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Hija De La Luna

Hija De La Luna

Status: Terminada
Genre:Romance / Yuri / Época / Completas
Popularitas:1.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Kitty_flower

En un mundo donde las apariencias lo son todo, Adeline O'Conel, una joven albina de mirada lunar, destaca como una joya rara entre la nobleza. Huérfana de madre desde su nacimiento, fue criada por un padre bondadoso que le enseñó a ver el mundo con ternura y dignidad. Al cumplir quince años, Adeline es presentada en sociedad como una joven casadera, y pronto, su belleza singular capta la atención de la corte entera.

La reina, fascinada por su porte elegante, la declara el diamante de la época. Caballeros, duques y herederos desfilan ante ella, buscando su mano. Pero el corazón de Adeline no se agita por ellos, sino por alguien inesperado: la primera princesa del reino, una joven de 17 años con una mirada firme y un alma libre.

En una época que no perdona lo diferente, Adeline y la princesa se verán envueltas en un torbellino de emociones, secretos y miradas furtivas. ¿Podrá el amor florecer bajo la luz de una luna que, como ellas, se esconde para brillar en libertad?

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Cortejo forzado

La mañana siguiente se presentó con un cielo despejado y una suave brisa que agitaba las cortinas de encaje en la recámara de Adeline. Aún con el cabello suelto y el rostro adormilado, la joven se acercó al ventanal para respirar el aire fresco del jardín. Intentaba encontrar algo de calma en la rutina matinal, aunque su corazón seguía cargado por la conversación de la noche anterior con Juliette.

Un golpe suave en la puerta interrumpió su ensueño.

—Adelante —dijo, arreglándose rápidamente el cabello.

Una doncella entró con un gesto solemne y tras ella apareció el duque Jonas del Corazón de Jesús, impecablemente vestido con tonos grises y dorados. En sus brazos, sostenía con cuidado una maceta de porcelana blanca, decorada con pequeños grabados en oro. De la tierra brotaba una flor sencilla, pero de un color intenso: una violeta de pétalos perfectos.

Adeline se irguió, sorprendida.

—Mi señor…

Jonas esbozó una sonrisa amable, sincera, y avanzó hasta ella con pasos firmes. Se detuvo a medio metro y extendió la maceta como si ofreciera un tesoro.

—Lady Adeline —comenzó con voz suave, pero segura—, ayer supe que las violetas son sus flores favoritas. Así que, en lugar de traerle un ramo pasajero, pensé en algo que pudiera quedarse con usted… algo que florezca con el tiempo, como mis intenciones hacia usted.

La joven lo miró, sin palabras. El duque prosiguió, sin apartar la vista de ella:

—Le entrego estas violetas junto a mi corazón, con la esperanza de que, algún día, también este sea de su agrado.

Adeline sintió cómo se le apretaba el pecho. Jonas parecía genuino. En su rostro no había rastro de arrogancia ni posesión. Solo una ternura serena que la desarmó por un instante. Y eso, justamente, fue lo que más le dolió. Porque él no era el enemigo. Él era bueno… solo no era ella.

—Gracias, mi señor —dijo finalmente, tomando la maceta con delicadeza—. Son hermosas… de verdad.

—Me alegra que así lo piense —respondió Jonas, con una leve inclinación de cabeza.

Hubo un breve silencio, cortés pero denso, en el que ninguno de los dos supo cómo continuar. Finalmente, el duque se despidió con una reverencia.

—No la molestaré más esta mañana. Pero si alguna vez desea pasear por los jardines, estaré encantado de acompañarla.

—Lo tendré en cuenta, duque Jonas —respondió Adeline, forzando una sonrisa.

Cuando la puerta se cerró detrás de él, Adeline dejó la maceta sobre su tocador y se sentó frente al espejo. Miró las violetas, tan quietas, tan delicadas… y luego se miró a sí misma.

—¿Qué voy a hacer? —murmuró en voz baja.

Acarició un pétalo con la yema del dedo, y el eco de las palabras de Juliette volvió a su mente: Entonces quemaremos las páginas… y escribiremos las nuestras.

Adeline se lavó el rostro y alisó su vestido de lino claro antes de dirigirse al comedor. El día apenas comenzaba, pero ella ya sentía el peso de las horas en los hombros. Se repetía a sí misma que debía comportarse con gracia, como su padre le había enseñado, y que, por muy confuso que fuera todo lo que estaba sintiendo, no podía dejarse vencer por la incertidumbre.

El salón donde almorzaban los nobles huéspedes del castillo era amplio, con altos ventanales que dejaban entrar la luz como si fuese agua dorada. Al entrar, Adeline divisó a su padre sentado al final de la mesa, conversando animadamente con alguien más.

—Hija, ¡qué puntual! —la saludó con calidez el señor O’Conel al verla entrar.

—Padre —respondió ella, acercándose para saludarlo con una ligera inclinación.

Y entonces lo vio. Sentado justo a su lado, con el porte erguido, el cabello perfectamente peinado y una sonrisa tan amplia como el sol de mediodía, estaba el duque Jonas del Corazón de Jesús. Vestía un traje crema con bordes dorados y, al verla, se levantó de inmediato con una reverencia impecable.

—Lady Adeline, es un placer volver a verla tan pronto. Espero que las violetas hayan sido de su agrado —dijo con una voz suave, casi melodiosa.

Adeline sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No supo exactamente por qué. No era miedo ni desagrado… era más bien una sospecha silenciosa. Nadie puede ser tan bueno, pensó. Tan perfecto. Tan considerado… sin pedir nada a cambio.

—Sí, duque, son muy bellas. Gracias de nuevo —respondió con la mejor sonrisa que pudo reunir.

Se sentó frente a ellos y pronto la doncella trajo una sopa caliente y pan fresco. Mientras los tres comenzaban a comer, su padre se mostró más animado que nunca. Reía, contaba anécdotas del pasado, incluso hablaba de su esposa fallecida con una melancolía serena. Jonas escuchaba con atención y hacía los comentarios justos, ni muy fríos ni demasiado personales.

Era… encantador. Demasiado encantador.

—Tu padre me ha hablado mucho de ti, Adeline —dijo Jonas en un momento, girando su rostro hacia ella con una expresión cálida—. Dice que siempre has tenido la mirada puesta en los libros, incluso desde niña.

—Es cierto —respondió ella con una sonrisa—. Siempre soñé con escribir una novela… aunque nunca supe si alguien la leería.

—Yo la leería —declaró Jonas sin titubeos.

El corazón de Adeline dio un vuelco. No por emoción, sino por confusión. ¿Por qué todo lo dice tan fácil? Se sintió como una hoja flotando en aguas tranquilas que, en cualquier momento, podían convertirse en un remolino.

—Gracias… eso es muy amable de su parte.

—No es amabilidad, es admiración —respondió él, sin perder la compostura—. Una mujer que desea escribir es una joya rara. Eso merece respeto… y apoyo.

El padre de Adeline asintió con orgullo. Ella bajó la mirada y tomó un sorbo de agua para disimular su incomodidad. Todo era tan perfecto que dolía. Y, en el fondo, sabía que no era culpa del duque. Era culpa suya. Porque no podía corresponderle. Porque su corazón, aunque aún no se atreviera a confesarlo con todas sus letras, ya no le pertenecía.

Pertenecía a alguien que la esperaba cada noche junto a una ventana redonda, donde la luna las miraba en silencio.

La conversación continuó un rato más, con risas, comentarios sobre el clima y las recientes fiestas en la corte. Pero para Adeline, todo sonaba lejano, como si estuviera bajo el agua. El duque Jonas del Corazón de Jesús era el pretendiente ideal, sin duda alguna. Educado, apuesto, caballeroso, y respetado por todos. Su padre no podría haber elegido mejor… o eso decía el mundo.

Pero el mundo no sabía nada de la luna, ni de las miradas que se perdían entre los pasillos silenciosos del castillo. Ni del temblor en las manos de Juliette cuando sus dedos rozaban los suyos.

—Con su permiso —dijo Adeline con una reverencia sutil—. Creo que necesito un poco de aire fresco. La sopa estaba demasiado caliente.

Su padre asintió, satisfecho por lo bien que iba todo, y el duque se puso de pie en señal de respeto.

—¿Desea que la acompañe, lady Adeline?

—No, gracias, necesito un momento sola. Pero agradezco su gentileza.

Ella salió por el pasillo principal con pasos apresurados, como si temiera que su voluntad la traicionara si se quedaba un minuto más. Caminó hasta su habitación, cerró la puerta con suavidad y se dejó caer frente al escritorio.

Respiró hondo.

Sacó una hoja de papel con bordes dorados, el mismo que usaba para escribir su diario. Tomó su pluma con tinta violeta, un regalo de su padre, y comenzó a escribir con letra temblorosa pero decidida:

---

Mi querida Juliette:

No sé cómo comenzar esta carta sin sentir un nudo en la garganta. Esta mañana mi padre ha aceptado oficialmente la propuesta de matrimonio del duque Jonas. Lo dijo con tanta alegría que me sentí una ingrata por no corresponderle del mismo modo.

He compartido el almuerzo con ellos. Él es encantador, imposible de odiar. Por momentos pensé que si las cosas fueran diferentes, tal vez podría quererlo. Pero no… no puedo mentirme a mí misma. No puedo mentirte a ti.

Mientras me hablaba de flores, de libros, de mi sonrisa… no podía dejar de pensar en la noche que no llegué. En tus ojos llorosos. En la forma en que dijiste mi nombre.

Juliette… solo tú logras que el mundo entero se vuelva silencioso cuando me hablas. Solo tú haces que las noches no me den miedo.

Quiero verte esta noche, en la misma ventana, bajo la misma luna. No sé si podamos detener lo que se avecina, pero necesito tener tu mirada antes de que el mundo me arrebate la voz.

Con todo lo que soy,

Adeline

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Dobla la carta con cuidado, la besa suavemente —como si pudiera transmitirle un mensaje a través del papel— y se la entrega a su doncella de confianza, Clara.

—Por favor, Clara, hazla llegar a manos de la princesa Juliette. En secreto. Nadie debe verla.

—Como usted ordene, señorita.

Clara desaparece entre las sombras del pasillo y Adeline se recuesta sobre la cama, mirando el techo pintado de azul celeste. Cierra los ojos y respira profundamente, como si eso pudiera calmar la tormenta que lleva dentro.

El tiempo pasa lento, espeso. La tarde parece eterna.

---

Cuando cae la noche y las luces del castillo titilan como estrellas atrapadas, Adeline se viste con una capa azul oscura que le cubre hasta los tobillos. No puede arriesgarse a que alguien la vea. Sale por la puerta lateral de su recámara, cruza el corredor desierto y sube las escaleras en espiral que llevan a la torre oeste.

Su corazón late con fuerza.

Al abrir la puerta, la brisa nocturna le acaricia el rostro.

Y allí está.

Juliette, sentada en el borde de la ventana redonda, con la carta entre las manos. Sus ojos brillan con la luz de la luna, y cuando ve a Adeline entrar, su rostro se ilumina… no con alegría completa, sino con una mezcla de dolor y esperanza.

—Viniste —susurra Juliette.

—Siempre vendré —responde Adeline, acercándose—. Si tú estás aquí, siempre vendré.

Se quedan en silencio, el mundo detenido a su alrededor. Y por un instante, solo existen ellas. Dos chicas bajo la luna, abrazadas por un amor que aún no tiene nombre, pero que crece con fuerza en lo oculto.

—Recibí tu carta —dijo la princesa—. La leí tres veces antes de decidir venir.

—¿Y por qué viniste? —preguntó Adeline, apenas a un metro de ella.

Juliette sonrió con tristeza.

—Porque no sé cómo no venir cuando se trata de ti.

El silencio que se formó entre ellas fue tibio, íntimo. Adeline se sentó junto a Juliette, en el borde de la ventana, donde la brisa nocturna les acariciaba el cabello.

—¿Te lastimé? —preguntó Adeline.

Juliette dudó un momento, pero finalmente asintió.

—Sí. Me sentí sola. Como si lo nuestro no importara tanto como todo lo demás.

—No sabía que mi padre había arreglado el almuerzo con el duque. Me enteré esa misma mañana, y si bien traté de evitarlo… ya era tarde —dijo Adeline, mirando al suelo—. Pero nada de lo que pasó allí me hizo olvidarte. Pensé en ti todo el tiempo.

Juliette la miró con detenimiento.

—¿Pensaste en mí cuando él te regaló violetas? —preguntó, sin rabia, solo con esa franqueza punzante que la caracterizaba.

Adeline asintió.

—Sobre todo entonces. Porque tú eres la única razón por la que las violetas son mi flor favorita.

Juliette bajó la mirada, mordiéndose el labio inferior. Luego soltó un suspiro largo y profundo.

—Quiero confiar en ti, Adeline. Pero temo que un día desaparezcas. Que despiertes y decidas que es más fácil seguir el camino que todos esperan de ti.

Adeline le tomó la mano.

—¿Y tú no temes lo mismo? Que un día te cases con algún noble extranjero por alianza y me dejes atrás en alguna casa con jardín.

Juliette soltó una pequeña risa.

—Sí. Me aterra.

—Entonces hagamos un trato —dijo Adeline, apretando suavemente su mano—. Mientras estemos en este castillo, ninguna de las dos se rendirá sin luchar. Ni por nuestros sueños, ni por este sentimiento.

Juliette la miró largamente.

—Eso suena a promesa.

—Y lo es —susurró Adeline.

El silencio volvió, pero esta vez no pesaba. Se quedó suspendido entre sus dedos entrelazados, entre sus respiraciones acompasadas.

Juliette se inclinó un poco, y Adeline sintió que el mundo se detenía. Sus rostros estaban tan cerca que podía contar las pestañas de la princesa, podía ver la media luna diminuta en su pupila… y cuando sus labios estaban a punto de rozarse, un golpe seco las hizo sobresaltarse.

Un pájaro había chocado contra el cristal de la ventana, dejando una estela de plumas en el aire. Ambas se apartaron bruscamente, el corazón desbocado.

Juliette fue la primera en reír, suave, nerviosa.

—Creo que la luna tiene celos.

Adeline la miró, también sonriendo.

—Quizás está tratando de salvarnos de algo que aún no entendemos. Es raro que suceda dos veces.

— Si, es extraño.

Juliette se quedó mirándola en silencio, y esta vez no hizo falta un beso para sellar la promesa. Bastó la forma en que se miraron.

Y bajo la luna fina, como una daga suspendida en el cielo, ambas supieron que lo que había entre ellas era más que deseo, más que un capricho… era algo que debía protegerse.

Aunque todo el mundo estuviera en su contra.

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Ana Luz Guerrero
hermosa historia, hasta se erizo la piel, felicidades escritora, la reencarnación existe, bendiciones infinitas 🙏
Reyna Torres
Fascinante historia, te envuelve, te atrapa.....la amé de principio a fin

Gracias por compartir tú maravilloso don
Reyna Torres
Ésta es una de las mejores historias qué he leído, mis respetos escritora, es cautivadora
Kitty_flower: muchas gracias por su apoyo♡♡
total 1 replies
namjoon_skyi
Me engancha, sigue escrib.
Kitty_flower: gracias, eso haré
total 1 replies
eli♤♡♡
La idea es fascinante
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