Soy Graciela, una mujer casada y con un matrimonio perfecto a los ojos de la sociedad, un hombre profesional, trabajador y de buenos principios.
Todas las chicas me envidian, deseando tener todo lo que tengo y yo deseando lo de ellas, lo que Pepe muestra fuera de casa, no es lo mismo que vivimos en el interior de nuestras paredes grandes y blancas, a veces siento que vivo en un manicomio.
Todo mi mundo se volverá de cabeza tras conocer al socio de mi esposo, tan diferente a lo que conozco de un hombre, Simon, así se llama el hombre que ha robado mi paz mental.
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Con el enemigo en casa.
El veneno de Catalina.
La mañana siguiente me desperté temprano, necesitaba conversar con Pepe a solas, así que baje a hacerle su desayuno preferido, pero nuevamente mi ilusión de sorprenderlo fue opacado por su madre, quien ya estaba junto a él en el comedor.
—La vida no se gana durmiendo, debes levantarte y luchar, estás no son horas de una mujer casada para levantarse— Catalina, siempre haciendo comentarios hirientes hacia mi persona.
—Buenos días, Pepe, ¿Cómo has dormido?— mi mirada se fue directamente hacia él, sin importarme las palabras de ella, mala idea.
—¿Quién te crees para ignorar a mi madre— Pepe se levantó y alzó su mano, por un momento pensé que me golpearía, pero la voz de Catalina lo detuvo.
—Basta, no empezaremos un mal día por culpa de esta— siempre refiriéndose a mi persona como un don nadie.
Ambos con la misma actitud, de tal palo, tal astilla.
Mi cuerpo tembló del miedo, ¿En qué se ha convertido mi esposo?.
—Pídele disculpas a mi madre—
Lo miré fijamente, nuestras miradas conectaron, le estaba suplicando que no me tratará así y mucho menos delante de ella, pero no fue suficiente, al ver cómo sus manos se tenzaron sobre la mesa, entendí que no soy más que un mueble más dentro de la casa para Pepe.
—Le pido disculpas por ignorarla— me rebajé a un punto en donde me sentí menos que nada.
Terminé sentada al lado de ellos, los oía conversar animadamente, felices y ajenos a mi dolor, tenía que comer, debía comer por nuestra salud, me obligue a hacerlo, aun cuando mi cerebro no quería procesar ni un solo bocado.
Ellos se levantaron y al ver qué él estaba ya vestido para salir, no pude evitar hablarle.
—Que tengas un bonito día Pepe — pude ver cómo arrugó sus cejas molesto y hasta hizo un gesto de desagrado.
No hubo una respuesta de su parte, solo salió de la casa, me levanté a mirar por la ventana y observé como abraza y besa a su madre para despedirse, cogí un par de frutas y corrí a mi refugio, una habitación llena de hermosos lienzos, me encanta pintar y lo menos que quiero ahora, es encontrarme a esa mujer.
Me encanta pintar, desde pequeña lo he hecho, me apasiona hacerlo y más ahora que estoy viviendo mi mejor momento.
Mientras tanto...
Pepe fue directamente a su empresa, un imperio que ahora era totalmente de él y por el cual había luchado y soportado.
Su asistente lo recibe animadamente.
—Buenos días, señor, veo que ha llegado muy animado el día de hoy— una hermosa joven que no pasa desapercibida a los ojos de Pepe, pero quién se cuida del más mínimo escándalo.
—Buenos días, preciosa, por favor un café doble— mientras le guiñe un ojo, todo un hombre amable y cariñoso con sus empleadas.
—Si señor—
La joven fue en busca del café para su jefe, mientras que Pepe dejó su chaqueta en el perchero, estaba a la espera de un nuevo socio, la victoria la tiene en sus manos, así que luego de seis años se sienta en su sillón con la mayor comodidad del mundo.
La joven regresó y lo vio ahí, tan hermoso, un hombre mayor para ella, pero con la picardía de seducir a cualquier mujer que se acerque a él.
—Aquí tiene señor, ¿Necesita algo más?— sus manos sudan de solo tener a ese hombre frente a ella.
—¿Cuánto tiempo tienes trabajando para mí?— le pregunto mientras se levanta y Camina alrededor de ella, la rodeo y luego fue directo a cerrar su puerta con seguro.
Al sentir como él pasa el seguro, ella no pudo evitar cerrar sus ojos, no era tonta y sabe lo que está por pasar.
—Un año señor— su voz nerviosa.
—Veamos que tanto has aprendido—
Coloco sus manos sobre sus hombros para hacerla girar, olio su cuello, aún dulce por su corta edad, paso su lengua hasta llegar a sus labios, como todo zorro viejo, apretó el cuerpo de la joven junto al suyo con fuerza, quería que sintiera la conexión del beso.
Pero, solo fue eso, Pepe sabe que ella no está ahí por deseo, es solo por interés, es por eso que la soltó y miro fijamente.
—¿Necesitas algo?— fue claro y directo.
La joven bajo su rostro apenada, acaso la ha descubierto.
—No señor, no necesito nada —
Pepe no bajo en ningún momento la mirada, —Entonces debes besarme cada vez que me veas, no puedes solo besarme sin deseo, necesitas conocerme y amarme, que supliques por mis toques—
Pepe es un hombre muy peculiar, de los que les gustan las súplicas y las mujeres sumisas, así como es el caso de Graciela, a quien enamoró por años hasta convertirla en un loca de su amor.
—Si señor, lo prometo— asustada huyo de la oficina de su jefe, una oportunidad para poder salir adelante de manera económica se le ha presentado, no le importa si deba utilizar su cuerpo para seguir escalando en la empresa y en su vida personal, tenía un objetivo claro, una casa para ella y su madre, un techo propio y eso sería solo una mínima cosquilla para la cuenta bancaria de su jefe.
Pepe se quedó ahí, mirando como la liebre huye, su deseo empezará a crecer cada día más.
Mientras que Graciela estaba escondida en su refugio, llenando su vida de color con cada pincelada.
Tenía la inspiración frente a ella.
—Tú puedes hermosa Graciela, tú puedes— dijo mientras empieza por un hermoso jardín lleno de lirios, con la musa dentro de ella.
Soportando a Catalina que constantemente tocaba a su puerta, más, sin embargo, ella no le abre la puerta, era su privacidad.
—Vamos busquen las llaves de esa maldita habitación — gritaba por toda la casa, ansiosa por saber qué esconde ella detrás de esas cuatro paredes.
Las empleadas paradas una al lado de la otra se miran, saben que es el único lugar en donde la señora de la casa puede conciliar la paz.
Pepe ahora se siente en las nubes con tanto halago que lo compara con el comportamiento de su madre y Graciela.