Sabina, una conocida mafiosa, se ve obligada a criar a los hijo de su hermana luego de que está muere en un trágico accidente. Busca hallar respuestas para sabre toda esa situación y saber quien se atrevió a matar a su gemela.
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capítulo 21
El sótano tenía olor a humedad y sangre seca. Las paredes de concreto sin pintar, el eco de cada paso, y la única lámpara colgante creaban una atmósfera de encierro deliberado. En el centro, el hombre seguía atado, con los brazos marcados por la tensión de las ligaduras y los ojos apagados, sin esperanza. La habitación había sido usada antes. Y sería usada otra vez.
Patrick caminaba alrededor de la silla como un lobo midiendo a su presa. No llevaba armas visibles. No las necesitaba. Su presencia bastaba: intimidación pura, cultivada durante años. No necesitaba gritar. No necesitaba correr. Sabía cómo quebrar a un hombre con paciencia y silencio.
—Sabés por qué estás acá, ¿no? —empezó, con voz baja, acariciando un cuchillo pequeño entre sus dedos—. Entraste a una fiesta de mi familia. Con armas. Con intención de matar niños.
El tipo tragó saliva. Temblaba.
Patrick alzó una ceja y se detuvo justo detrás de él.
—Mirá, yo no soy policía. No tengo que leerte derechos. No hay abogados acá. Solo estás vos... y yo. Y, créeme, he hecho cantar a hombres más duros que vos con menos herramientas.
Apretó el cuchillo contra la mejilla del hombre, trazando una línea sin cortar.
—Tenés dos opciones: hablás, y quizás vivís con un ojo… o no hablás, y lo perdiste todo.
El prisionero comenzó a balbucear.
—No sé... no sé quién es ella. Me pagaron… desde un número oculto. Voz de mujer. Solo eso. Me dieron instrucciones, un mapa del lugar. Me dijeron que si cumplía, habría más dinero. Y si fallaba… bueno…
Patrick soltó una carcajada seca.
—¿Y fallaste, no? Porque los niños están vivos. Y ahora vas a decirme *todo*. ¿Quién era tu contacto en el salón? ¿Quién te abrió la puerta de servicio? ¿Quién más sabía lo que ibas a hacer?
—Un hombre… alto, con barba. Dijo que trabajaba con los de logística. No sé el nombre. Solo me guiaba por el auricular. Me daban órdenes desde ahí. Cada movimiento.
Patrick sacó un pequeño grabador del bolsillo, lo dejó grabando sobre la mesa y se inclinó hacia él.
—Vas a repetirlo todo. Sin saltarte una palabra. Cada segundo. Y cuando termines… voy a decidir si merecés salir de esta habitación caminando… o en una bolsa.
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**Mientras tanto, en el piso superior, Sabina se sentaba con su equipo de confianza.**
La mesa era simple, rectangular, sin lujos. Las ventanas estaban cubiertas. La habitación tenía aislamiento acústico. Afuera, la casa parecía en calma. Por dentro, era un centro de guerra.
—Estamos cercados —comenzó Sabina, sin rodeos, de pie frente al mapa táctil—. Y no por enemigos externos. Alguien *nos vendió*. Eso significa que, en algún momento, bajamos la guardia. Lo cual es inaceptable.
Sus ojos recorrieron a cada uno de los presentes: Linda, Diego, Marta, Enzo y Gabriela, los únicos con acceso completo a la información. Todos le devolvieron la mirada sin pestañear. Le debían la vida. Y le temían con respeto.
—A partir de ahora, las comunicaciones se reducen al mínimo. Solo línea interna. Cualquier llamada saliente sin autorización será considerada sabotaje. ¿Quedó claro?
—Sí, señora —respondió Enzo, rígido.
—Diego —continuó Sabina—, quiero seguimiento de todos los empleados contratados en el último mes. Desde los que manejan camiones hasta los floristas del evento. Nada fue casual. Nada.
—Ya lo estoy cruzando con los contratos que firmó logística —confirmó Diego, desplegando una pantalla secundaria—. Hay inconsistencias. Tres nombres nuevos, sin historial, entraron la semana pasada. Uno trabajaba directamente con bebidas.
Sabina asintió y murmuró para sí:
—Envenenamiento fallido, tal vez. O una simple distracción.
Luego alzó la voz.
—Quiero a esos tres bajo vigilancia inmediata. Si uno intenta salir del país, lo detenemos. Si resisten... lo de siempre.
—¿Y los externos? —preguntó Diego—. ¿Querés que rastreemos a la mujer?
Sabina dudó un segundo. Luego asintió.
—Sí. Pero con cuidado. Esa mujer fue entrenada. Tiene instinto. No está sola, y no improvisa. Quiero a dos equipos discretos en la calle. Usen drones, camuflaje, lo que necesiten. Pero no la enfrenten. Solo síganla.
Diego no preguntó más. Con Sabina no se necesitaban muchas palabras. Ella hablaba. Ellos ejecutaban.
Entonces Marta alzó la mano, algo inusual en ella.
—¿Y los niños? ¿Qué hacemos si intentan algo más?
Sabina se volvió hacia ella. Por fin, un rastro de emoción cruzó su rostro.
—A los niños los mantendré en esta casa. Turnos rotativos de vigilancia. Nadie entra sin mi autorización. Ni siquiera ustedes. Hasta que atrape a cada uno de los involucrados… voy a convertirme en su sombra. Y si eso implica no dormir por una semana, que así sea.
—¿Y el resto del clan? —preguntó Diego—. La familia política…
—Se mantendrán alejados. No confío en nadie que no haya sangrado por esta familia.
Cuando todos comenzaron a retirarse, Diego se quedó un momento más. Se acercó a Sabina y dijo:
—Tranquila. Llegaremos al fondo de esto.
—Bajé la guardia y puse en riesgo a mis hijos —respondió ella.
—No es así. Estábamos allí. Sabina, siempre contarás con mi apoyo.
—Lo sé…
Diego aprovechó ese momento de intimidad. Tomó su mano. Sabina lo miró, y acercándose un poco más, susurró:
—Sabés lo que pienso de esto. No quiero mezclar las cosas… y perderte.
Mientras hablaba, colocó su mano en la mejilla de Diego… pero al terminar, la retiró.
Sin pensarlo, Diego la atrajo más hacia sí.
—Eso nunca va a pasar. Llevamos años conteniéndonos… ¿por qué te esforzás en negar lo que sentimos?
Sabina, sorprendida por el arrebato, colocó ambas manos sobre el pecho de Diego… y justo cuando estaban a punto de besarse, Patrick irrumpió sin golpear, como siempre.
La tensión se cortó de golpe.
Sabina se separó con calma, sin mirar a Diego, y enfrentó a Patrick con serenidad.
—¿Qué averiguaste?
Daniel le hace falta agallas
por fin van a poder ser felices
No sé siñe a la típica historia romántica, es un drama que marcó vidas e hizo justicia .
💯 recomendada 👌🏼😉