Su muerte no es un final, sino un nacimiento. zero despierta en un cuerpo nuevo, en un mundo diferente: un mundo donde la paz y la tranquilidad reinan.
¿pero en realidad será una reencarnación tranquila?
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Manitas de miel
El sol aún no se había alzado por completo cuando su madre entró en la cocina, llevando a Leo envuelto en una manta bordada con lirios plateados.
Hoy es un día especial.
El niño de ojos joyas color violeta y cabello especial cumplía un año.
La luz de las gemas encantadas sobre la chimenea titilaba suavemente, proyectando brillos violetas sobre las paredes de madera.
—Hoy es tu día, cariño —susurró ella con una sonrisa mientras lo sentaba en su silla alta.—.¿Estás listo para hacer tu primer pastel?
Leo miraba con ojos inocentes aplaudiendo con entusiasmo.
'¿Un pastel?, en mi vida pasada leí algo así en un libro pero, ¿que es?mmmmm nunca lo probé'
El pequeño leo ahora tenía mucha curiosidad.
—¡Mmmm! ¡mamama!- balbuceo.
—Eso significa “sí”, ¿cierto? —dijo mamá con una risita.
Ella sacó un gran cuenco y lo colocó sobre la mesa.
Luego, una a una, fue trayendo los ingredientes: el frasco de miel brillante, la jarra de leche templada, los huevos de gallina, la harina que olía a trigo recién molido, canela, mantequilla y por supuesto fruta.
—Vamos, bebé ayúdame —le dijo, dándole una cucharita de madera diminuta.
—¡Ba! —exclamó, tocando con una manita la harina, sin perder esa chispa de curiosidad que siempre le brillaba en los ojos.
Mientras tanto, con la otra manita, sostenía con fuerza la cuchara grande de madera, como si fuera un tesoro digno de un rey.
Poco después.
Él hundió la cuchara directo en la harina, y una nube blanca se alzó en el aire como un pequeño hechizo descontrolado.
—¡Aah! —exclamó, riéndose mientras la harina le cubría la nariz y el cabello.
Mamá se rió también, y con un gesto suave de su dedo, limpió el aire con una pequeña brisa.
—No importa… los mejores pasteles se hacen con un poco de desastre.- dijo vertiendo harina en el cuenco.
Luego, mamá tomó un huevo con una mano, lo sostuvo en el aire unos segundos, y lo miró con una sonrisa.
Leo, desde la mesa, lo observó con los ojos bien abiertos.
Su curiosidad brilló al ver ese objeto liso y redondo, tan distinto a todo lo que conocía.
En su mundo un huevo era el doble o aveces hasta el triple de grande, aparte que eran de algunos monstruos que hacían su nido allí y era bastante difícil exterminarlos.
Alargó su manita y la posó sobre el huevo, con ese gesto suave y torpe que tenían todos sus movimientos.
Mamá no apartó el huevo. Al contrario, tomó con cariño su pequeña mano y la colocó junto a la suya.
—¿Quieres ayudarme? Muy bien, juntos —susurró.
Leo parpadeó asombrado.
Movió los deditos con lentitud, como si aún no confiara en ese extraño objeto
—Despacito…
¡CRACK!.
La cáscara se hundió con más fuerza de la esperada y un poco de clara cayó sobre su mano.
El bebé se sorprendió al ver tal escena.
—¡Oh cielos! —rió —. Muy fuerte. ¡Eres un pequeño cocinero en potencia!
El niño la miró, confundido… y luego se chupó la clara de la mano.
—¡No, no! ¡Eso va en el pastel, no te lo puedes comer crudo! —dijo mamá, limpiando el huevo que tenía en mis manos.
Después llegó el turno de la miel.
Ella abrió el frasco, y la fragancia llenó la cocina.
—Esta miel viene de las abejas del bosque. Las abejas solo recolectan el néctar de flores que han sido bendecidas por la luna.-dijo mientras tomaba un poco para después agregarla en el cuenco.
El niño metió su dedo en el frasco antes de que ella pudiera detenerlo, y luego lo llevó directo a su boca.
—¡Daaaa! —dijo con una sonrisa resplandeciente. 'Es muy dulce, nunca había probado algo asi'.
( nota:los bebés no pueden comer miel, pero aquí si jdjdj)
—jajaja — mamá soltó una pequeña risa ante la reacción del pequeño al probar por primera vez la miel—. Ahora revuelve conmigo.
Ambos tomaron la cuchara grande, y con su ayuda, él comenzó a mover la mezcla con esfuerzo, haciendo que la parte salpicara fuera del cuenco.
Mamá no se enojó, solo lo abrazó por detrás y siguieron juntos, mientras cantaba bajito una antigua canción de cumpleaños que solo ella sabía.
—Un año de luz, un año de flor, que el mundo celebre tu mágico color,.......
Cuando la masa estuvo lista, vertieron todo en un molde redondo de hierro, y mamá hizo un gesto con los dedos.
Unas pequeñas llamas color celeste danzaron dentro del horno, calentando la mezcla.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó en voz alta, sabiendo que él no respondería… pero aún así lo hizo.
El bebé levantó los brazos y dijo:
—¡daaaa!
Mamá lo tomó y lo cargó en brazos.
—Ahora esperamos… y juguemos un poquito.
Giraron despacio en el centro de la cocina, con su vestido flotando como hojas suaves, mientras las pequeñas luces de colores que creo brillaban al ritmo de sus risas.
El olor del pastel empezó a llenar el aire: cálido, dulce, acogedor.
Cuando estuvo listo, lo sacaron y mamá lo decoró con crema batida con esencia de flores.
El niño intentó poner las frutillas encima, pero terminó comiéndose dos en el proceso.
—Eres mi mejor ayudante, aunque travieso —le dijo ella, mientras le limpiaba la boca con un paño blanco.
En lugar de una vela, mamá conjuró una pequeña esfera de luz dorada. Flotaba sobre el pastel, girando despacito.
—Puedes pedir tu deseo, cariño —susurró.
Él no sabía por qué debería pedir un deseo, pero estiró la mano… y la luz se posó suavemente en su dedo y el pensó en su deseo, poco después la luz desapareció sin dejar rastro.
Mamá cortó una rebanada pequeña de pastel, tibio y dulce, con los bordes dorados y el aroma suave de miel y canela llenando la cocina.
Desmenuzó un pedacito con el tenedor acercarlo a la boquita del bebe.
—Aquí tienes, cielo. Tu primer bocado —dijo con una sonrisa suave.
El bebé se inclinó hacia adelante, curioso.
Olfateó primero, como siempre hacía, era un hábito que tenía y luego abrió la boca con confianza.
Al probarlo, su gesto se quedó en suspenso.
Se detuvo a saborear, masticando lentamente con sus encías, como si intentara entender aquello que llenaba su boca.
Sus ojos se agrandaron y sus mejillas se inflaron un poco, como si quisiera guardarlo para siempre.
Y de pronto… sonrió.
Una sonrisa ancha, brillante, con restos de pastel en las comisuras y un brillo puro en la mirada.
—¡Mmm! —soltó, dando un golpecito con la mano en la bandeja frente a él—. ¡Ta! ¡Mamá! ¡Mmm!
Aunque ya sabía pronunciar algunas palabras era más fácil balbucear.
Mamá se llevó las manos a la boca y rió, feliz, con los ojos humedecidos por una ternura que le apretó el pecho.
—¿Está rico, mi pequeño soñador? —dijo mientras limpiaba suavemente su barbilla—. Me alegra tanto que te guste…
El bebé, todavía saboreando, estiró sus manitas hacia el plato.
No sabía pedir con palabras, pero su intención era clara.
Y así, entre migas, babas y carcajadas, su mamá le dio otro pedacito, pensando que jamás olvidaría ese momento.
Su primer pastel.
El cumpleaños que celebro por primera vez en sus dos vidas.
Leo se sentía muy feliz y dichoso, se sentía muy afortunado de tener un hogar cálido.
El bebé, satisfecho tras comer un par de bocados más, jugaba con una frutilla que había rodado hasta el borde de la bandeja.
La aplastaba con los dedos y se reía solo, encantado con la sensación pegajosa en su piel.
—Ya no es solo leche —murmuró mamá, mirándolo con un orgullo que le apretaba el corazón—. Ahora comes tu papilla, un poquito de pastel, aplastas la fruta, metes las manos en todo…
Su voz bajó de tono.
Lo observó en silencio por un momento, como intentando guardar cada detalle en la memoria: sus mejillas redondas, su cabello despeinado, esos ojos que la miraban con confianza absoluta, como si no existiera otro lugar más seguro que estar con ella.
'Hace un año… no sabía si iba a poder contigo' —penso—. 'No sabía si iba a poder manejar esto sola. Pero tú me hiciste fuerte sin decir ni una palabra.'
El niño se volvió hacia ella, dejando la frutilla aplastada, y gateó hasta su regazo.
Se acomodó allí como si siempre hubiera pertenecido en ese rincón, con la cabeza apoyada contra su pecho y un suspiro pequeñito escapando de su boca.
—¿Estás cansado, mi amor? —preguntó con dulzura, aunque ya conocía la respuesta.
Él no contestó, pero su cuerpecito ya empezaba a relajarse.
Cerró los ojos a medias y se chupó el pulgar con lentitud, como si el sabor del pastel aún estuviera en su lengua.
Mamá caminó hacia la habitación donde dormíamos, con sus pasos lentos y medidos, cuidando de no despertar del todo la paz que ya caía sobre ambos.
La luz de la tarde se filtraba por la ventana, dorada y suave, como si el mundo también estuviera bajando la voz.
Cuando llegamos, se sentó en el borde de la cama y me sostuvo un momento más, mirándome con esa expresión que solo usan las madres cuando el amor les llena tanto el pecho que casi duele.
Luego, se recostó conmigo entre los brazos, y nos acomodamos sobre las sábanas frescas, hechas a mano.
—Hoy fue un gran día, ¿verdad? —susurró, como si el silencio mismo le respondiera.
Colocó una manta liviana sobre ambos.
Era suave y olía a lavanda seca.
Yo ya parpadeaba lento, con el pulgar cerca de la boca y las manitas cálidas bajo mi barbilla.
Mamá me abrazó sin apretar, con ese calor que no pesa, pero lo llena todo.
Acarició mi cabello, que empezaba a crecer más largo, y dejó un beso silencioso en mi frente.
—Feliz cumpleaños, Leo, hoy cumples un año… y yo también —susurró—. Un año siendo tu mamá.
El niño ya dormía.
Su respiración era tranquila, pausada, y su manita seguía aferrada a un trocito del delantal como si temiera soltarse del todo.
Mamá apoyó la mejilla sobre su cabecita y cerró los ojos también.
Y así, entre migas dulces y la luz dorada de la tarde que se colaba por la ventana, madre e hijo se quedaron dormidos.
Un pequeño soñador sin saberlo, y una madre deseando que el tiempo pudiera detenerse justo ahí.
Porque en ese instante… todo estaba bien.
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