Bertha

Bertha estaba fastidiada, los niños no dejaban de llorar y pelear, Cristina lloraba mucho...

Además, los mayores querían que los ayudara con la tarea.

Ella trataba de estar para ellos, pero la exasperaban.

¡Niños! ¡Ya basta!, dejen de pelear.

Los niños no entendían y, aunque ella no hubiera querido agarró una chancla y los azotó a los tres mayores.

La lloradera se hizo más fuerte, Bertha se encerró en su cuarto no quería oír más a esos escuincles.

Luego tomó a los tres niños y los fue a encerrar a su cuarto poniéndoles llave, cargó a Cristina y la llevó con ella al cuarto.

Tiempo después los tres niños dormían plácidamente, al parecer estaban cansados.

Solo así Bertha pudo descansar y se echó el sueño también.

Como Cristina vio que estaba dormida su mamá y estaba todo en silencio optó por dormirse también.

Una hora después, Bertha se despertó y fue a preparar la comida, por fin había descansado.

Así era la vida de Bertha en un día normal.

Extrañaba mucho a su esposo.

Después de que los niños comieron ayudó a hacer la tarea a los dos mayores.

Y también le hizo un trabajo manual a Berenice que le habían encargado en el kínder.

Los días se pasaron muy lentos, ella soñaba a su esposo de regreso.

Pero él se encontraba en el extranjero arreglando algunos problemas de la empresa.

Ni por asomo imaginaba que algún día Marco entraría en su vida.

Marco, un adolescente de apenas 16 años que despuntaba a la vida.

Ella, una mujer de 38 años que luchaba contra el recuerdo de su esposo que aún no llegaba.

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Marco conoció a una chica que también era una callejera (en el buen sentido de la palabra, por supuesto).

Y tú, ¿qué haces aquí, no tienes familia?, le preguntó Marco.

Sí, pero mis padres me pegaban mucho que decidí escapar.

Me llamo Marco, ¿y tú?

Juanita, pero tú me puedes llamar Juany.

A partir de ese día se hicieron grandes amigos.

Como la chica era muy linda, Marco no pudo evitar cortejarla.

El de 16 ella de 15 no duraron en entregarse al amor.

Debajo de un puente escondido a la vista de todos se entregaron a la pasión.

Luis se tuvo que quedar afuera para no ver lo que estaba pasando.

Rato después, ambos personajes se levantaron satisfechos de lo que habían hecho.

Juanita tuvo que aprender a cocinar dadas las circunstancias y preparó un rico aperitivo para tres.

Poco después los tres comían con voracidad.

Qué bárbara, Juanita, qué rica está tu comida.

Oye, ¿crees que tu mamá te eche de menos?, preguntó Marco.

Tal vez sí, pero es tan orgullosa que prefiere ocultar sus sentimientos antes que delatarse.

Tal vez podamos entrar esta noche por la puerta de atrás para sacar algo de ropa tanto para ti como para nosotros, ¿cómo ves?

Sí, iremos, tengo dos primos más o menos de su edad, igual y les puedo robar algunas prendas.

Ya está, porque estas que tenemos ya están muy sucias y no hay dónde lavarlas.

Así los tres esperaron a que llegara la noche, llegaron a la casa de ella y con mucho cuidado entraron por la puerta de atrás, más bien entró ella sola.

Tomó una bolsa que su mamá tenía guardadas del mercado y echó varias prendas.

Cuando quiso salir de la cocina, un frasco de mermelada cayó de la encimera al piso.

Salió lo más rápido que pudo.

Rápido, vámonos, mi mamá se dio cuenta de que alguien estaba ahí, antes de que nos vea.

Los tres chicos corrieron a lo que daban sus pies.

La señora se levantó a ver qué se había escuchado, pero no había nadie. Sin embargo, la mermelada estaba en el suelo.

Qué raro, alguien vino, estoy segura, se dijo. ¿Acaso será Juanita?

Rápidamente, corrió hacia afuera, pero no vio absolutamente a nadie. Todo estaba en completo silencio.

La mamá de Juanita había levantado una denuncia pero nunca dieron con ella de eso ya hacía tres meses que la chica había desaparecido.

Desde que su hija se fuera ella ya no estaba tranquila al fin comprendía lo mucho que la amaba.

Su esposo la tranquilizó... cálmate, mi amor. De seguro fue el viento.

No hay viento. Estoy segura que vino Juanita, algo se llevó. Dios mío, ¿dónde estará mi hija?

Así las cosas, Marco, Luis y Juanita llegaron al puente que fungía como su escondite.

Ahí se cambiaron de ropa, y la que tenían puesta la dejaron ahí mismo.

A Luis le quedó un poco grande el pantalón, pero aún así se lo puso.

Jajaja, ahora sí que te ves bien chaparro, más de lo que ya eres hermano. Jajaja.

Bueno, ya déjalo, aunque le quede grande está mejor así que con toda la ropa sucia, dijo Juanita.

Es una broma, hombre, no pasa nada.

Dos días estuvieron ahí escondidos; Marco y Juanita aprovechaban la oportunidad para entregarse el uno al otro.

Por fortuna, Juanita, además de la ropa había sacado algo de comida.

Con eso tuvieron para los dos días.

Juanita, me gustó mucho estar contigo, pero nosotros debemos irnos para otro lado.

¿Por qué? ¿Y ahora qué voy a hacer yo sola?

Mira, yo conozco un convento, te puedo llevar ahí, si gustas. Ahí hay comida y ropa para todos los niños, estarás bien.

Está bien, tal vez regrese a mi casa, creo que ya fue suficiente lección para mi madre.

Eso me parece bien, no es justo que una niña tan hermosa como tú ande vagando por las calles.

Gracias por los momentos de felicidad que me diste y espero no quedar embarazada.

Marco tragó saliva. No sabía o más bien no estaba seguro de cómo se hacían los bebés.

No era su culpa nadie le había enseñado.

Bueno, esperemos que no, no te preocupes.

La felicidad de los padres de Juanita fue enorme al verla regresar.

Le prometieron que nunca más le volverían a pegar y la volvieron a meter a la escuela.

Ese episodio de Juanita había llegado a su fin.

Los tres se pidieron perdón, fue muy emotivo todo.