Quiero a mi novio, pero últimamente discutimos mucho y ya no sé que hacer. Ha metido a su ex novia a su casa pero él asegura que no pasa nada entre ellos. Mi sexto sentido me dice que algo va mal, aunque no tengo pruebas. Hace poco conocí a un niño y no paramos de tener infortunios. ¡Ahora soy su tutora! ¿Por qué no puedo sacarlo de mi mente?
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Los dos favores
—¿Hay nadie en casa?—consulté al notar extremo silencio en todos los rincones. Por lo general, cada vez que llegaba, la Señora Hirma se encontraba en la cocina escuchando la radio y preparando el almuerzo del día.
—Así parece—respondió Leo dejando las llaves sobre el mesón de la cocina y su bolso en una de las sillas giratorias para acercarse hasta el refrigerador. Al parecer había una nota pegada en ella.
—¿Todo bien?—indagué curiosa y con algo de preocupación.
—Sí, eso creo. Dice que fue al médico para hacerse un chequeo regular. Que no me preocupara. Oh, y aquí dice que si tocas el timbre no te deje pasar.
—Eso último te lo has inventado tú.
—No, no. Aquí dice, mira—me hizo señas con la mano para que fuera hasta donde él estaba. Era consciente de que él se burlaba de mi en todo momento, pero la seriedad de sus palabras siempre me hacían dudar.
Me aproximé hasta él para tomar la nota de sus manos, cuando de pronto la alzó para que no pudiera alcanzarla. Di repetidos saltos al intentar tomarla, pero era demasiado alto para lograrlo.
—Qué pequeña eres—Comentó con diversión.
—Es que tú eres muy alto. Aquí donde me ves, tengo estatura saludable
—Conozco colegas en el club que son más altos que yo. Además, aun estoy en crecimiento. ¿Cuántos centímetros te sacaré?—murmuró.
—¿Me vas a dar la nota o no? Si en verdad dice lo que has dicho, no tengo nada que hacer aquí—le recordé al ver que se estaba desviando del tema.
—Ah, si. Toma—extendió la pequeña hoja. La tomé y comencé a leerla.
"...te pido que si llega la señorita Helen y aun no estoy en casa, te comportes y la trates bien. No le des tantos dolores de cabeza y recuerda también..."
—¿Viste que tenía razón? Oh, ¿cómo se verán las cosas desde aquí?—formuló Leo desconcentrándome de la lectura. Podía sentir sus respiración sobre mi cuello, estaba demasiado cerca para mi gusto.
Su comportamiento era extraño desde que me lo encontré. O quizás siempre fue así pero no le había prestado la suficiente atención. Lo cierto era que estaba un tanto inquieta, el estómago se me revolvió y no podía pensar con claridad. Una sensación muy parecida a la que experimenté cuando peinó mi cabello.
—Pues igual que como los ves tu, tarado—respondí lo más natural que pude—ahora aléjate de mi si no quieres que te torture—dije refiriéndome a las tutorías.
—¿Por qué? ¿Te intimido?—¿Qué clase de preguntas eran esas?
—Qué va. Solo no me gusta el contacto físico de gente desconocida—respondí apartándome.
—Hola, soy Leo Alonso. Tengo dieciséis años, estoy en el último año de preparatoria. Mi signo zodiacal es...no recuerdo. Me gustan los videojuegos y el baloncesto y...mi color favorito es el naranja, creo. Listo, ya me conoces. Así que ahora puedo tocarte todo lo que quiera,¿no?
—¡Oye! ¿A Qué te refieres con eso? Lo que acabas de decir se puede malentender—Leo se acercaba a mí como lo hacía un depredador a su presa. Tragué grueso. No tenía idea de lo que estaba a punto de hacer.
—Qué pervertida eres. Yo no estaba hablando de nada de eso. ¿No se supone que tienes novio? ¿Qué haces pensando en esas cosas?
—¡No lo digo por mi! Lo digo por si alguien de tu familia llega y te escucha—intentaba justificarme.
Casi acorralada al mesón, decidí correr para escapar de las travesuras de Leo. Quien me viera...la propia colegiala. Era inaceptable que estuviese siendo intimidada por un niño.
—Hoy estoy de muy buen humor, así que planeo descobrarme todas las que me has hecho—Confesó sus intenciones.
–¡No por favor! Lo hice porque eres muy difícil de manejar, pero no por molestarte. Vamos a llegar a un acuerdo y te prometo que no te torturaré más— en ese instante, tropecé con la alfombra de la sala y caí sobre el sofá. No logré incorporarme a tiempo, así que Leo me alcanzó. Comenzó a hacerme cosquillas en el cuelo, costillas y axilas. Estaba llorando de la risa mientras suplicaba que parara. Ya no podía ni respirar. Golpeaba con insistencia su espalda para que se detuviera. Su cuerpo era muy pesado y fuerte, así que no podía quitármelo de encima.
Pero el sonido de unas llaves intentando abrir la puerta le obligó a detenerse.
—¡Ya llegué familia!—Exclamó Iván con entusiasmo.
—Hermano—respondió a manera de saludo Leo.
—¿Qué tal va todo? Oh. Hola pequeña Helen. Lindo peinado el que llevas. ¿Estás bien?—preguntó al ver mi rostro enrojecido y mis ojos lagrimeando por la risa.
—Sí, no fue nada—mi voz sonaba agitada.
—Dale agua, estúpido. ¿No ves que se está casi ahogándose?—le reclamó Iván al chico.
—¿Y por qué yo? ¿No se supone que es tu amiga?
—Sí, pero ella es tú visita. Así que atiéndela bien—Leo chasqueó la lengua.
—Tan buena voz y mandando a cantar—murmuró.
—No le gusta que lo manden u obliguen a hacer cosas, por eso se pone asi—susurró para mi Iván—¡Helen necesito un favor tuyo! Es urgente y no me puedes decir que no
—¿Qué será?—indagué recibiendo el vaso con agua que Leo buscó para mí.
—Quiero invitar a Lilly a una cita. Este sábado. Tienes que venir tu. Tengo planeado pedirle que salga conmigo y tú me vas a ayudar.
Tenía el presentimiento de que las cosas no iban a salir tan bien. Lilly era un hueso duro de roer y las cursilerías no eran para nada lo suyo.
—Bien, pero hablan de eso en otro momento. Ahora es tiempo de estudiar—nos interrumpió Leo.
Me tomó del brazo y me obligó levantarme del sofá para seguirlo hasta su habitación.
—Oye, Leo—llamó su atención Iván—¿Dónde está mamá?
—En el médico.
—¿Qué? ¿Y no te dijo a donde fue?
—No. Envíale un mensaje y pregúntale. Hoy me confiscaron el celular así que no puedo.
—Tú siempre, vale. No eres feliz si no estás metido en un lío.
—Qué no te afecte—y con eso, nos perdimos por el pasillo del segundo piso.
Tiempo después, Iván dijo que buscaría a su madre al hospital, lo que significó que estaríamos de nuevo solos. Leo volvió a su estado natural de obstinación e indiferencia. Al menos se enfocó en los estudios y no causó mayores alborotos.
Mi teléfono de pronto sonó. En la pantalla salía el nombre de Daniel.
—¿Qué pasó?
—¡Helenita! Hazme un favor—Tenía la impresión de que en mi frente decía "soy la Madre Teresa, hago cualquier tipo de favores"
—¿Ahora que?
—Quiero invitar a salir a Lilly este sábado.
—¿Tú también?—las coincidencias no podían ser tan exactas.
—¿Por qué, alguien más lo hizo? ¿Fue Iván?
—No se lo ha pedido formalmente, pero si, es él.
—¡Ni hablar! Me ayudarás a mí y solo a mí. Sea como sea me convertiré en el novio de Lilly.
Suspiré pesadamente, haciendo que Leo me mirara con curiosidad.