MonteSereno es un pequeño pueblo rodeado de montañas, tradiciones y secretos. Mariá creció bajo la mirada severa de un padre que, además de alcalde, es el símbolo máximo de la moral y de la fe local. En casa, la obediencia es la regla. Pero Mariá siempre vio el mundo con ojos diferentes — una sensibilidad que desafía todo lo que le enseñaron como “correcto”.
La llegada de los hermanos Kael y Dylan sacude las estructuras del pueblo… y las de ella. Kael, apasionado por los autos y el trabajo manual, inaugura un taller que rápidamente se convierte en la comidilla entre los habitantes. Dylan, en cambio, con su aire de CEO y su control férreo, dirige los negocios de la familia con frialdad y encanto. Nadie imagina el secreto que ambos cargan: un linaje ancestral de hombres lobo que viven silenciosamente entre los humanos.
Pero cuando los dos lobos eligen a Mariá como compañera, ella se ve dividida entre la intensidad de Kael y el magnetismo de Dylan. Mariá se encuentra entre dos mundos — y entre dos amores que pueden salvarla… o destruirla para siempre.
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Capítulo 14
Kael
La hora parece arrastrarse, como si este día no pasara. Estoy concentrado en el desmontaje de un motor de un vehículo de otro cliente más. Cuando de repente el sonido estridente de sirenas de una ambulancia resuena.
El vehículo pasa a alta velocidad frente al taller, e internamente siento un hormigueo. Algo en mi instinto me pone en alerta.
"Mariá".
El nombre de ella viene como un rayo que dispara en mi mente. Observo a mi hermano reaccionar igualmente igual. Él me lanza una mirada aprensiva en el exacto momento en que otro cliente llega y, Léo va corriendo a atender.
El cliente que se llama Osmar, baja de su carro subiéndose sus pantalones y dice como un típico residente de una ciudad pequeña:
— Qué confusión en la casa del alcalde ¿no?
En este momento dejo el motor y limpiando mis manos sucias de grasa, pregunto afligido:
— ¿El señor sabe lo que sucedió?
Él sonríe y asiente, afirmando:
— Sí sé. Estaba pasando por allá, cuando oí la gritería. Entonces apagué el carro y corrí hasta el portón de ellos. Fue cuando vi a la hija del alcalde caída en el suelo.
En este momento mis ojos se agrandan. Mi hermano que hasta entonces oía todo desde una cierta distancia se acerca atónito preguntando:
— ¿Cómo así caída en el suelo? ¡¿Qué hubo?!
El hombre nos mira frunciendo las cejas y entonces dice:
— Dice el alcalde que la niña intentó suicidio.
En este instante mis tímpanos parecen que van a estallar con el estallido ensordecedor que escucho. Intercambio una mirada alarmada con mi hermano.
Y antes de salir corriendo, le digo a Léo:
— Léo cuida el taller hasta que volvamos.
Él asiente. Y así Dylan y yo salimos disparados hasta el carro, entrando en el mismo y dando partida luego en seguida. Mientras conduzco golpeo la mano con fuerza en el volante, desviando por un momento la mirada hacia mi hermano.
— ¡Te dije Dylan! Te dije que debíamos haber actuado antes. Voy a acabar con la cara de ese hijo de una...
— Cálmate Kael, no sabemos lo que de hecho sucedió. — Dice mi hermano serio.
Sonrío incrédulo para él, pisando a fondo el acelerador, haciendo el carro prácticamente aullar mientras corta la carretera.
— Ah, querido hermano. Calmo es la última cosa que no estoy en este momento.
(...)
Así que llegamos frente a la casa del alcalde, observamos el exacto instante en que Mariá es sacada en una camilla. La realidad y el choque de la escena me paralizan momentáneamente.
Entonces yo solo salgo corriendo, dejando el carro aún encendido. Dylan viene luego atrás de mí rápidamente, mientras puedo oír sus pasos.
— ¡¿Qué le hiciste a ELLA?! — Vocifero atónito al llegar cerca del alcalde que dice algo para algunos enfermeros.
Todos me miran espantados, inclusive la madre de Mariá que entra en la ambulancia con la hija.
— ¿Pero con quién piensas que estás hablando jovencito?! — retruca el maldito mirándome con cierto desdén.
Pero yo simplemente actúo. Me acerco a él en pasos rápidos y frenéticos y sin ceremonia doy un puñetazo con toda mi fuerza en su rostro.
El impacto lo hace tambalearse para atrás, evidenciando el corte recién hecho en la esquina de su boca.
La confusión se inicia, cuando él amenaza con venir hacia mí queriendo revidar.
— ¡Por el amor de Dios! ¡PAREN! ¡Necesitamos socorrer a mi hija! — Dice la madre de Mariá afligida.
Mi hermano se coloca en medio entre mí y el alcalde y dice a los enfermeros:
— ¿Qué están esperando? ¡Llévenla para el hospital!
Ellos parecen un poco perdidos por un momento, pero ambos entran en la ambulancia, mientras mis ojos van de encuentro para Mariá desmayada en la camilla.
Su madre se sienta a su lado tomando la mano de la hija, mientras la puerta del vehículo es cerrada. Luego la ambulancia sale con las sirenas encendidas.
Mi mirada entonces se vuelve para el alcalde que limpia la sangre del corte en su boca.
— ¡Ustedes dos se van a arrepentir hasta el último pelo de ustedes, jovencitos! Ustedes no saben con quién están lidiando. — Vocifera él.
Dylan lo mira fríamente, su mirada afilada como lámina, mientras él dice:
— Creo que quien no sabe con quién se está metiendo es usted. ¿Cree que nos asusta? Usted es un político de mierda que agrede a la propia hija. Pero con seguridad tiene muchos podridos a ser desenmascarados ¿no?
El alcalde sonríe cínicamente encarando a mi hermano al responder:
— ¿Y qué mal tiene un padre educar a un hijo? La educación de mi hija es algo que solo dice respeto a mí y mi familia. Sugiero que no se entrometan donde no fueron llamados.
Mi hermano lo sujeta fuertemente por el cuello de la camisa sibilando furioso:
— Usted es un cretino que tendré el placer de acabar con su carrera y mandato. Puede esperar.
Dylan entonces se gira y me llama:
— Vamos Kael.
Antes de salir lanzo una mirada mortífera al alcalde. Así que llegamos hasta el carro y entramos, me giro para mi hermano diciendo:
— Necesitamos saber para qué hospital la llevaron.
Él asiente pisando a fondo el acelerador mientras arranca con el carro. Tanto yo como Dylan sabemos que nuestra historia con la de nuestra compañera está lejos de terminar.