Un chico se queda solo en un pueblo desconocido después de perder a su madre. Y de repente, se despierta siendo un osezno. ¡Literalmente! Días de andar perdido en el bosque, sin saber cómo cazar ni sobrevivir. Justo cuando piensa que no puede estar más perdido, un lince emerge de las sombras... y se transforma en un hombre justo delante de él. ¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? El osezno se queda con la boca abierta y emite un sonido desesperado: 'Enseñame', piensa pero solo sale un ronco gruñido de su garganta.
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El chisme de la oficina
Horas más tarde, salí del apartamento de Karla con los hombros tensos y una sensación incómoda que no lograba sacudirme. Su última frase seguía rebotando en mi cabeza.
—Supongo que eso fue... interesante. Aunque prefiero a los chicos con otro tipo de... energía.
El comentario, cargado de una decepción que intentó disfrazar con una sonrisa, me golpeó más de lo que quise admitir. "Interesante" no era precisamente un cumplido, y su tono dejaba claro que no había encontrado lo que esperaba. Había sido una experiencia para ella, una aventura con alguien "diferente", pero no más que eso.
Me apresuré a salir, el aire nocturno de la ciudad apenas aliviando la incomodidad que se aferraba a mí. No era solo el hecho de que trabajábamos juntos, lo cual ya era problemático, sino que me recordaba lo complicado que era siempre intentar encajar. Fingir que podía relacionarme como cualquier otro, sin preocuparme por mi fuerza o lo diferente que era, se sentía agotador.
Llegué a mi edificio, estacioné el auto y me quedé en silencio un momento, con las manos aferradas al volante. "Esto no puede volver a pasar", pensé. Las cosas eran más sencillas estando solo, lejos de complicaciones humanas.
El jueves había llegado, y con él, la incomodidad que había estado evitando desde aquella noche. Aunque el trabajo me había mantenido lo suficientemente ocupado como para no pensar en Karla, ir a la oficina significaba enfrentar la posibilidad de verla de nuevo, de lidiar con todo lo que ahora se sentía como un error evidente.
Llegué temprano, como siempre, y me sumergí en los detalles de las entregas. Revisé los bocetos finales, corregí algunos detalles en los impresos y confirmé las órdenes antes de enviarlas. Normalmente, el trabajo me resultaba placentero, pero esta vez solo servía como un escape inútil.
No pasó mucho tiempo antes de que me diera cuenta de que algo andaba mal. Miriam y otra chica cuyo nombre nunca lograba pronunciar bien me miraban desde sus escritorios, cuchicheando entre risitas contenidas. Al principio lo ignoré, pensando que solo eran charlas casuales, pero a medida que avanzaba la mañana, las miradas y los susurros se hicieron más obvios.
Sentí una mezcla de irritación y ansiedad, una conciencia incómoda de que probablemente estaba en el centro de algún chisme que no me haría ningún favor.
Finalmente, Lukas se acercó, con su andar despreocupado y la misma actitud directa que siempre había admirado. Era uno de los mejores diseñadores de la oficina, y aunque solíamos competir por proyectos, nunca hubo rivalidad, solo un respeto mutuo. Me hizo un gesto para que lo siguiera a las escaleras de emergencia, donde acostumbraba a fumar.
Aunque prefería evitar esos lugares por el olor del tabaco —mi naturaleza de oso no llevaba bien los olores intensos—, lo seguí. Lukas encendió su cigarrillo y me lanzó una mirada cargada de incredulidad y diversión.
—Así que... te acostaste con Karla, ¿verdad? —preguntó sin rodeos.
Sentí cómo mi estómago se encogía. Sabía que los chismes se esparcirían, pero escucharlo así, de manera tan casual, dolía más. Bajé la mirada y asentí, sintiéndome expuesto.
Lukas se dejó caer en las escaleras, exhalando una nube de humo.
—Eres un buen tipo, Derek. De verdad. Pero Karla... —sacudió la cabeza, soltando una risa sin humor—. Es conocida por no quedarse callada. Ya anda diciendo que esperaba algo más emocionante de alguien de tu tamaño. Pensó que serías... más salvaje.
El calor me subió al rostro, una mezcla incómoda de vergüenza y enojo. Lukas notó mi expresión y se encogió de hombros.
—Mira, no te lo digo para molestarte. Solo para que sepas que los chismes volarán por un tiempo, pero al final, todo se olvida. Solo... ten cuidado con ella. No vale la pena.
Lo miré, sorprendido por su franqueza. Lukas me había dado un consejo sin esperar nada a cambio, y aunque me dolía, agradecía su honestidad.
—Gracias —murmuré, sin saber bien qué más decir.
—De nada, grandullón. —Sonrió, dándome una palmada en el hombro—. Vamos, vuelve al trabajo y no te preocupes tanto.
Me reí un poco, sin muchas ganas, y volvimos a la oficina. Pero mientras lo hacíamos, no pude evitar pensar en lo difícil que era encajar. No solo por el incidente con Karla, sino porque parecía que siempre sería el “tipo grande” que todos miraban con curiosidad, pero al que pocos realmente conocían.
Más tarde, decidí que necesitaba alejarme de la ciudad y su caos. Regresé a la casa en el bosque que compartía con Tobías, llevando mi laptop y unos cuantos bocetos. Tenía pensado adelantar trabajo, pero lo que realmente necesitaba era tranquilidad.
Al llegar, la casa estaba vacía, con una nota en la cocina: "Me fui de juerga al pueblo vecino. No te comas mi pastel." Suspiré y sonreí. Tobías siempre sabía cómo sacarme una sonrisa, incluso cuando no estaba presente. Abrí el refrigerador, sacando un refresco y suficiente comida y golosinas para alimentar a un oso. Literalmente. Si ya estaba grande podía ahora estar redondeado, ¿qué más daba?
En mi habitación, me tiré en la cama con mi laptop y busqué alguna serie para pasar la tarde y la noche. Encontré una de suspenso que prometía mantenerme distraído. Había avanzado unos capítulos cuando mi teléfono sonó, sobresaltándome. Era Ámbar.
La voz de Ámbar sonó cálida al otro lado de la línea, como siempre.
—¿Derek? ¿Te desperté?
—No, solo estoy viendo una serie —respondí, dejando la laptop a un lado—. ¿Cómo te ha ido?
—Mucho mejor, creo. —Su tono era ligero y feliz, y pude imaginarla sonriendo—. Estoy aprendiendo a controlarme más, aunque algunas cosas todavía me cuestan. Como abrir las bolsas de sangre sin que me de asquito... La esposa de Volkon termina ayudándome siempre, ¡y él se pone de brazos cruzados como si fuera a regañarme! Pero en realidad, se preocupa tanto que casi se siente como estar en familia.
Me reí, y ella rió también, el sonido iluminando mi noche.
—¿Familia, eh? —bromeé.— Por lo general uno se siente en casa con los de su misma especie, así que no te sientas mal por pensar que son tu familia, creo que para ellos ya eres parte de ellos.
—¡Siento que a veces me quieren mimar como una niña! —comento con humor—. Ya tengo veinticuatro años, admito que es raro, pero en el sentido bueno.
—Humanamente hablando, ya eres una tía... Pero sí, en nuestro mundo, sigues siendo una cría.
—¡Oye, no me llames tía! —rió, y nuestra conversación siguió así, divertida y amena, hasta que el sueño empezó a vencerme.
Cuando colgamos, ya me sentía mucho mejor. La risa de Ámbar había logrado levantarme el ánimo.
Pasadas las tres de la madrugada, Tobias regresó. Lo oí entrar tambaleándose, y un fuerte olor a alcohol y cigarrillo se extendió por la casa. Fui a la cocina, donde él estaba bebiendo un vaso de agua.
—¿Qué haces despierto a estas horas? —preguntó, mirándome con ojos vidriosos.
—Hablando con Ambar y viendo una serie —respondí, encogiéndome de hombros.
Tobias me observó y soltó una carcajada.
—Mírate, pareces un desastre, hermano. ¿Qué pasa? —dijo, señalando mi ropa arrugada y mi expresión cansada.
Le expliqué a medias mis preocupaciones, centrándome en cómo sentía que debía estar siempre en control, midiendo mi fuerza, y que a veces eso se volvía una carga. Tobias, con la sabiduría que tenía bajo sus bromas y su aire despreocupado, se apoyó en la encimera y asintió.
—Oye, no eres el único que se siente así, ¿sabes? Pero pensar que debes llevar el peso del mundo solo porque eres un oso... no es justo para ti. Relájate un poco.
—Fácil para ti decirlo, con tus problemas de lince, que son más simples —le respondí, tratando de devolverle la broma.
Tobias se rió, y seguimos charlando hasta que finalmente sentí que el sueño volvía.
Al día siguiente, visité a mi tía Dana. Siempre era un placer hablar con ella, pero como era viernes, no me sorprendió cuando me pidió un favor adicional: recoger a Claire de la escuela.
Antes de salir, le envié un mensaje a Ámbar: Voy a recoger a mi prima Claire. ¿Quieres venir con nosotros? La respuesta llegó enseguida: ¡Claro!
Con Claire ya en el coche, hicimos una parada en la cafetería de Volkon para recoger a Ámbar. Cuando se subió al asiento trasero, noté que estaba un poco nerviosa, pero la energía arrolladora de Claire, que la saludó efusivamente, pronto la hizo sonreír.
Decidí llevarlas al centro comercial, y Claire, emocionada, no dejó de hablar sobre las tiendas que quería visitar. Ámbar permanecía más callada, observando todo con la mirada de alguien que todavía estaba acostumbrándose a su entorno.
Claire estaba en su elemento. Era fascinante verla ir de una tienda a otra, admirando ropa, accesorios, y cualquier cosa que pudiera emocionar a una adolescente. No podía evitar sonreír al verla tan feliz, aunque a veces pensaba que debía cansarse con tanto entusiasmo. Al caer la tarde, ya estábamos en la terraza del centro comercial. Claire se había alejado un poco para hablar con un compañero, un chico que ya conocía y que no me preocupaba; eran una adorable pareja de osos en formación.
Estaba sentado en una banca junto a Ámbar, quien observaba en silencio, como si intentara entender la dinámica entre Claire y su amigo. Yo también miraba, pero más relajado, contento de que Claire estuviera disfrutando.
De repente, sentí los brazos de Ámbar rodeándome. Me tensé un poco por la sorpresa, pero no me moví.
—¿Todo bien? —pregunté con suavidad, girándome para mirarla.
Ámbar se separó rápidamente, evitando mi mirada.
—Vale, no tiene el mismo efecto —murmuró, cruzando los brazos como si intentara ocultar algo.
Suspiré. Sabía por dónde iba esto.¿Así que ahora me iba a usar para recargarse de energía?
—Quería reconfortarte, Derek.
Me quedé en silencio, sorprendido por sus palabras. Antes de que pudiera decir algo, Ámbar agregó rápidamente:
—Obvio que mis abrazos no transmiten nada. Lo siento, creo que te incomodé.
Negué de inmediato, frunciendo el ceño.
—No me incomodaste. Solo... no estoy acostumbrado a que alguien se preocupe por mí de esa forma.
Ámbar me estudió por un momento.
—Pareces apagado, Derek. ¿Estás bien de verdad?
—Digamos que he tenido un par de días complicados. Cosas de trabajo, nada importante —dije, intentando restarle peso.
—¿Cosas de trabajo o cosas de humanos? —preguntó con una media sonrisa, aunque sus ojos reflejaban algo más que simple curiosidad.
Reí, aunque fue más un intento de desviar la conversación que una risa auténtica.
—Un poco de ambas, tal vez.
Ella asintió lentamente, como si entendiera más de lo que estaba dispuesto a compartir. Después de un momento, volvió a mirarme.
—Bueno, si necesitas recargarte... mis abrazos están disponibles. Aunque no tengan efecto, al menos lo intento.
Me reí de verdad esta vez, agradeciendo su esfuerzo por animarme.
—Lo tendré en cuenta, gracias.
Claire regresó en ese momento, salvándome de tener que seguir explicándome. Ella traía una sonrisa de oreja a oreja y un par de bolsas en las manos, hablando emocionada sobre todo lo que había visto y comprado. Ámbar escuchó con atención, y yo solo me dediqué a disfrutar el momento, agradecido por la distracción.
A pesar de todo, había algo en las palabras de Ámbar que seguía resonando en mi mente: "Te sientes apagado." Tal vez no estaba tan equivocado.
Dejar a Claire en casa fue, como siempre, una pequeña batalla con Dana, quien nos recibió con los brazos cruzados y una mirada severa.
—¿En serio, Derek? —dijo mientras Claire subía las escaleras con sus bolsas—. La estás malcriando.
Sonreí, sin dejar que me intimidara.
—Esa es la labor de todo primo mayor. ¿Qué clase de primo sería si no la consintiera un poco?
Dana suspiró, pero no pudo evitar sonreír.
—Un primo responsable, tal vez.