Cristóbal Devereaux, un billonario arrogante. Qué está a punto de casarse.
Imagínatelo. De porte impecable, a sus 35 años, está acostumbrado a tener el control de cualquier situación. Rodeado de lujos en cada aspecto de su vida.
Pero los acontecimientos que está a punto de vivir, lo harán dar un giro de 180 grados en su vida. Volviéndose un hombre más arrogante, solitario de corazón frío. Olvidándose de su vida social, durante varios años.
Pero la vida le tiene preparado varios acontecimientos, donde tendrá que aprender a distinguir el verdadero amor. Y darse la oportunidad de amar libremente.
Acompañame en está nueva obra esperando sea de su agrado.
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Frente al pasado.
Cristóbal, trato de calmarse pues entendió. Que cada palabra dicha por Lucía, estaban cargadas de sarcasmo, como si ella estuviera a punto iniciar una pelea.
-- No eres un adorno. --
Dijo Cristóbal, más bajo.
-- Eres importante. Pero hay una forma correcta de estar en mi mundo. --
-- Entonces tal vez tu mundo necesita otro tipo de espacio. --
Dijo Lucía suavemente.
-- Uno donde alguien pueda estar descalzo sin parecer un error. --
Se miraron. Dos universos enfrentados. Él, la estructura. Ella el movimiento. Él, el mármol. Ella la piel. Por un instante, ambos entendieron algo: el verdadero conflicto no era la ropa, ni los zapatos. Era el choque entre la vida de Cristóbal que creía perfecta y la espontaneidad de Lucía que simplemente era ella.
-- Muy bien. --
Dijo Cristóbal, tras un largo suspiro.
-- Si necesitas caminar sin zapatos, hazlo. Pero por favor, hazlo en el ala oeste. No frente al personal. No durante mis reuniones o visitas. --
-- No soy una aparición decorativa que puedes mover a la hora que a ti se te dé la gana. --
Dijo Lucía con una leve sonrisa.
-- Pero acepto el ala oeste... por hoy. --
A Cristóbal, no le quedó más que asintió, y se dio la vuelta hacia la biblioteca. Mientras se alejaba, Lucía lo vio ajustar ligeramente el cuello de su camisa. Un gesto pequeño, casi invisible. Pero indicativo. Le había afectado. Cuando estuvo sola, Lucía se sentó en una de las banquetas junto a las enormes ventanas. A través del cristal, la ciudad ardía bajo las luces de la noche. Sus pies aún descalzos, tocaban el frío suelo. Cerró los ojos un instante. Quizás. El mármol también podía recordar lo que era ser piel.
Al día siguiente, por la mañana. Lucía se disponía, para bajar a desayunar con Cristóbal, era como un ritual no podía llegar un minuto tarde, Cristóbal amaba la puntualidad. Cuando vio a Lucía acercarse al enorme comedor, tal parecía que esta lo estaba desafiando otra vez se veía desalineada, una playera que a simple vista se veía que era vieja, una falda larga que llegaba hasta sus pies. Cristóbal pudo notar que portaba unas sandalias, su peinado era simplemente improvisado algunos mechones caían por su rostro, Lucía con una sonrisa le dijo.
-- Buenos, días, para ti también Cristóbal. --
Pero este, solo la vio sin responderle. Lucía al pasar a unos cuantos pasos de él únicamente lo vio de reojo, e hizo una mueca. Se dirigió, hacia el extremo de la gigante mesa quedando frente a Cristóbal, solo la observó, sin pronunciar ni una sola palabra. Pues era más que claro que lo que él le dijera. Ella no obedecería sus órdenes.
Cristóbal tomó, su desayuno en silencio de vez en cuando levantaba la vista, para ver a la mujer que estaba frente a él, pero al notar que Lucía. Ni siquiera era capaz de voltearlo a ver, para ella era como si él no estuviera ahí. Cosa que Cristóbal le molestaba ser ignorado, más por una persona que él consideraba inferior a él.
Se levantó, dando por terminado su desayuno. Acomodó su traje y después ajustó el nudo de su corbata como si estuviera flojo, vió de reojo Lucía, que ni siquiera esta hizo un gesto de voltear a verlo se dio media vuelta disponiéndose para salir de la casa, Lucía de un largo suspiro al ver lo que se marchaba, el hombre impecable que se decía ser su esposo. Caminaban tras de él varios de sus hombres él solo movía una de sus manos de un lado hacia otro como dando indicaciones.
-- Dios mío como vine a dar a esta jaula. --
Así es como lucía le llama a la mansión Devereaux. "La jaula" el cielo sobre la ciudad se teñía de gris. Cuando Cristóbal Devereaux salió de su glamuroso edificio. Había sido un día intenso, y cada fibra de su cuerpo clamaba por distancia, silencio, y sobre todo, control. Deseaba solo llegar a casa y poder descansar, desde los roces constantes de pelea con Lucía y su lucha interna por sentimientos encontrados que no encontraba. Cómo nombrar.. Cristóbal se sentía atrapado en un torbellino emocional que no había pedido.
Sin embargo, nada pero absolutamente nada. Lo había preparado, para lo que le esperaba esa tarde. En el vestíbulo de la torre Devereaux, la recepcionista lo interceptó con ojos muy abiertos.
-- Señor Devereaux... hay una mujer que insiste en verlo. Dice que no se irá hasta hablar con usted. --
Él ni se molestó en mirar su reloj.
-- Dile que no recibo visitas sin cita previa. --
-- Lo intenté. Pero... es ella. --
Cuando la mujer de avanzada edad le dijo. "Es ella" señor Devereaux, sintió que el mundo se detuvo en un segundo. No hacía falta más explicación. Cristóbal supo al instante a quién se refería. Sintió que la sangre se le helaba, que una parte de su pasado qué creía que había enterrado con concreto reforzado acababa de resurgir. La mujer que lo había dejado plantado en el altar. La mujer que, con una sola decisión, lo había destruido ante casi al mundo entero.
-- ¿Dónde está? --
Preguntó sin emociones en el rostro.
-- En la sala de conferencias del piso 38. --
Sin decir más, Cristóbal subió en el ascensor. Cada piso que pasaba lo acercaba no solo a una conversación pendiente, sino a una versión antigua de sí mismo que odiaba recordar, un pasado que ahora estaba de vuelta. Al abrir la puerta de la sala, la vio. Sentada, elegante como siempre. El cabello oscuro cayendo sobre sus hombros, los labios perfectamente delineados, la mirada de quién sabe el poder que tiene sobre los demás.
-- Hola, Cristóbal. --
Dijo Ana Patricia, con voy suave que sabía usar como una arma. Cristóbal no respondió de inmediato. Camino hacia el ventanal, dándole la espalda unos segundos. Luego se volvió imponente, frío. El rostro impenetrable.
-- Pensé que nunca. Te atreverías a volver. --
Dijo, sin rastro de ironía alguna. Ana Patricia solo sonrió levemente, respondiendo.
-- Solo estaba huyendo. --
-- Así. --
Replicó Cristóbal.
-- Especialmente el día de nuestra boda. --
Ana Patricia bajó la vista. Luego, se levantó lentamente dio algunos pasos.
-- No vine a mendigar tu perdón. Solo... necesitaba verte. Saber que estabas bien, y explicarte. --
-- ¿Después de más de 5 años? --
Cristóbal soltó una carcajada amarga.
-- ¿Después de dejarme esperando frente asiento de personas? ¿Después de destruir mi nombre en la prensa, en los ante los medios, y convertirme en la burla de millones de personas? --