Cuando el exitoso y temido CEO Martín Casasola es abandonado en el altar, decide alejarse del bullicio de la ciudad y refugiarse en la antigua hacienda que su abuela le dejó como herencia. Al llegar, se encuentra con una propiedad venida a menos, consumida por el abandono y la falta de cuidados. Sin embargo, no está completamente sola. Dalia Gutiérrez, una joven campesina de carácter firme y corazón leal, ha estado luchando por mantener viva la esencia del lugar, en honor a quien fue su madrina y figura materna.
El primer encuentro entre Martín y Dalia desata una tormenta: él exige autoridad y control; ella, que ha entregado su vida a la tierra, no está dispuesta a ceder fácilmente. Así comienza una guerra silenciosa, pero feroz, donde las diferencias de clase, orgullo y heridas del pasado se entrelazan en un juego de poder, pasión y redención.
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Capitulo 16
Los Puentes llegaron a la hacienda en medio de una tarde cálida, con el cielo teñido de un azul profundo que contrastaba con el verde intenso de los campos. Martín los recibió en la entrada principal, intentando esconder la tensión que se le marcaba en la mandíbula. Había sido él quien, tragándose sus celos y orgullo que se había comunicado con el señor Demetrio Puentes para invitarlo a comer. Ahora los veía llegar con Rodrigo al frente, y sintió cómo una punzada le atravesaba el pecho al ver cómo Dalia lo abrazaba con afecto. Ella le había dicho que Rodrigo solo era un amigo, que conocía su lugar, pero Martín no podía evitar leer otra cosa en esos gestos. Había algo en la manera en que se miraban, en cómo se reían juntos, que le revolvía el alma.
Martín apretó los puños y respiró hondo. Ahora tenía dos batallas que librar: una por sus tierras, y otra por el amor de Dalia. Sí, porque ella es, y será su esposa, pensó con firmeza.
El señor Demetrio bajó de su camioneta con paso firme y sonrisa afable. Al ver a Martín, alzó las cejas con sorpresa.
—Vaya, pensé que me reuniría con Augusto, tu padre y viejo amigo mío —dijo mientras le estrechaba la mano con fuerza—. Pero me alegra ver que quien nos recibe es el chico que se fue hace años y que ahora regresa convertido en todo un hombre de negocios. Me da gusto verte así, Martín.
—Gracias, don Demetrio. Para mí es un honor tenerlos en la hacienda.
Durante la comida, las risas y las anécdotas de antaño lograron disipar un poco la tensión inicial. Dalia se mostraba atenta con todos, sirviendo con delicadeza y participando en la conversación, mientras Martín no dejaba de observar cada movimiento entre ella y Rodrigo. A pesar de su incomodidad, se mantuvo cortés y sereno.
Al finalizar, los hombres se dirigieron al despacho. La puerta se cerró tras ellos, dejando afuera los murmullos y el aroma del café recién servido.
Martín se acercó a una vitrina de madera tallada, sacó una botella de tequila añejo y sirvió tres tragos.
—Por favor —dijo tendiéndoles los vasos—. No hay mejor forma de hablar de negocios que con un buen trago entre las manos.
—Eso sí que no ha cambiado —sonrió Demetrio, tomando su vaso —como en los viejos tiempos, eres igual que tu padre, atento y serio a la vez... No cabe duda eres la copia exacta de mi buen amigo.
Martín alzó el vaso.
—A su salud... y al futuro de nuestras tierras.
Rodrigo lo imitó.
—Y a la verdad, que ya es hora de sacarla a la luz.
Los tres bebieron. Después, Martín se acomodó tras el escritorio y habló con tono firme.
Martín se puso serio.
—Quiero hablarles de lo que hemos estado viviendo últimamente aquí en la hacienda. La situación con los Montalvo se está volviendo insostenible. Han intentado intimidarnos, sabotear nuestras tierras… y no puedo quedarme de brazos cruzados.
—No les voy a mentir. Las cosas en la hacienda han estado tensas. Ellos no se han quedado quietos.
Don Demetrio asintió, cruzando las manos sobre su bastón.
—He escuchado rumores. Y no me gusta lo que se dice. Nosotros también hemos tenido ciertos inconvenientes, aunque más sutiles. Pero no podemos ignorarlo.
—Por eso —continuó Martín— estoy trabajando con mis abogados. Estamos levantando documentación, reuniendo pruebas. Y quiero poner a su disposición a mi equipo legal. Propongo que nos unamos, que formemos una alianza. Juntos podremos enfrentar a los Montalvo con más fuerza.
Demetrio asintió y miro a Rodrigo su hijo.
—He sentido lo mismo. Gente que se va sin explicación, negocios que se caen de la noche a la mañana. A mí también me han tocado la puerta... o mejor dicho, han intentado cerrármela.
—Por eso quiero proponer algo más allá de palabras —continuó Martín —Hay que unirnos, esta alianza entre nuestras haciendas nos beneficia. Yo pongo a disposición a mis abogados, mi gente y todo lo que esté en mis manos. Pero si estamos divididos, los Montalvo seguirán ganando.
Rodrigo, que hasta entonces había permanecido callado, se inclinó un poco hacia adelante.
—Agradezco la confianza, Martín. Y estoy de acuerdo contigo. Además, propongo algo más: hablar con otros rancheros del pueblo. Sé bien quiénes han tenido enfrentamientos con los Montalvo. Algunos han preferido callar por miedo, pero si les damos una razón para creer que no están solos... podríamos sumar más apoyo. Rodrigo se inclinó hacia adelante.
—Y si me permiten... yo podría hablar con varios rancheros que también quisieran arreglar los asuntos con los Montalvo. Gente que está esperando una chispa para reaccionar. Podemos unir más voces.
Demetrio lo miró con aprobación.
—Este joven tiene carácter, y me consta que sabe cómo llegar a la gente.
Martín lo miró fijamente. Por primera vez en mucho tiempo, no vio a un rival, sino a un posible aliado.
—Hazlo, Rodrigo. Ve y habla con ellos. Pero con discreción. No podemos arriesgarnos a que se enteren antes de tiempo.
Don Demetrio sonrió levemente.
—Parece que este encuentro era más necesario de lo que pensábamos.
Martín miró a los dos, luego se puso de pie y alzó su vaso medio vacío.
—Entonces, ¿tenemos un trato?
Demetrio se levantó también, sin dudarlo.
—Por mi parte, claro que sí. Esto ya no es solo un conflicto de tierras. Es por el respeto, por nuestras familias, por lo que construimos con nuestras propias manos.
Rodrigo alzó su vaso también.
—Y por los que vienen después. Que sepan que no nos dejamos arrebatar lo nuestro.
Los tres chocaron sus vasos. El sonido fue seco, como una promesa sellada.
Los tres hombres se miraron con determinación. Afuera, el viento movía las ramas de los árboles como si también susurrara una advertencia. Se acercaban tiempos difíciles, pero ahora sabían que no estarían solos.
Ya en la entrada principal, mientras los caballos eran preparados, Demetrio se acercó a Martín.
—Tienes mucho de tu padre... pero más aún, tienes algo propio. No dejes que el orgullo te nuble. Confía en los que están contigo.
—Gracias, señor Demetrio —respondió Martín con un leve asentimiento—. No voy a fallarles.
Rodrigo montó su caballo y miró hacia donde estaba Dalia, que ahora charlaba con la señora Elena.
—Cuídala —le dijo a Martín sin voltear la vista—. Es una buena mujer.
—Lo sé —contestó él con voz firme—. Y algún día será mi esposa.
Rodrigo lo miró, luego asintió, dándole la razón sin discutir.
Cuando se alejaron entre la polvareda del camino, Martín se quedó observando el horizonte, con el vaso aún en la mano. No estaba solo. Y eso, en medio de la tormenta que se avecinaba, era su mayor ventaja.
Después de que los Puentes se marcharon, Dalia entró al salón acompañada de la señora Elena. Él se acercó a ella con el ceño ligeramente fruncido, aún procesando todo lo que habían hablado momentos antes.
—Tenemos que hablar —dijo Martín en voz baja, guiándola hacia una de las sillas junto a la chimenea—. Se viene algo grande, Dalia. No podemos quedarnos de brazos cruzados.
Dalia lo miró con atención, su rostro sereno pero firme.
—¿Qué pasó? —preguntó, sentándose con elegancia, como si ya intuyera la gravedad del asunto.
Martín se pasó una mano por la nuca y comenzó a contarle los detalles: la conversación con los Puentes, la tensión que aún flotaba en el ambiente, y sobre todo, la propuesta de formar una alianza con otros rancheros para hacer frente a lo que se avecinaba.
—No podemos enfrentarlos solos. Pero si nos unimos con los demás, si hacemos frente común, tendremos una oportunidad. Ya hay algunos que están dispuestos —dijo con determinación.
Dalia lo escuchó con atención, sin interrumpir. Al final, asintió con firmeza, sus ojos brillando con una mezcla de orgullo y decisión.
—Entonces vamos a hacerlo, Martín. No pienso quedarme mirando cómo destruyen lo que tanto trabajo nos ha costado levantar. Si hay que luchar, lucharemos. Pero no lo haremos solos.
Martín le dedicó una leve sonrisa, sintiendo en ese instante que no había mejor aliada que ella.
quedo al pendiente de tu próxima aventura
Ojalá que no haya sido Martín de pequeño quien haya provocado el incendio y ese sea uno d los secretos y que por eso Martín tenga sus vacíos sin entender !!