Una noche. Un desconocido. Y un giro que cambiará su vida para siempre.
Ana, una joven mexicana marcada por las expectativas de su estricta familia, comete un "error" imperdonable: pasar la noche con un hombre al que no conoce, huyendo del matrimonio arreglado que le han impuesto. Al despertar, no recuerda cómo llegó allí… solo que debe huir de las consecuencias.
Humillada y juzgada, es enviada sola a Nueva York a estudiar, lejos de todo lo que conoce. Pero su exilio toma un giro inesperado cuando descubre que está embarazada. De gemelos. Y no tiene idea de quién es el padre.
Mientras Ana intenta rehacer su vida con determinación y miedo, el destino no ha dicho su última palabra. Porque el hombre de aquella noche… también guarda recuerdos fragmentados, y sus caminos están a punto de cruzarse otra vez.
¿Puede el amor nacer en medio del caos? ¿Qué ocurre cuando el destino une lo que el pasado rompió?
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Capítulo 21: Herencia y escándalo
La mañana comenzó con un silencio inusual en la residencia Hunter. En las pantallas de televisión, en las portadas digitales de todos los medios, un mismo titular repetía con letras enormes:
“Exclusiva: Lían Hunter, heredero de la corporación Hunter Group, tiene hijos ilegítimos con una joven mexicana.”
Las fotos no tardaron en aparecer: una imagen borrosa de Ana caminando por un parque con Matías y Sofía, los mellizos que hasta ahora solo el círculo íntimo de Lían conocía. La noticia se propagó como fuego, y los comentarios de los medios se dividían entre escándalo, sorpresa y un morboso interés por el drama personal de uno de los hombres más influyentes de Nueva York.
El teléfono de Lían no dejaba de sonar, pero él lo ignoró. Estaba con Ana, preparando el desayuno para los niños, intentando mantener la normalidad por unas horas más. Sin embargo, la calma no duraría.
—Te buscarán, lo sabes —dijo Ana en voz baja, mientras los pequeños jugaban ajenos a todo.
—Lo sé —respondió Lían, con una mezcla de fastidio y resignación en los ojos—. Pero no te preocupes. Te protegeré, Ana. A ti y a nuestros hijos.
No tuvo que esperar mucho. A media mañana, el chofer de su familia apareció en la entrada del edificio con una instrucción clara: “El señor Hunter padre exige su presencia inmediata”.
Ana lo miró con preocupación.
—¿Estás seguro de que quieres ir?
—Debo hacerlo. Es mi padre. Y sé que esto no va a ser fácil.
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La mansión de los Hunter, ubicada en las afueras de Manhattan, tenía la misma frialdad que siempre había sentido desde niño. Enormes ventanales, pasillos silenciosos, paredes llenas de arte valioso pero sin alma. Lían caminó por ellos como si volviera a un campo de batalla conocido, aunque esta vez el enemigo no era un competidor… era su propio padre.
Lo encontró en la biblioteca, rodeado de libros antiguos y humo de cigarro. George Hunter era un hombre alto, de mirada implacable, rostro marcado por el poder y los años. Al verlo entrar, ni siquiera se levantó. Solo bajó lentamente el periódico donde el escándalo ocupaba toda la portada.
—¿Es esto cierto? —preguntó sin rodeos.
—Sí.
Un silencio tenso se apoderó del lugar. George dejó el periódico sobre el escritorio y se puso de pie.
—¿Estás consciente del daño que esto le hace a la imagen de la familia?
—Estoy consciente del daño que haría no reconocer a mis hijos —respondió Lían con firmeza.
—¿Y la empresa? ¿Y la junta directiva? ¿Crees que confiarán en un CEO que oculta hijos ilegítimos?
—¡No están ocultos! Solo protegí su privacidad.
George se acercó hasta quedar frente a él, su rostro endurecido por la rabia.
—¿Sabes cuántos años he trabajado para levantar este imperio? ¿Y tú lo pones en riesgo por una… una chica extranjera sin apellido, sin historia?
Lían apretó los puños.
—¡Esa “chica” es la madre de mis hijos! Es una mujer valiente, trabajadora, y me ha dado lo que tú nunca me diste: una razón para creer en algo más allá del dinero.
George lo miró con desdén.
—Si sigues con ella, te quitaré todo. El apellido, la empresa, el testamento. No permitiré que una vergüenza así arruine lo que construí.
Lían sostuvo su mirada con dureza.
—Entonces hazlo. No me interesa una fortuna que exige que niegue a mis propios hijos. No cambiaré a Matías, a Sofía, ni a Ana por tu dinero, padre. Ya no soy ese niño que trataste de moldear.
George, por primera vez, pareció tambalear. No lo admitió, pero algo en los ojos de su hijo le recordó al joven que alguna vez soñó con una vida propia antes de volverse piedra.
Lían se dio la vuelta.
—Te guste o no, soy padre. Y voy a estar con ellos. Si eso significa perder tu aprobación, estoy dispuesto a pagarlo.
Salió de la biblioteca con el corazón latiendo a mil. Por primera vez en su vida, había desafiado a su padre de frente. Y aunque sabía que las consecuencias serían duras, también sabía algo más importante: ya no estaba solo.
Tenía a Ana.
Tenía a Matías.
Tenía a Sofía.
Tenía, finalmente, algo por lo cual luchar.
me gusta él cuando se enteró se su embarazo no la rechazó a sido su apoyó