiere vivir, él quiere estabilidad.
Ella apenas empieza, él ya está listo para formar una familia.
No tienen nada en común... excepto lo que sienten cuando se miran.

Lía no está buscando enamorarse. Oliver no puede permitirse hacerlo. Pero el destino no siempre pregunta.
Un roce de manos, una conversación a medianoche y el miedo de amar cuando no se debe…
Una historia dulce, intensa y real sobre el amor que llega en el momento menos adecuado… o tal vez, en el más perfecto.

NovelToon tiene autorización de F10r para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

capitulo 15

Narra Lía

No sé qué me pasó, pero me emocioné como una niña cuando mis papás me dijeron que se tomarían unos días libres para estar conmigo.

¿Yo? ¿Con ellos?

¿Sin trabajo, sin juntas, sin teléfonos sonando a toda hora?

Honestamente pensé que era mentira. Pero no. Era real.

Papá incluso apagó el celular por completo un par de veces. Mamá se llevó un solo libro y no lo abrió ni una vez.

Nos fuimos a la playa, a un hotel tranquilo, nada lujoso, pero bonito y frente al mar.

Esos días fueron... necesarios.

No sabía cuánto los necesitaba hasta que los tuve.

Despertar sin alarma.

Desayunar juntos, con calma, sin prisas ni silencios incómodos.

Caminar por la arena con mamá mientras hablábamos de tonterías.

Jugar cartas con papá en la terraza del hotel mientras tomábamos jugo frío.

Reír. Reír de verdad.

Ellos también se reían.

Me miraban más. Me escuchaban más.

Me abrazaban más.

En esas noches, mientras me acostaba con el cabello aún con olor a sal y el corazón lleno, pensaba: *Esto es lo que me faltaba.*

Durante esa semana, no vi a Oliver.

Pero hablamos.

Nos escribíamos casi a diario.

Yo le mandaba fotos. Nada del otro mundo. Una selfie frente al mar, una de mis pies en la arena, una con mamá usando unos lentes gigantes.

Él me respondía con algún emoji, una frase divertida, o con esas palabras suyas que siempre suenan como si fueran más de lo que aparentan.

No sé por qué... pero cada vez que le escribía, me emocionaba.

No me había dado cuenta de lo mucho que se volvió parte de mis días.

No estábamos juntos, pero igual lo pensaba.

Veía cosas y me daban ganas de mostrárselas.

Me reía de algo y pensaba en contárselo.

Ya estamos de vuelta en casa.

Solo me queda una semana libre antes de volver a la escuela, y lo confieso: estoy feliz de volver a mi cama, a mis cosas, a mi espacio... pero también tengo esa sensación de cosquilleo en la panza.

Esa que aparece cuando sé que pronto lo veré otra vez.

Porque sí.

A pesar de todo.

Lo extraño.

Y no me da miedo decirlo.

[...]

Mi despertar no fue lo que se dice… elegante. Me levanté medio dormida, con la cara hinchada por el sueño y los ojos entrecerrados, y camino al baño juré que la puerta estaba más a la izquierda de lo que realmente estaba. Resultado: me estampé de lleno con el marco, me corté la nariz y ahora ando con una curita color piel intentando que nadie me mire raro. Y sí, duele.

Como si eso no fuera suficiente, hoy tenía que salir al centro comercial a comprar útiles para la escuela —cuadernos, lápices, marcadores— porque la bendita semana libre está a punto de acabarse. El problema es que Elias se llevó la camioneta para visitar un terreno, mis papás usan sus autos para trabajar, y yo terminé pidiendo un Uber con resignación. Qué elegante.

Ya que estaba fuera, me compré un par de cosas más… ropa. No es como que la necesite, porque igual voy a estar en uniforme, pero es que me gusta tener ropa bonita, para mí.

Mentira. También pensé en él.

Sí. En Oliver.

¡Estoy mal! Me sorprendí a mí misma preguntándome si alguna de las faldas le parecería linda. Si este top me resaltaría la cintura. ¡Estoy loca!

Mientras revisaba percheros, hablé con Sofía por llamada. Ella es como mi cable a tierra. Bueno, mi cable a tierra con uñas de acrílico.

—La verdad sí necesitaba broncearme un poco —dije, agarrando una falda de mezclilla con corte en A que estaba en oferta.

—Tus papás son los mejores —respondió, y se oía el típico sonido eléctrico de la máquina para uñas—. Te miman más que a una princesa.

—Sí… ya extrañaba estar así con ellos —agarré un par de crop tops de diferentes colores y suspiré. Luego, bajito, le dije—: A quien también extrañé demasiado fue al amigo de mi hermano... el que te enseñé.

—¡¿El papasito de Instagram?! —chilló.

Me reí bajito, mordiéndome el labio.

—No sé qué pienses tú, pero a mí se me hace que te gusta ese muchacho —dijo con una risa traviesa.

—Eso es absurdo, Sofía —solté, como si fuera lo más ridículo del mundo.

Pero la verdad era que... no lo sabía. No comprendía lo que me pasaba, solo lo sentía. Me estaba dejando llevar.

—Linda, eso no tiene nada de malo. Enamorarse es normal. Hermoso, incluso. Solo… cuida tu corazón. No se lo entregues a cualquiera. No quiero verte llorando por nadie.

Sus palabras me llegaron. Me quedé en silencio unos segundos.

—¿Tú crees que él me lastimaría?

—Eso no lo sé. No lo conozco —respondió sincera—. Pero tiene 25, tú 17. ¿No se consideraría pedofilia?

Solté una carcajada.

—No lo sé. No siento que él me vea como una niña. Siempre he sido más madura que muchas de mi edad. Y, además, físicamente…

—Sí, sí… ya sé, tienes cuerpo de 20, no de 25 tampoco exageres —rió.

En ese momento mi celular vibró. Miré la pantalla: Oliver.

Me emocioné tanto que me olvidé del universo.

—Sofía, te llamo después, alguien me está llamando —corté sin esperar respuesta y contesté rápido.

—Hola, bonita —dijo con esa voz suya, tranquila, grave, que me derrite sin permiso.

—Hola tú —sonreí como una tonta.

—¿Qué tal tu día?

—Entre chocar con marcos de puertas y comprar cuadernos… normal.

Se rió suave. Me encantaba hacerlo reír.

—Estoy libre ahora —dijo de pronto—. Y… me gustaría salir contigo.

Sentí mariposas. No lo pensé.

—¡Claro!

—Perfecto. Dime dónde estás y paso por ti.

Le mandé mi ubicación. Estaba justo saliendo del centro comercial, con mis bolsas en las manos y un corazón que latía más rápido de lo normal.

Tardó como quince minutos en llegar. Lo vi a lo lejos, en su coche, ese mismo que se trajo desde Italia. Me contó que le costó un dineral traerlo, pero que le tiene tanto cariño que prefería traerlo que comprar otro aquí. El coche era negro, elegante y brillaba como si lo hubiese lavado hace cinco minutos.

Cuando bajó del auto…

Ay Dios mío.

Camisa blanca, mangas remangadas, pantalones oscuros, cabello perfectamente despeinado como si no lo intentara… y esa sonrisa que apareció apenas me vio.

—Hola —dije, apenas conteniendo la emoción.

—Hola, bonita —me dijo, caminando hacia mí.

No supe qué pasó primero.

Solo que en segundos sus brazos me rodearon.

Y yo, sin pensar, me acurruqué en su pecho.

Ese abrazo… duró.

No fue uno de esos rápidos. No. Fue de esos que uno siente hasta el alma.

Cálido. Apretado. Sincero.

Y antes de soltarme, me dio un beso en la frente.

—Te extrañé —susurró, casi sin querer decirlo.

Me quedé callada un segundo, sorprendida, emocionada… luego levanté la vista.

—Yo también te extrañé —le dije.

Nos miramos a los ojos. Y por un momento… el tiempo se detuvo.

Nada más existía. Solo esa mirada entre nosotros dos.

Quise decirle más. Pero no lo hice.

Y él tampoco.

—Vamos a cenar —dijo finalmente, quitando el peso del momento.

—Vamos —respondí, sonriendo.

Subí al coche. Puso música suave. El aire acondicionado olía a su perfume.

El camino fue tranquilo, hablábamos de todo y de nada.

Me llevó a un restaurante hermoso. Con luces cálidas y una terraza encantadora.

Me sentí… especial.

Querida.

No sé qué estamos haciendo.

No sé qué somos.

Pero en ese momento, no me importaba.

Solo quería seguir estando con él.

Y sentir que él también quería estar conmigo.

[...]

El restaurante al que me llevó era precioso, de esos que parecen sacados de una postal en Pinterest. No era nada exagerado, pero sí acogedor. Las paredes tenían detalles en piedra, madera clara y plantas colgantes que le daban ese aire fresco que tanto me gusta. Había ventanas amplias que dejaban entrar la luz del mediodía y mesas de madera pulida con flores pequeñas al centro.

La hostess nos recibió con una sonrisa, y él la saludó con esa educación suya que me derrite más de lo que admito. Nos asignaron una mesa en la terraza, justo en una esquina tranquila, con vista a un pequeño jardín decorado con faroles colgantes.

—¿Te gusta? —preguntó mientras tomábamos asiento frente a frente.

—Me encanta —respondí sonriendo. Y era cierto. Me encantaba el lugar… y me encantaba estar ahí con él.

—Lo descubrí hace unos meses. Su comida es sencilla pero deliciosa —dijo mientras abría el menú.

Yo apenas podía concentrarme en leer. Él estaba frente a mí. Con esa expresión tranquila, el cabello despeinado de forma perfecta y la manera en la que me miraba entre frases… como si observarme fuera parte del almuerzo.

—¿Qué vas a pedir? —le pregunté.

—Creo que unas pastas con pesto, ¿y tú?

—Yo… pollo con salsa de almendras —respondí, cerrando el menú sin siquiera haberlo leído del todo—. Solo porque me sonó lindo.

Él se rió. De verdad se rió. Esa risa suya que no es ruidosa, pero sí real. Me la guardé en la memoria.

—Eres única —murmuró. Lo dijo bajito, como sin querer.

Yo solo bajé la mirada, fingiendo que buscaba algo en la mesa.

La comida no tardó en llegar, y él tenía razón. Todo estaba delicioso. Mientras comíamos, hablamos de tonterías, de comida, de películas, de lo desastroso que es el clima últimamente. Pero entre tema y tema, había miradas. Risas suaves. Silencios que no eran incómodos.

—¿Y cómo sigue tu nariz? —preguntó, señalando la curita que aún llevaba.

Rodé los ojos y sonreí.

—Sigo pensando que la puerta se movió a propósito. Fue personal.

—Sí, claro, el marco de la puerta conspiró contra ti.

—Obvio. Se siente amenazado por mi belleza.

Volvió a reír. Me encantaba hacerlo reír. Me hacía sentir especial.

—Extrañé esto —dije sin pensarlo, bajando el tenedor.

Él levantó la vista. Sus ojos se encontraron con los míos.

—Yo también —dijo con sinceridad. Lo dijo como si le costara. Como si admitirlo fuera más vulnerable de lo que estaba dispuesto a mostrar… pero aún así lo hizo.

No dijimos nada más por unos segundos. Solo nos miramos.

Y en ese silencio… se dijo todo.

Después de comer, caminamos por un pequeño sendero que rodeaba el restaurante. Había bancos, plantas, una fuente pequeña con peces y sombra suficiente como para quedarnos un rato más.

—Este lugar parece de película —comenté.

—Tú pareces de película —dijo él, sin mirarme.

Lo miré sorprendida. Él sonrió.

—Es broma… —añadió, pero se notaba que no lo era del todo.

Nos sentamos en uno de los bancos. Él apoyó los codos en las rodillas y miró hacia el jardín. Yo me quedé mirándolo.

—¿Sabes? —dije, tratando de sonar casual—. Pensé que en esta etapa de mi vida estaría pensando en estudiar medicina o arquitectura o algo así.

—¿Y no lo estás? —me preguntó, girando levemente la cabeza hacia mí.

—No —dije con total sinceridad—. Solo quiero vivir. Ser feliz. No me malinterpretes, quiero trabajar, quiero hacer algo, pero no sé si lo mío es una carrera universitaria. Estoy cansada de estudiar por obligación. Quiero amar, disfrutar, construir una familia. No sé, soy rara.

—No eres rara, Lía. Eres honesta —respondió él, mirándome más serio ahora.

Bajé la mirada. Me sentía tan expuesta.

—Es solo que… —continué— a veces pienso que todo el mundo tiene claro lo que quiere ser, y yo solo quiero… querer y ser querida. ¿Eso es malo?

—No. No lo es —dijo, y noté cómo su tono bajó—. Yo daría lo que fuera por volver a esa etapa en la que lo único importante era eso.

Volví a levantar la vista. Lo miré. Él ya me estaba mirando.

Y no sé cómo… pero otra vez nos abrazamos.

No fue planeado. Fue natural. Espontáneo. Como si nuestros cuerpos supieran lo que necesitábamos.

Lo sentí rodearme con fuerza. No quería que me soltara.

Y cuando se separó, me dio un beso en la frente.

Lento. Tierno igual que el primero.

—Te extrañé, Lía —dijo de nuevo, esta vez más bajito.

Y entonces, como si esa frase hubiera abierto una puerta dentro de mí, respondí:

—Yo también, Oliver. Mucho.

Nos quedamos así. Viéndonos.

No hubo beso en los labios.

No hizo falta.

Ese momento… fue más que suficiente.

De regreso, en el coche, ninguno de los dos hablaba mucho. Pero no era por incomodidad. Era porque ese silencio tenía su propio lenguaje.

Y mientras veía el paisaje pasar por la ventana, me descubrí sonriendo sin darme cuenta.

Como si todo girara alrededor de él.

Como si yo ya supiera lo que quiero… y simplemente aún no lo podía decir.

[...]

Mi mamá, después de semanas insistiendo, finalmente logró lo imposible: llevarme a hacerme ese bendito chequeo de rutina. Lo odié. Desde que entré al laboratorio ya sentía que algo no iba a salir bien. No sé si fue intuición… o simple experiencia previa con mi vena fugitiva.

—Relájate, hija, es solo un pinchacito —decía mi mamá mientras hojeaba una revista de salud con total tranquilidad. Claro, la que no iba a ser usada como muñeco de vudú era ella.

Primera enfermera:

—Nada por aquí… vamos a intentar en el otro brazo.

Segunda enfermera, con cara de “esto me pasa cada rato”:

—Hmm… es que la vena se mueve. A ver, aprieta el puño, relaja, respira… No, no entra.

Mi vida pasó frente a mis ojos. Sentí que estaba en una serie de emergencias médicas, menos glamorosa, más dolorosa.

—Vamos a intentarlo en la mano, ¿sí, corazón?

Yo solo asentí, ya rendida. Finalmente, sacaron la sangre desde una vena escondida en mi mano, luego de puyarme los dos brazos como si fueran papas hervidas. Tenía curitas por todas partes, como si me hubieran preparado para una guerra y no para un análisis.

En el carro, con mi cara de sufrimiento y mis brazos llenos de marcas, hice lo que cualquier chica normal haría:

Le mandé una foto a Oliver. Con la mejor carita de “pobrecita yo”.

Lía:

Mira lo que me hicieron 😩😭 Estoy toda puyada, Oli. Me duele hasta el alma.

Foto adjunta: primer plano de mi curita más dramática.

Oliver:

¿Quién fue? Dame nombres. Los voy a demandar a todos por tocar a mi niña.

¿Quieres que te lleve helado?

Mi niña.

Sonreí como boba. Obviamente, le dije que sí. ¿Quién rechaza helado, mimos y a Oliver?

Ya en casa, me di un baño rápido y me puse mi pijama más lindo y “casual-sexi”. Era cómodo, de tela suave, pero tenía esos tirantes finitos que siempre me hacían dudar si eran muy reveladores. Ya ni tiempo me dio para cambiarlo. Me hice un moño rápido, pero cuando me vi en el espejo, me solté el cabello de nuevo y lo dejé caer, lo alisé un poco con los dedos… Acomodé lo mejor que pude mi desastre.

Cuando sonó el timbre, mi corazón literalmente se aceleró. Caminé rápido hacia la puerta, intentando parecer casual, pero segura de que mis pasos eran medio torpes.

Abrí la puerta. Y ahí estaba él.

Con su sonrisa de medio lado, sus jeans y una camisa negra que lo hacía ver como modelo de comercial de colonia cara. Y con una bolsa en la mano.

—¿Vienes a rescatarme o a burlarte de mi sufrimiento? —le dije, levantando una ceja.

—Depende —dijo, mirando mi pijama—. Si sigues vistiéndote así cuando estoy cerca, voy a pensar que solo andas provocándome.

Solté una risa nerviosa.

—Tú ves provocación en todo.

—No, sólo en ti.

Rodé los ojos mientras sonreía como tonta.

Nos sentamos en el sofá. Él dejó la bolsa del helado sobre la mesa y me abrazó apenas me acomodé. Ese abrazo que no era ni demasiado largo ni demasiado corto, pero justo en el tiempo perfecto para que mi corazón hiciera una pequeña fiesta interna.

Me acurruqué un poco. Me sentía como una niña enferma, en plan “consciénteme, mímame, dime que todo estará bien”. Y él… no decepcionó.

—A ver —dijo tomando mis manos—. Enséñame los daños.

Abrí mis palmas con dramatismo y le mostré las curitas en mis manos.

—Aquí. Y aquí. Y en el alma también, pero esa no se puede ver.

Oliver tomó mis manos con tanta delicadeza que casi me puse a llorar.

Y luego, con una ternura que no le había visto antes, besó cada una de las curitas.

Uno.

Dos.

Lento. Como si con esos besos pudiera curarme todo.

—Ahí está —murmuró—. Ya pasó. Ya no duele, ¿ves?

No supe qué decir. Me quedé quieta, mirándolo, sintiendo que el pecho se me llenaba de una cosa extraña… dulce y caliente.

—¿Por qué haces eso? —pregunté con voz bajita.

—¿Qué cosa?

—Esto. Ser así conmigo.

Él me miró por un instante. Y luego sonrió.

—Porque me importas, Lía.

Terminamos comiendo helado sentados juntos en el sofá, viendo memes en su celular, riéndonos de cualquier tontería. Pero, en el fondo, algo había cambiado.

No lo decía en voz alta. Ninguno lo hacía.

Pero esa noche, entre cucharadas de helado, bromas tontas, besos en curitas y miradas que decían más que mil palabras, yo lo supe.

Estaba cayendo.

Y no había manera de evitarlo.

1
Lorena Espinoza
Lia y Oliver juntos son todo lo está bien🥰Los amo🫶🏻
Hermosa historia gracias F1or😉
Lorena Espinoza
Oliver😍😍😍
Eunice Velasquez
es muyyyy buena la novela
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play