En el elegante y exclusivo Imperial Garden (Imgard), un enclave de lujo en el Londres de 1920, la vida de las doce familias más ricas de la ciudad transcurre entre jardines impecables y mansiones deslumbrantes. Pero la perfección es solo una fachada.
Cuando un asesinato repentino sacude la tranquilidad de este paraíso privado, Hemmet, un joven detective de 25 años, regresa al lugar que dejó atrás, escondido tras una identidad falsa.
Con su agudeza para leer el lenguaje corporal y una intuición inquebrantable, Hemmet se sumerge en el hermético círculo social de Imgard. Mientras investiga, la elegancia y los secretos del barrio lo obligan a enfrentarse a su propio pasado.
En Imgard, nada es lo que parece. Y cada elegante sonrisa esconde un misterio.
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Capítulo Dieciséis: Amigas
"Serenidad no es evitar enojarse en medio de la tormenta. Es poder sonreír y bailar bajo la lluvia".
Atte: Mamá
—Es una hermosa tarde para pasear. ¿No lo crees, Mi? —dijo Vanessa, mirando el cielo despejado.
Las jóvenes caminaban por la enorme plaza central de Imgard. La acera era ancha y larga. En el centro de la plaza, una enorme fuente con estatuas de personas decoraba el lugar, rodeada de rosales, bancos y mesas.
Las chicas se sentaron en uno de los bancos, frente a la fuente. Allí se quedaron un largo rato mientras el sol se ponía lentamente.
—¿Qué crees que fue a hacer? —preguntó Mireia, su tono de voz teñido de preocupación y vergüenza.
—¿Estás preocupada? —dijo Vanessa en un tono burlón. —¿O acaso... celosa?
Mireia se sonrojó. Vanessa reía a carcajadas mientras acariciaba el cabello de su amiga como si se tratara de una niña.
—La verdad no lo entiendo... —suspiró Mireia, con los brazos y el cuerpo decaídos. —Me protege, me abraza, incluso me...
Se detuvo. Claro, no podía contarle que la había besado. Aunque solo fuera en la mejilla, le avergonzaba. El mundo del romance y el amor estaba muy lejos de su comprensión.
—¿Qué pasa? ¿Te pusiste roja como una manzana otra vez? —Vanessa esbozó una sonrisa irónica. —¿Acaso... te besó?
Mireia apartó la cara, avergonzada. Su amiga rio ahora con más fuerza.
Unos momentos de silencio después, mientras el sol desaparecía y la luna se alzaba del otro lado, el lado melancólico del barrio londinense renacía en quienes disfrutaban de las estrellas encendiendo su luz.
—No tienes idea de cuánto se los agradezco —murmuró Vanessa, con la voz un poco quebrada.
—Iba a perderme de todo esto por mi egoísmo. Las risas, el llanto, el aire en el rostro, mis libros... Estaba dispuesta a perder todo eso por un deseo egoísta. Si no fuera por ustedes...
—No —interrumpió Mireia. —Fuiste tú quien nos ayudó a nosotros, a mí. Te juzgué mal. No entendía por qué te habías alejado de mí cuando estaba enferma. Pensaba que ya no te servía, que nunca signifique nada para ti. No tenía idea de que estabas pasando por todo eso.
Mireia no pudo contener las lágrimas. Vanessa la abrazó de costado, consolando a su amiga.
—Estamos bien —susurró Vanessa, acariciando el cabello de Mireia. —Al final, no podemos escapar de nuestros demonios, de nuestro pasado, de nuestra familia.
—Lo único que podemos hacer es enfrentar la realidad en la que vivimos. Aunque seamos de la clase social más alta, no nos hace perfectos, ¿no es así? —dijo Mireia, sonriendo a través de sus lágrimas.
—Bueno... así recibe mi padre a las visitas: —Vanessa se puso de pie. —"Welcome to the Imgard".
Le dio la mano a Mireia, la ayudó a levantarse y caminaron juntas de regreso, a sus casas.
—Sobre lo que dijiste antes... —continuó Vanessa. —Debes enfrentarlo. Los detectives son muy raros y misteriosos, arriesgan su pellejo cada día. No esperes a que suceda algo para darte cuenta de que lo amabas. Habla con él, pregúntale. Debes enfrentar a tus demonios, ¿no es así?
Mireia asintió en silencio, aceptando con una mezcla de confianza y nerviosismo la sugerencia de su amiga.
—¿Estás lista para "La noche de las estrellas"? —dijo Mireia, mirando al cielo.
—¡Ashh...! —se quejó Vanessa. —No me lo recuerdes. De nuevo a parecer una "princesa encantadora".
—Bueno, quizás encuentres a algún pretendiente por ahí —bromeó Mireia. —Paul Riverside estará encantado de bailar contigo.
—¡Cállate! ¿Recuerdas que se comía los mocos?
—exclamó Vanessa, con una mueca de asco.
—No quería recordar eso, tonta —dijo Mireia riendo.
—Ya quiero ver el extravagante vestido que la señorita Whitlow nos deleitará esa noche.
—¿Qué será ahora? —siguió Mireia. —¿Caracoles en la falda?
—¡Oh! Y no olvidemos el peinado glamoroso de Maia Beaumont —dijo Vanessa. —¿Qué será ahora? ¿Un pino con plumas de pavo real, tal vez?
Las amigas se tambaleaban de la risa. La oscuridad ya había llegado a Imgard. El ambiente calmado y tranquilo se había convertido en plena diversión y lágrimas de risa.
Vanessa fue la primera en callarse. Tocó suavemente a Mireia en el hombro en señal de silencio. Vanessa entrecerró los ojos y concentró la vista y el oído. Unas leves risas se escuchaban a unos metros de ellas. Al otro lado de los arbustos.
—¿Qué sucede? —preguntó Mireia.
Vanessa chistó y caminó hacia una parte de la plaza que estaba oscura por los árboles y arbustos. Se escondió allí. Mireia la siguió torpemente por detrás, confundida.
Vanessa levantó la cabeza. Dos figuras charlaban cálidamente al otro lado.
—Esos son... —susurró Vanessa.
Mireia intentó mirar, pero su amiga le bajó la cabeza de forma tosca. La joven frunció el ceño, confundida y un poco molesta.
—Es Johan —musitó Vanessa.
—¿Qué? —susurró Mireia, esta vez un poco más fuerte.
Ambas levantaron la cabeza y los vieron: Hemmet y Lena conversando. Por momentos, ella se reía y Hemmet parecía bromear.
Mireia no sabía cómo expresar lo que sentía. Estaba inquieta, incómoda. Su corazón latía a mil por hora. Puso su mano en su pecho, se sentó en el suelo. Vanessa hizo lo mismo, abrazando a su amiga de costado.
—Tranquila. Debe tener sus motivos. Recuerda que, después de todo, es un detective.
Mireia solo asintió. «¿Por qué me molesto? Es su trabajo», pensó.
Tenía ganas de salir de los arbustos y preguntar qué sucedía, pero no lo hizo, gracias a Vanessa, que la tomó de la mano para salir de allí.
—Volvamos a nuestras casas —dijo Vanessa con tono de preocupación.
Mireia volvió a asentir.
No eran solo celos lo que sentía. Las palabras de su madre volvieron a su cabeza. El miedo de que todo lo que se dice de los detectives fuera cierto, de que Hemmet se tratara de un charlatán manipulador. Mireia respiró profundo, aceptando el dolor que sentía.
«Mañana... —pensó. Voy a hablar con él».