Idealizado es una novela juvenil que narra la vida de Elena, una adolescente atrapada en un hogar marcado por la violencia doméstica y el abuso psicológico de su padre. A través de su amistad con Carla, un breve romance con Lucas y su propio proceso de resiliencia, Elena enfrenta el dolor, la pérdida de su madre y la búsqueda de justicia. Con un estilo emotivo y crudo, la historia explora temas de empoderamiento, superación y la lucha contra el silencio, culminando en un mensaje de esperanza y amor propio.
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El día que duró un suspiro
La mañana comenzó apagada.
No por el cielo encapotado, ni por la neblina que cubría los techos de las casas vecinas. Era Elena la que estaba nublada. Caminaba por su habitación como si flotara, como si no terminara de despertar del sueño más cruel: ver su cuaderno desgarrado, ver su refugio hecho trizas.
La casa estaba en silencio. El café en la mesa. Su madre, como siempre, intentando hacer que todo parezca normal.
—Buen día, mi amor —dijo ella con una sonrisa dolida, con el rostro lleno de señales de la tensión de la noche anterior.
—Buen día, má —respondió Elena apenas, con voz ronca, sin mirar demasiado.
Desayunó rápido, como si huir fuera lo único que la mantenía entera. Se puso la mochila al hombro y salió sin decir más, sin mirar atrás. El mismo camino de siempre, las mismas veredas, el mismo gris.
Pero al llegar a la esquina… lo vio.
Apoyado contra el poste de luz, con las manos en los bolsillos y esa media sonrisa que parecía dibujada por el mismo sol, Lucas.
—¿Qué hacés acá tan temprano? —preguntó Elena, entre sorprendida y confundida.
Lucas se encogió de hombros.
—No sé. Algo me decía que hoy tenías que empezar diferente.
—¿Cómo diferente?
—Hoy no hay colegio, Elena. Hoy es solo tuyo. Me la vas a deber.
Antes de que pudiera negarse, él ya estaba caminando hacia la otra calle. Elena lo siguió, con el corazón latiendo más fuerte que en semanas.
Primero caminaron. Después tomaron un colectivo. Después otro. Él no decía mucho, solo sonreía como quien tiene todo planeado y quiere ver tu reacción en cada paso. Y así fue.
La llevó a la costanera, a ver el río todavía silencioso. Compraron medialunas calientes en una panadería vieja, de esas que huelen a infancia y a refugio.
La llevó al parque, a un rincón lleno de árboles con hojas amarillas, donde puso una manta y le mostró su playlist favorita.
Elena se quedó mirándolo largo rato. Lucas no era solo un chico con buena onda. Era un refugio con forma de persona.
Caminaron. Rieron. Se contaron secretos. Comieron hamburguesas sentados en la vereda y terminaron tomando helado en una plaza, entre niños y ancianos que les sonreían sin saber por qué.
Era la primera vez en mucho tiempo que Elena se sentía liviana. Ella se reía de verdad, como si el pecho no pesara, como si el mundo fuera por fin un lugar en el que valía la pena estar.
Pero al mirar su celular… el reloj la despertó de golpe.
—¡Lucas, son casi las seis!…
—Tranquila —dijo él, sin saber la dimensión de esa palabra—. Te acompaño a la parada, llegás enseguida.
En el colectivo iban callados. No por incomodidad, sino por no querer romper la burbuja del día perfecto.
Cuando bajaron, Lucas la tomó de la mano con delicadeza.
—Hoy fue mío, ¿sí? Y mañana también quiero ser parte de tu mundo.
—Gracias… por esto —susurró ella, y lo besó con un nudo en el alma.
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Elena caminó el último tramo con pasos pesados.
A la distancia, ya podía escuchar los gritos.
—¡Todo el maldito día desaparecida! ¡¿Eso le enseñás vos?! ¡Tenés una hija que se cree una atorranta y vos te quedás callada!
Su madre no respondía. O si lo hacía, no se oía.
El corazón de Elena se hizo un puño. Entró con la llave, abrió despacio, pero igual la puerta chirrió como una alarma.
—¡Ahí está! ¡Miren quién se digna a aparecer! ¿Qué hacías, Elena? ¿Te pasaste el día acostada con el noviecito? ¡Qué orgullo, che! Criamos una puta moderna, mirá vos.
—¡No te permito! —gritó Elena, temblando de bronca—. No soy lo que vos digas. Y vos no tenés derecho a decirlo.
—¿No tengo derecho? ¡¿No tengo derecho?! ¡Yo te mantengo, nena! ¡Te doy techo y comida! ¡Te crié para ser alguien, no para que vayas por ahí regalándote!
—Vos no me criaste. Vos me controlaste. Me humillaste. Me callaste toda la vida.
El silencio después de esas palabras pesó como plomo.
La madre, llorando en la cocina.
El padre, con la vena del cuello hinchada, sin palabras por primera vez.
Elena subió las escaleras. Despacio.
Cada paso era una decisión.
Cada lágrima, una promesa.
Se encerró en su cuarto, se sentó en la cama con la libreta que Lucas le había regalado. Escribió:
"Hoy me sentí libre. Y por eso me castigaron. Porque cuando una mujer se siente libre, hay quienes tiemblan.
Hoy me enamoré más de quien me ve sin juzgarme.
Hoy entendí que hay días que te salvan la vida.
Y que un padre no es quien te pone reglas con gritos,
sino quien te enseña a vivir con amor.
Yo no soy lo que él dice.
Yo soy lo que siento cuando estoy lejos de él.
Y eso… eso es libertad."
Cerró el cuaderno.
Se acostó en la cama, mirando el techo.
Y se prometió a sí misma que nadie volvería a romper lo que ella construya.
Ni siquiera su propio miedo.