Su muerte no es un final, sino un nacimiento. zero despierta en un cuerpo nuevo, en un mundo diferente: un mundo donde la paz y la tranquilidad reinan.
¿pero en realidad será una reencarnación tranquila?
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Pequeña luz
Ya han pasado tres meses desde que llegué a este mundo.
Sí, tres meses desde que nací con este pequeño cuerpo indefenso, envuelto en suaves mantas y con una voz que apenas puede hacer más que llorar.
Aunque no puedo hablar ni moverme con libertad aún, mi mente… sigue siendo mía aunque he olvidado algunas cosas de mi vida anterior.
También he estado observando mi entorno.
Mis ojos, aunque al principio sólo veían sombras y luces difusas, ahora empiezan a enfocarse mejor.
Ya distingo los colores suaves de las cortinas, los cabellos de mi madre y la forma borrosa de su sonrisa.
Puedo seguir su rostro cuando se inclina sobre mí, y ya reconozco su voz incluso antes de que aparezca.
Mi oído también se ha agudizado: escucho el crujir de la madera bajo sus pasos, la forma en que contiene la respiración cuando se asusta, y los susurros que lanza al viento cuando cree que estoy dormido.
Pero estoy seguro de algo.
Mamá… mamá está huyendo de algo.
Lo he notado en la forma en que se sobresalta cada vez que alguien toca la puerta.
En cómo nos cambia de lugar cada pocas noches, nunca durmiendo dos veces seguidas en la misma habitación. He aprendido a leer su angustia en sus gestos, en cómo aprieta los labios cuando cree que no la veo. A veces, cuando la luna brilla con fuerza, se sienta a mi lado y llora en silencio, como si sus lágrimas pudieran protegerme de lo que teme.
Las mayoría de veces termino con una fiebre muy leve, pero al poco tiempo se me quita rápidamente.
No sé qué o quién la persigue, pero sé que es real.
Tan real como mi despertar en este frágil cuerpo de bebé. Y aunque mis manos tiemblan al intentar cerrarse en puños diminutos, y mis piernas apenas responden, hay una promesa ardiendo en mi corazón infantil: algún día creceré, y cuando lo haga, protegeré a mamá como ella me ha protegido.
Mamá me acuna en sus brazos.
Sus ojos están cansados, pero me sonríe como si yo fuera su único pedazo de paz.
Me gusta cuando hace eso.
Me hace sentir seguro.
—Ay, cariño… —susurra mientras acaricia mi mejilla con los dedos tibios—. Hoy fue un día difícil, ¿sabes?
Yo la miro. No entiendo todo lo que dice, pero su voz me llega suave, como un arrullo.
Quiero decirle que la escucho, que estoy aquí, que no está sola.
Mis labios se abren y dejo salir un leve “ah… guh…”
Ella ríe bajito.
—¿Tú también lo sentiste, verdad? Eres muy listo… —me besa la frente—. Perdón por tener que movernos tanto. Es que… hay gente mala, cariño. Pero no dejaré que te encuentren, lo prometo.
“Baaa… maaa…” trato de decirle su nombre. O al menos eso intento.
Sus ojos se llenan de lágrimas.
—Mi bebé hermoso… —susurra con la voz temblorosa—. Gracias por llegar a mi vida. Si no fuera por ti, no sé si habría tenido fuerzas para seguir.
No sé por qué llora. Pero el calor de su pecho, el ritmo de su corazón, su aroma… todo eso me dice que está triste, y a la vez feliz. Y me hace desear, con todo lo que soy, poder abrazarla fuerte algún día.
Por ahora, solo puedo alzar una manito torpe y dejarla caer sobre su brazo.
Ella me aprieta contra su pecho.
—Ya casi es hora de irnos de nuevo. Pero esta vez será un lugar más seguro… lo prometo, estaremos más tiempo allí.
No entiendo mucho, pero entiendo esto: estamos huyendo. Pero también… estamos juntos.
Al día siguiente ya estábamos en otro lugar.
No sabia como mamá era tan rápida en cambiar de lugar, tal vez algún día sabría cómo lo hace.
El sol entra en la habitación pequeña .
Mamá se ha levantado temprano, como siempre, para preparar lo poco que tenemos.
Yo estoy acostado en la cuna, mirando el techo con mis ojos cada vez más enfocados.
Hoy veo claramente una grieta delgada que cruza la madera vieja sobre mí.
Es fascinante.
Por un rato.
Pero pronto me aburro.
Quiero moverme.
Quiero sentarme.
¡Quiero seguir a mamá!
Con esfuerzo, intento levantar mis brazos.
Se alzan apenas unos centímetros y caen pesadamente sobre mi panza.
Frunzo el ceño.
A ver otra vez… ¡arriba! Nada.
Solo un débil movimiento que me hace soltar un “aguh” frustrado.
Intento girarme.
Mi cabeza se ladea torpemente, y luego mi cuerpo rueda apenas hacia un lado. ¡Casi! Pero en lugar de darme la vuelta, termino con la cara aplastada contra el colchón.
Un sonido de queja escapa de mi garganta: “Mmmmmm…”
Mis piernas se mueven como si nadaran en el aire
Agito los pies, intento empujar con ellos.
Nada.
Mi cuerpo es como una masa blandita que no responde como quiero. Por dentro me hierve la impaciencia.
“¡Maaah!” grito, frustrado.
No es sólo un balbuceo esta vez.
Es un llamado.
Mamá aparece al instante, asomándose con esa mirada preocupada que tanto detesto ver en su rostro.
Pero cuando me ve haciendo pucheros, cambia a una sonrisa tierna.
—¿Otra vez estás peleando con tu cuerpo, bebé?
Me levanta en brazos y yo descanso mi mejilla contra su pecho.
Mi respiración se calma poco a poco.
—Tienes tanta energía… ¿Qué harás cuando puedas correr, eh?
No lo sé, mamá. Pero cuando llegue ese momento… no pienso quedarme quieto nunca más.
Pocos segundos después mamá camina hacia una silla parecida a una mecedora que parecía vieja y sonaba con un constante crujido por el movimiento.
Ella que me sostiene en sus brazos comenzó a hablar.
Su voz era muy calida y recorfrotante.
—Hoy hiciste muchos ruiditos —me dice con una sonrisa cansada, acariciándome el cabello—. ¿Estás intentando decirme algo?
“Gaa… ahhh… mmmaa…” respondo, como si de verdad pudiera.
—¿Eso es “mamá”? —pregunta, fingiendo sorpresa mientras se ríe bajito—. ¿Lo dijiste en serio? ¡Mi bebé dijo “mamá”!
Yo intento repetirlo, más fuerte, pero sólo sale un sonido torpe, acompañado de una baba que me corre por la comisura de los labios.
Frunzo el ceño.
'No es justo.'
'¡En mi cabeza, lo digo perfecto!'
Ella ríe otra vez y me limpia con una esquinita de la manta.
—Ay, cariño… siempre estás tan serio, tan atento. A veces siento que ya entiendes más de lo que deberías.
'Sí, mamá. Entiendo más de lo que puedes imaginar. Y me duele no poder decírtelo.'
Entonces, lo intento otra vez.
Quiero mover mis brazos, tocar su rostro con intención, no sólo por reflejo. Pero mi manita apenas alcanza a levantar unos centímetros antes de caer torpemente sobre su pecho.
“Mmmh…”
Mamá me sostiene la mano con las suyas, cálidas y seguras.
La mueve despacito, como si bailara conmigo.
—Ya crecerás —susurra—. No te apures. Por ahora, yo estoy aquí para ti.
Sus palabras son un bálsamo. Aunque mi cuerpo me frustra, aunque mi alma quiere correr, hablar, protegerla… su voz me calma.
—Prométeme que siempre serás mi bebé, incluso cuando crezcas —dice, posando su frente contra la mía.
Yo la miro con los ojos bien abiertos. Y si pudiera prometerle algo, sería esto: que nunca la dejaré sola.
Nunca dejaría que salga lastimada
Más tarde, cuando el cielo ya se ha pintado de tonos lavanda y dorado, mamá me recuesta en una manta extendida sobre el suelo de madera
Estamos cerca del ventanal.
Afuera, las luciérnagas ya empiezan a brillar como pequeñas estrellas flotantes.
Aunque no he visto el exterior se ve hermoso.
Ella se acuesta junto a mí, sonriendo mientras me observa mover los bracitos con torpeza, como si nadara en el aire.
—Eres más fuerte, ¿eh? —susurra—. Pronto vas a empezar a girarte. Vas a ver. Así que tómatelo con calma cariño.
Yo la miro fijamente, como siempre.
Sus ojos tienen un brillo suave, como si guardaran un secreto cálido que sólo ella y yo conocemos. Entonces, mamá extiende su mano sobre la manta… y algo cambia en el aire.
Una chispa.
Literalmente.
De la punta de sus dedos brota una pequeña luz, como una flor luminosa flotante.
Se eleva lentamente, girando sobre sí misma, y luego se divide en dos, tres, cinco puntitos de luz que flotan a nuestro alrededor como si bailaran.
Mis ojos se abren en completo asombro.
“Aaaah…!” exclamo, agitando los brazos, intentando atraparlas.
Un reflejo involuntario vuelve a aparecer.
Mamá ríe con dulzura.
—No te asustes. Es sólo un poco de luz. Esto… —dice, mientras una esfera dorada se posa sobre mi nariz antes de desvanecerse— Esto lo usaba para dormir cuando era pequeña. La abuela me lo enseñó.
Quiero atraparlas, tocarlas, pero cada vez que una está cerca, mis manitas no logran sujetarla. Gimo de frustración, pataleo, y hago un puchero. “Mmmmh…”
—Tranquilo, mi amor… —dice mamá, inclinándose sobre mí—. La magia es juguetona con los pequeñitos. A veces se escapa sólo para verlos reír.
Yo no río.
Estoy muy ocupado intentando controlar mis manos, pero entonces, mamá me toma en brazos y empieza a tocar mi mejilla .
Ella crea una lucecita más, solo para mí.
La deja flotar justo frente a mis ojos.
No se escapa.
Se queda ahí, quieta, cálida, titilante.
Y en ese instante, me calmo.
La miro sin pestañear.
—¿Ves? —susurra mamá—. Tú también tienes algo especial. Lo siento cada vez que te abrazo. Eres un bebé muy especial.
Ella me besa la frente, y la luz se disuelve en el aire como una caricia más.
—Eres tan hermoso cuando estás sorprendido…te he dicho alguna vez que eres el bebé más bello que he visto en el mundo? —dice mientras me acomoda sobre la manta, con mis brazos abiertos y las piernitas medio torcidas como solo un bebé puede dormir.
Yo parpadeo, lento.
La calidez de su voz y el vaivén suave de las luces me pesan en los párpados.
La magia todavía titila en el aire, suave como una canción que solo el corazón entiende.
Ella no se va.
Se queda a mi lado, acariciándome el cabello con las yemas de los dedos.
—Shhh… ya está. Hoy viste algo nuevo. Te portaste muy valiente.
Mi respiración se hace más profunda. Mis bracitos, que hace un momento peleaban contra la gravedad, ahora descansan sin resistencia.
El mundo se vuelve borroso… tibio… seguro.
Y justo antes de que me duerma del todo, siento el último roce de su magia: una pequeña luz que se desliza sobre mi pecho como un beso invisible, cálido, protector.
Y aunque el pequeño no se dio cuenta, una pequeña flor apareció en su pequeña muñeca para después desaparecer sin dejar rastro como si nunca hubiera estado allí desde el principio.
—Duerme bien mi pequeño leo, está luz te protegera del peligro —susurra mamá, y su voz es lo último que oigo antes de que todo se vuelva un sueño—. Estoy aquí. Siempre estaré aquí para ti.
Con eso su mundo se desvaneció en una oscuridad muy calida quedándose dormido en ese pequeño espacio seguro para Zero.
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