Soy Graciela, una mujer casada y con un matrimonio perfecto a los ojos de la sociedad, un hombre profesional, trabajador y de buenos principios.
Todas las chicas me envidian, deseando tener todo lo que tengo y yo deseando lo de ellas, lo que Pepe muestra fuera de casa, no es lo mismo que vivimos en el interior de nuestras paredes grandes y blancas, a veces siento que vivo en un manicomio.
Todo mi mundo se volverá de cabeza tras conocer al socio de mi esposo, tan diferente a lo que conozco de un hombre, Simon, así se llama el hombre que ha robado mi paz mental.
NovelToon tiene autorización de Meche para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El aroma de los celos
Un secreto por descubrir.
Graciela había entrado como nunca Yolanda la había visto, murmurando para si misma, enojada hasta el punto que una grosería salió de su boca.
—¿Señora, está bien? —preguntó Yolanda con voz apacible, al ver a Graciela subir las escaleras refunfuñando con una mirada extraviada.
La señora de la casa no respondió. Caminaba con pasos decididos y torpes a la vez, como si cada escalón que subía fuese una sentencia que acumulaba rabia, confusión y una tristeza que no sabía cómo expresar. La nota, cuidadosamente envuelta en el elegante ramo de flores que había llegado, todavía pesaba en su mente como una roca.
"Señora Benítez, reciba mis más sinceras disculpas por lo sucedido durante la gala. Espero tenga la cortesía de aceptar estas flores como una muestra de consideración. Me encantaría poder conocerla personalmente. Atentamente, Simón Ferrero."
Aquel mensaje fue directo a su corazón. Graciela no era tonta. Con los años había aprendido a leer entre líneas, a intuir lo que no se decía. Esa nota era un cuchillo cubierto de flores, un golpe bajo disfrazado de cortesía.
Entró en su habitación y cerró la puerta tras de sí con más fuerza de la necesaria. Se quitó la bata y la lanzó sobre una silla sin cuidado. Caminó hasta el espejo, se miró por unos segundos, y luego bajó la mirada. No quería llorar. No ahora.
—No quiero hablar, Yolanda. Solo necesito estar sola. —dijo finalmente, con un tono tan seco que hasta ella misma se sintió extraña.
La mujer mayor se detuvo en la puerta. Dudó un instante, pero no insistió. Conocía bien a Graciela. Ella no era de perder los estribos. Si lo hacía ahora, era porque algo se había roto dentro de ella.
—¿Quiere que le traiga un té? ¿Alguna infusión para calmarse?—
—No quiero nada, Yolanda. Estoy bien. Solo necesito descansar.—repitió Graciela, esta vez con una voz más baja, como si la energía le abandonara de golpe.
Yolanda la miró desde la puerta, sin moverse. Observaba con preocupación esa figura elegante, pero ahora herida, sentada al borde de la cama, con las manos en las piernas, las uñas presionando la tela de su pijama como si quisiera rasgarla.
—Señora, acaba de despertar. No ha desayunado —dijo finalmente Yolanda, usando su tono más suave, aquel que utilizaba cuando los niños de la casa se enfermaban.
Fue entonces cuando Graciela pareció volver en sí. Su mirada se volvió hacia ella, cansada pero lúcida. Tenía razón. No estaba sola. No debía estarlo.
Y no por ella… sino por lo que ahora llevaba dentro. Aquel pequeño secreto que aún no se atrevía a compartir, ni siquiera con su esposo.
—Perdona, Yolanda. Tienes razón. Solo… es algo que me tiene mal —respondió mientras se incorporaba lentamente.
Hizo una pausa, respiró profundo, y se levantó.
—Prepara el jardín. Llamaré a una amiga. A ver si puede venir a desayunar conmigo. Espera, ya te confirmo—
Sacó el móvil de su bolso y buscó en la agenda. Necesitaba hablar con alguien. Necesitaba sentirse escuchada, aunque no pudiera decirlo todo. Marcó el número de Marilú, su amiga de siempre, esa con la que podía tomar café y llorar sin temor a ser juzgada.
Bastaron dos tonos para qué Marilú contestará.
—Buenos días, Graciela linda. ¿Cómo estás? Tiempo sin escuchar tu voz —respondió la voz al otro lado de la línea, cálida pero alerta.
—Perdona que te llame tan temprano. Solo quería saber si puedes venir a desayunar conmigo—
Marilú se quedó callada por un momento. La intuición le dio un golpe en el pecho. Esa llamada no era casual. Graciela estaba sospechando algo.
—Ay, amiga… justo hoy tengo un compromiso con mi esposo, no voy a poder. Pero prometo hacer un espacio esta semana y visitarte, ¿sí? —
Graciela cerró los ojos. La negativa le cayó como un jarro de agua fría. Quiso preguntar si ella asistió a una gala. Quiso decirle que sabía. Que lo sentía.
Pero no dijo nada.
—No te preocupes. Disculpa a mí por llamar así —respondió, forzando la calma mientras su estómago se revolvía.
Colgó la llamada sin esperar más.
Yolanda la observaba desde el umbral de la puerta. Conocía ese gesto. Esos ojos. Estaban a punto de desbordarse.
—¿Bajamos? La acompaño a desayunar —sugirió con dulzura.
Graciela asintió en silencio.
Bajaron juntas al comedor, pero Graciela se llevó su móvil con ella. No dejaría de buscar respuestas. No hasta saber quién estaba en esa gala y por qué su nombre estaba envuelto en algún altercado.
El jardín lucía espléndido esa mañana. Yolanda se había esmerado en acomodar la mesa con flores frescas, frutas cortadas, jugos naturales y una tetera humeante.
Graciela se sentó bajo la pérgola cubierta de enredaderas. El sol apenas acariciaba su rostro. Sus manos estaban cruzadas sobre el regazo, aunque temblaban levemente.
—Le traje tostadas y huevo como le gusta. Si quiere otra cosa, dígamelo—
—Así está bien, gracias, Yolanda—
El silencio fue largo. Solo el canto de los pájaros y el vaivén del viento en los arbustos se colaban entre ellas.
Graciela tomó su móvil de nuevo y buscó en la agenda algo más. Revisó redes, buscó nombres, rastreó movimientos. ¿Quién más podría estar en esa gala? ¿Quién enviaría flores con un mensaje tan provocador? ¿Quen era ese hombre de las disculpas?
Fue entonces cuando leyó algo en una de las publicaciones de sociedad que le heló la sangre.
Cena de Gala — Círculo Privado de Jóvenes Empresarios, Hotel Amarant. Entre los asistentes confirmados: Pepe Benítez CEO de Benítez Tech…
Graciela dejó lentamente el teléfono sobre la mesa. Su corazón golpeó fuerte. Las piezas empezaban a encajar.
¿Pepe había asistido a esa gala? ¿Él… había estado en ese hotel esa anoche?
El estómago se le revolvió.
—Yolanda… ¿viste salir a Pepe hacia una gala?
—No, señora. A veces se encierra en su estudio, pero no lo he visto con algún atuendo diferente a los diarios—
Graciela asintió sin hablar. Dio un pequeño sorbo a su té. El sabor le pareció amargo.
Recordó que la última vez que Pepe la llevó a una gala fue hace más de un año. Desde entonces, todo eran juntas, viajes de trabajo, cenas con clientes… pero nunca con ella.
¿Y ahora asistía a una gala privada, solo?
O peor… ¿acompañado de alguien más?
Le vino a la mente el perfume en su saco hace dos noches, uno floral, joven, con notas de vainilla y frutos rojos. No era suyo. Ella no usaba nada tan dulce.
Graciela se levantó de la mesa de golpe.
Pepe ahora se siente en las nubes con tanto halago que lo compara con el comportamiento de su madre y Graciela.