Renacer Entre Cenizas... La Venganza De Issabelle.

Capítulo 10

Una propuesta inesperada.

El silencio que se instaló en el comedor de la villa Mancini fue abrupto. Entonces, sin romper el contacto visual con los presentes, Enzo se volvió hacia Issabelle. Sus dedos rozaron su mejilla con inusitada delicadeza, y con una lentitud calculada, enmarcó su rostro entre sus manos. Todos contuvieron el aliento.

—A veces —dijo en voz baja, audible solo para ella y los más cercanos—, basta con un gesto para callar al mundo.

Issabelle mantuvo la frente en alto y su espalda recta, como si el corsé invisible de su dignidad no le permitiera otro gesto.

A su lado, Enzo sostenía la copa con frialdad, los ojos paseando por la mesa como quien revisa el campo antes de mover la siguiente pieza.

La cena avanzaba entre silencios estratégicos y anécdotas forzadas. Hasta que, inevitablemente, la voz punzante de tía Ornella atravesó el aire como una daga envuelta en terciopelo.

—Qué encantadora pareja —comentó, girando levemente la copa de vino entre sus dedos—. El matrimonio ha sido… sorprendentemente conveniente, ¿no creen? Justo ahora que el testamento de Isaac será ejecutado.

Issabelle no pestañeó, pero sus nudillos se tensaron bajo la mesa.

—¿A qué te refieres, tía Ornella? —preguntó Enzo con una sonrisa gélida—. Parece que no está muy convencida de mi relación con Issabelle.

—Oh, querido —dijo la tía, inclinándose hacia adelante—. Todos sabemos que Isaac Mancini era un hombre precavido… Pero nadie imaginaba que dejaría la parte más suculenta de su herencia bajo una sola condición: que su hija estuviera casada antes del año de su muerte. Qué… curioso que justo alcanzaras el plazo, ¿no?

Issabelle solo podía pensar en que, en su vida pasada, Enzo jamás se atrevió a soltar una sola palabra para defenderla y ahora estaba allí, fingiendo ser tierno y atento con ella.

«"Nunca me he permitido equivocarme en algo, pero... ahora que me doy cuenta de lo difícil que fue su vida en esta casa, solo puedo pensar en protegerla. ¡He sido frío e injusto con ella!"», pensó Enzo, mientras sostenía la mano de Issabelle.

Algunas primas fingieron toser al ver ese gesto íntimo entre ellos. Otras simplemente sonrieron con el deleite morboso del escándalo familiar.

—No me digas que el amor nació con fecha de vencimiento —añadió Luciana, encantada con la tensión creciente.

Issabelle se mantuvo impasible, retiró la mano con delicadeza y Enzo dejó su copa sobre la mesa con un golpe seco, perfectamente medido.

—Lo que es verdaderamente curioso —dijo con voz pausada, dirigiéndose a todos— es cómo ciertas personas no pueden soportar ver a otros salir adelante sin inventar teorías dignas de un tabloide barato.

—Solo decimos lo que muchos piensan —dijo la tía con una ceja en alto—. Un matrimonio tan reciente, tan... conveniente. Y tú, tan ausente últimamente. ¿Vas a decir que no estabas acompañado de otra mujer en una joyería hace unos días?

—Estuve ausente porque trabajo. Algo que algunos aquí no practican desde hace décadas —replicó Enzo, con una sonrisa que no llegaba a los ojos—. Pero si hay sospechas o inquietudes, con gusto los recibo en privado. Uno por uno. Ya saben dónde encontrarme. Y sí, la señorita Eva, mi asistente siempre me acompaña a comprar los obsequios para mi esposa. Ella me ayuda a elegir lo mejor.

Issabelle cerró sus ojos conteniendo las ganas de abofetearlo por falso y mentiroso. Pero no hizo escándalos, prefirió guardar las apariencias tras una sonrisa fría disfrazada en su rostro.

Un silencio incómodo cayó como una losa sobre la mesa. Enzo, por primera vez en mucho tiempo, no la dejaba sola en el campo de batalla.

Los cuchillos volvieron a rozar la vajilla. El resto de la cena transcurrió entre murmullos ahogados y miradas que evitaban encontrarse. Al terminar, Issabelle se excusó con elegancia, y Enzo la siguió sin decir palabra.

De camino al estacionamiento el ambiente entre ellos era tenso, casi eléctrico.

—¿Por qué viniste sola, Issabelle? —preguntó él finalmente, mientras se detenían junto a la escalera—. Sabías que no la ibas a pasar nada bien aquí e igualmente decidiste venir.

—Le pregunté si vendría conmigo, señor Milani y dijo que no tenía tiempo —respondió sin rodeos.

—Es el cumpleaños de Eva —dijo él tras una pausa—. Debía acompañarla. Creció sin padres. No podía dejarla sola esta noche.

Issabelle lo miró, entrecerrando los ojos.

—Qué noble de su parte. Si es por mí, puede acompañarla completamente, yo regresaré sola a casa.

—No lo dije para justificarme —la tomó por el antebrazo—. Lo dije porque me preguntaste. Como adulto me siento con la responsabilidad de apoyarla...

—No. No pregunté —Issabelle lo interrumpió— respondí a su reclamo. Señor Milani. Son dos cosas totalmente diferentes.

Enzo suspiró.

—¿Sabes cuántas veces pude irme esta noche, Issabelle? Desde el primer comentario hasta el último. Pero me quedé. Y no por ellos. Lo hice por ti.

Ella lo observó en silencio. La luz de los faroles marcaba sombras definidas en sus pómulos, haciendo su rostro aún más indescifrable.

—¡Qué lástima que tomó la decisión equivocada! Porque yo no le pedí que lo hiciera. Una cosa, señor Milani. Si usted se siente bien con otra persona y no conmigo. ¿Porqué no ponerle fin a toda esta farsa? ¡Quiero que nos divorciemos!

Enzo desvió la mirada, la rabia contenida golpeando con fuerza en su pecho.

—¿Qué? —preguntó, sintiendo una mezcla de rabia y temor.

—No necesito que me rescaten de nadie. Mucho menos a un hombre que finja quererme. Quiero el divorcio. Solo eso.

—Pues no lo acepto —dijo él, con firmeza—. No voy a perderte.

Un silencio tenso se instaló entre ellos. Issabelle soltó un bufido y caminó hacia la salida a buscar un taxi.

Enzo no la detuvo. Se quedó paralizó, perplejo ante la petición descabellada que Issabelle acababa de hacerle. No sabía en que momento la mujer atenta y cariñosa que una vez conoció, se había convertido en un témpano de hielo, sin humor, sin sentimientos.

El motor de su coche se encendió con un ronroneo suave.

Mientras se alejaban de la villa, cada uno por su cuenta, Issabelle apoyó la cabeza contra el vidrio, sin despegar la vista del reflejo que le devolvía el cristal.

Esta noche se atrevió a venir sola. Soportó el veneno de la tía Ornella, se defendió y se mantuvo de pie, sin derrumbarse.

Dueña de sus actos. Como prometió ser.

Y aunque el gesto de Enzo fue totalmente inesperado, casi protector, Issabelle sabía que nada en su historia sería sencillo.

Ni el amor, ni la lealtad,mucho menos el pasado que ambos cargaban a cuestas.

Lo que sí estaba claro, más que nunca, era que la guerra había comenzado. Y ella no pensaba perderla.

Ahora, con la propuesta de divorcio sobre la mesa, Enzo pudo al fin poner los pies sobre la tierra y sintió el verdadero temor de perderla.

Pero hasta entonces, era demasiado tarde.