ALOJANDOME EN TU CORAZÓN

... UNO DE MIS REFUGIOS...

Era un nuevo día, y ya amenazaba con que sería otro viaje en montaña rusa, Kael aún no entendía por qué Nadia siempre lograba salirse con la suya.

Kael odiaba los centros comerciales, no por las multitudes — aunque sí, también —, ni por la música repetitiva o los niños corriendo con helado a punto de estrellarse contra su pantalón favorito, No.

Lo odiaba porque simplemente… no entendía qué demonios hacía él ahí, si quería algo solo lo solicitaba por línea, no veía la necesidad.

Y, sin embargo, ahí estaba. A las tres de la tarde, demás esta decir que puntual.

Esperando a Nadia frente a una tienda de plantas donde una señora le acababa de decir que las suculentas también “sentían la energía del ambiente”.

"¿En qué momento mi vida pasó de francotirador en Afganistán, de ser un hombre de combate, frío, sin sentimientos, — a esto…?", pensó, mirando el reflejo de sí mismo en la vitrina, Serio, Alto, Ropa negra.

Cara de “por favor, no me hables”.

Y entonces apareció ella.

—¡Kael!

Nadia, con jeans rotos, una blusa verde con girasoles y un frappé en la mano, sonriendo como si el mundo fuera un parque de diversiones… o como si su sola presencia no le diera vueltas a su estómago.

— Acaso eran las famosas mariposas que dicen las personas sentir cuando están enamoradas.

— No imposible —

—Hola —respondió él, seco, pero no frío.

—¿Estás nervioso?

—No.

—¿Entonces por qué estás apretando esa botella como si fuera una granada?.

Kael se miró su mano, No se había dado cuenta de que estaba destrozando la botella de agua como si estuviera en un interrogatorio, que por suerte era de plástico.

Suspiró.

—¿Por qué me trajiste aquí?

—Porque quiero que conozcas uno de mis lugares favoritos en el mundo cuando vengo a este país y no, no es esta tienda de plantas, aunque si me gustan te lo admito, pero no es aquí — dijo, antes de que él protestara.

—¿Entonces?

—Sígueme.

El lugar estaba en el segundo piso, una librería-cafetería con aroma a papel viejo, café tostado y madera, con luces cálidas, rincones con cojines, gatos paseando como dueños del local y paredes llenas de notas escritas por los clientes.

“No me dejes.”

“Aquí aprendí a querer sin miedo.”

“Un día lloré en esta esquina, y al siguiente me enamoré en esta otra.”

Kael leyó algunas en silencio, el pecho le dolía un poco.

Nadia pidió dos cafés, y por supuesto el de él era fuerte y sin azúcar, hasta eso se estaba aprendiendo Nadia y él ni siquiera notó cuándo lo hizo.

—¿Y esto qué es? —preguntó cuando ella se sentó frente a él con una sonrisa enorme.

—Ya te lo dije uno de mis refugios, un día lo encontré por casualidad y desde entonces cada vez que venía a visitar a Ethan vengo, sobre todo cuando quiero respirar otro ambiente, pensé que podrías necesitar uno.

Kael levantó una ceja.

—¿Estás diciendo que no soy bueno respirando?

—Estoy diciendo que te lo mereces, aunque no lo creas. Además… quería compartir esto contigo.

Él se quedó callado.

Nadia le extendió una libreta de tapas verdes, más pequeña que la suya, con dibujos y frases y garabatos en los márgenes.

—¿Qué es esto?

—Mi caos — respondió, encogiéndose de hombros.

Kael la hojeó, había bocetos de ciudades, retratos de desconocidos, nombres tachados, frases inspiradoras, listas de cosas absurdas como “cosas que haría si fuera invisible por un día”.

Era íntimo, personal y se lo estaba entregando.

—Nadie ha leído esto antes — dijo ella, bajando la voz —. Pero pensé que... si tú escribes mi nombre en una libreta, yo puedo dejarte leer el mío.

— Además, me ayudó mucho cuando no sabía que hacer o que rumbo tomar, tal vez a ti te ayude también.

Kael la miró, sorprendido.

Nadia, sin perder la sonrisa, le guiñó un ojo.

—Relájate, Walton. No te estoy proponiendo matrimonio.

—¿Y qué pasa si te digo que no quiero esto? — señalando con su dedo su entorno

Nadia lo miró, la sonrisa se apagó solo un segundo, lo suficiente para que se viera la mujer que había aprendido a protegerse con chistes.

—Te diría que no te asustes, solo quiero conocerte… sin armaduras.

Kael bajó la vista, cerró la libreta, se la devolvió.

—Aún no sé cómo hacer eso.

—Entonces empieza por sentarte aquí conmigo y tomarte un café sin pensar que estás cometiendo un error.

...****************...

La tarde pasó, ambos se relajaron y por primera vez entre risas suaves y silencios cómodos, iniciaron a conocerse.

Hablaron de tonterías, de películas viejas, de su odio mutuo por la piña en la pizza.

Kael se rio, más de una vez y cada vez que lo hacía, Nadia lo miraba como si ese momento valiera más que cualquier cosa que hubiera construido en Alemania.

Cuando se despidieron, él le ofreció acompañarla al auto.

—No hace falta — dijo ella, dándole un empujoncito suave en el hombro —. No soy de cristal, Kael.

—Lo sé — respondió él, más serio—. Pero igual voy.

Ella lo miró. Con algo nuevo en la mirada.

—¿Sabes? Empiezo a pensar que tú no corres tan rápido como dices.

Él sonrió, por primera vez en años, sin miedo.

—Ah si, pues veamos quien gana.

Nadia corría por el estacionamiento para llegar a su auto mientras Kael lo hacía, pero más pausado, tal vez era el momento de no ir tan rápido, todo lo contrario, era el momento de que alguien se le adelantara y lo ayudara a llegar a la meta.

Y solo por ese instante se permitió sentir, creer y hasta soñar.

💜💜💜💜💜