Erick, El Mafioso

El día había sido largo. Entre los entrenamientos de Marco, la vigilancia con Luis y las bromas interminables de Sam, me sentía agotado. Sin embargo, había algo diferente en el ambiente esa noche: un silencio más profundo, como si incluso el bosque hubiera decidido descansar.

Después de cenar, los hombres de Erick se retiraron a sus habitaciones. Yo me quedé un rato en la sala, mirando cómo las llamas de la chimenea se consumían lentamente. El calor me reconfortaba, pero mi mente seguía inquieta.

Escuché pasos detrás de mí. Volteé y vi a Erick, sosteniendo dos tazas de chocolate caliente.

—Pensé que aún estabas despierto —dijo, acercándose—. Supuse que te vendría bien algo dulce.

Me tendió una taza, y el vapor me golpeó en la cara, llenándome de ese aroma que recordaba a infancia.

—Gracias —murmuré, tomando un sorbo. El calor recorrió mi garganta, y por un instante sentí que todo estaba en calma.

Nos sentamos en el sofá, uno al lado del otro. El fuego iluminaba su rostro, marcando sus facciones con sombras suaves. Nunca lo había mirado de esa manera, pero ahora parecía distinto: menos amenazante, más humano.

—¿Cómo te sientes? —preguntó de pronto, mirándome fijamente.

—Cansado… pero bien —respondí.

Él asintió, como si estuviera analizando cada palabra.

—Has avanzado mucho en poco tiempo. Marco me lo dijo, y eso es raro. Él no suele elogiar a nadie.

Sonreí de medio lado.

—Supongo que no soy tan inútil como pensaba.

—Nunca lo fuiste —dijo, serio—. Solo necesitabas un lugar donde sentirte seguro.

Sus palabras me dejaron sin aliento por un segundo. Sentí que había algo más en su voz, una sinceridad que pocas veces mostraba.

El silencio volvió a rodearnos. Afuera, el viento soplaba contra las ventanas, y el crujir de la madera nos envolvía en una atmósfera íntima. Erick dejó su taza sobre la mesa y se inclinó un poco hacia mí.

—Jacob… —murmuró—. ¿Sabes que me preocupo por ti, verdad?

Lo miré sorprendido.

—¿Preocuparte? Hace poco me estabas persiguiendo como si fuera un criminal.

Él soltó una risa breve, aunque con cierto pesar.

—Lo sé. Y no espero que lo olvides tan rápido. Pero… entiéndeme. No todo lo que hice fue por capricho. Había razones, había miedo. No podía permitir que estuvieras en peligro.

Sus ojos se clavaron en los míos. Era como si tratara de mostrarme algo más allá de sus palabras, algo que hasta ahora había escondido.

—¿Y ahora? —pregunté con voz baja—. ¿Qué quieres de mí?

Erick suspiró, apoyando un brazo en el respaldo del sofá, tan cerca que casi podía sentir el roce de su piel.

—Ahora… —dijo lentamente—. Solo quiero que estés a salvo. Y, si me dejas… quiero estar contigo en el proceso.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza. No sabía qué responder. Había tantas emociones mezcladas: rencor, miedo, pero también una extraña calidez que crecía cada vez que él estaba cerca.

No dije nada. En lugar de eso, desvié la mirada hacia la chimenea, intentando calmarme. Erick se inclinó un poco más, acortando la distancia entre nosotros.

—Jacob… —susurró—. ¿Puedo decirte algo sin que salgas corriendo?

Lo miré de reojo, con el estómago hecho un nudo.

—Depende de qué sea.

Él sonrió apenas.

—Que me gustas.

La confesión cayó como un golpe suave pero inesperado. Mis labios se entreabrieron, sin saber qué responder.

—¿Me… me gustas? —repetí torpemente.

—Sí —afirmó sin dudar, con una seguridad que me desarmó—. No sé en qué momento sucedió, pero lo siento. Cada vez que te miro, cada vez que hablas, cada vez que sonríes, aunque sea un poco… me doy cuenta de que no quiero que estés lejos de mí.

El calor en mi cara no provenía del fuego. Mi pecho parecía arder con una mezcla de vergüenza y algo que no quería admitir.

—Erick… yo… no sé qué decir.

—No tienes que decir nada —respondió con voz suave—. Solo quería que lo supieras.

El silencio volvió a llenarnos, pero ya no era incómodo. Era como si el aire mismo nos empujara más cerca. Erick estiró la mano lentamente y, con cuidado, rozó mis dedos. Fue un contacto leve, pero bastó para que un escalofrío me recorriera entero.

No me aparté.

—Tienes las manos frías —murmuró, sonriendo.

—Y tú demasiado cálidas —respondí sin pensarlo.

Ambos reímos suavemente, y por un instante el peso de todo lo que habíamos vivido desapareció. Solo éramos dos personas compartiendo un momento.

Erick se inclinó un poco más, sus ojos fijos en los míos. Podía sentir su respiración, el leve roce de su hombro contra el mío. Mi corazón golpeaba con fuerza, y aunque una parte de mí quería alejarse, otra no deseaba mover ni un músculo.

Cuando sus labios estuvieron a punto de tocar los míos, giré la cabeza hacia un lado, respirando hondo.

—Es demasiado pronto… —susurré.

Erick se quedó quieto, sin intentar forzar nada. Retiró un poco su mano y asintió.

—Lo entiendo —dijo con una sonrisa triste—. No quiero apresurarte.

Lo miré de reojo, y aunque había evitado el beso, no pude evitar sentir que algo dentro de mí había cambiado. Erick no era solo la sombra de mi pasado, ni solo el hombre que me perseguía. Era alguien que, de alguna manera, estaba comenzando a importarme.

Nos quedamos en silencio, mirando el fuego hasta que el cansancio me venció. Erick me cubrió con una manta antes de que pudiera protestar y susurró:

—Buenas noches, Jacob.

Y esa noche, mientras cerraba los ojos, me di cuenta de que, a pesar de todo el miedo y la incertidumbre, una parte de mí comenzaba a desear que Erick no se alejara nunca.

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