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Las Sombras Del Rey

Las Sombras Del Rey

Status: En proceso
Genre:Romance / Maestro-estudiante / Apoyo mutuo / Batalla por el trono / Grumpyxsunshine
Popularitas:723
Nilai: 5
nombre de autor: IdyHistorias

Uno asesina, otro espía, otro envenena y otro golpea y pregunta después. Son solo sombras. Eliminan lo que estorba, limpian el camino para quien gobierna con trampas y artimañas.

No se involucran. No se quiebran.

Pero esta vez, los cazadores serán cazados.

Porque hay personas que no preguntan, no piden permiso, no se detienen.

Simplemente invaden… y lo cambian todo.

NovelToon tiene autorización de IdyHistorias para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

El mocoso y su maldito gorro

Los días seguían avanzando, y Rowen y yo habíamos caído en una rutina que, contra todo pronóstico, funcionaba. Nos habíamos acostumbrado a la compañía del otro, y el sarcasmo se había convertido en una especie de lenguaje compartido entre nosotros.

—No sé cómo puedes trabajar con una cara tan seria todo el día —comentó Rowen una tarde mientras tallaba un cristal.

—Y yo no sé cómo no puedes mantenerte despierto con tanto parloteo —respondí sin apartar la vista de las runas que grababa en una pequeña daga de rastreo.

Él soltó una risita, disfrutando de la pequeña victoria verbal. El mocoso tenía agallas, eso no lo negaría. Aunque a veces su insolencia rozaba lo atrevido, su franqueza era algo que, en cierto modo, apreciaba.

Un día, mientras preparaba un broche para uno de los tantos nobles que venían buscando mis artefactos, le lancé una pregunta que llevaba días rondando mi cabeza.

—Dime algo, Rowen. ¿No te molesta lo que hago realmente? —pregunté sin mirarlo, concentrado en la incrustación de gemas.

Rowen levantó la vista de su trabajo, encogió los hombros y, con la misma calma de siempre, respondió:

—Mientras regreses entero, todo está bien. —Volvió a centrarse en su tarea como si fuera lo más natural del mundo.

Una extraña sensación de satisfacción se instaló en mi pecho. No era común que alguien no me juzgara por lo que hacía. La mayoría prefería ignorar lo que ocurría en las sombras, fingiendo que yo era solo un simple artesano. Pero Rowen sabía lo suficiente, y aun así, parecía estar en paz con ello.

Fue durante una de esas conversaciones medio sarcásticas, medio sinceras, cuando intenté quitarle la gorra que siempre llevaba puesta. Lo había notado antes cuando atendía a los clientes, y no podía evitar pensar que algunas muchachas volvían a la tienda solo para mirarlo.

—Si te quitaras la gorra cuando atiendes, tendrías más chicas babeando por ti, ¿sabes? —bromeé mientras estiraba la mano para arrebatársela.

Esta vez, sin embargo, Rowen reaccionó de forma completamente diferente. En lugar de reír o contestar con otra broma, retrocedió bruscamente, con una expresión que nunca había visto en él.

—¡No! —exclamó, aferrándose al borde de la gorra, con una intensidad que me dejó desconcertado.

Fruncí el ceño, confuso, e intenté suavizar la situación.

—Vamos, mocoso, es solo un gorro. No es para tanto.

Pero él no estaba de humor para bromas. Bajó la mirada, claramente molesto, y murmuró:

—Es lo único que me queda de mi padre.

El aire en la habitación se volvió más pesado de inmediato. Me quedé callado, sintiendo una punzada de culpa. No lo había sabido. No tenía idea de que ese trozo de tela deshilachada significaba tanto para él.

Rowen no dijo nada más. Se levantó y se dirigió a su habitación antes de que pudiera disculparme.

Me quedé en el taller, mirando la puerta por la que había salido. Había metido la pata, lo había ofendido sin querer. No era la primera vez que me pasaba algo así, pero esta vez dolía un poco más. Lo entendía mejor de lo que él imaginaba.

Suspiré, cansado, y me dirigí a mi habitación. Abrí el baúl que guardaba bajo llave. Dentro había pocas cosas que realmente valoraba. Saqué una pequeña bolsa de cuero y, de su interior, el colgante de mi madre. Lo sostuve entre los dedos, sintiendo el peso de los recuerdos. Era lo único que me quedaba de ella, el único vínculo con la vida que había perdido siendo apenas un niño.

No había tenido la misma suerte con mi padre o mi hermano. Mi hermano murió en el incendio que destruyó nuestra casa, y mi padre no tardó en seguirle. Solo me quedaba ese pequeño colgante, una cadena de plata con una piedra azul, insignificante para cualquiera, pero para mí, era todo lo que quedaba de mi familia.

También saqué una daga que había pertenecido a Conrad, mi mentor. Él me enseñó a luchar, a sobrevivir, a moverme en las sombras. Sin él, no habría llegado a ser quien soy ahora. La daga había salvado mi vida en más de una ocasión. Conrad fue un buen hombre, aunque el destino fue cruel con él también.

Guardé de nuevo la daga y el colgante, cerrando el baúl con un suspiro. Sabía lo que significaba aferrarse a los recuerdos de quienes habías perdido. Si ese gorro era lo único que mantenía a Rowen cerca de su padre, lo respetaría. No volvería a bromear sobre ello.

Me dejé caer en la cama, agotado. Tal vez tener a alguien que te entendiera y te apoyara era lo que significaba tener una familia. Aunque fuera solo un mocoso con una gorra.

A la mañana siguiente, decidí que debía disculparme con Rowen. Lo había pensado toda la noche y, aunque no era mi fuerte pedir disculpas, sabía que se la debía. Sin embargo, cuando lo vi en la cocina preparando el desayuno como si nada hubiera pasado, él quitó importancia al asunto.

—No hace falta que digas nada —dijo, sin mirarme—. Lo entiendo. No fue nada.

Eso solo me hizo sentir peor. El mocoso tenía esa habilidad para restar importancia a todo, como si no le afectara, y eso me frustraba aún más. Decidí dejarlo por el momento.

Durante el desayuno, traté de volver a un terreno más cómodo: las bromas. Noté que la misma muchacha de siempre lo miraba de reojo al marcharse de la tienda.

—Tu admiradora ha venido otra vez —comenté, alzando una ceja—. A este paso, te va a dejar flores en la puerta.

Rowen me lanzó una mirada seca.

—Es una niña. No me interesa.

—¿Y tú qué? ¿Un abuelo entonces? —repliqué, divertido.

Rowen no tardó en devolvérmela.

—Para un viejo como tú, todos somos mocosos.

Solté una risa, aunque en el fondo seguía un poco molesto por lo del gorro de la noche anterior.

—Tengo 26, mocoso.

Él me miró incrédulo, como si hubiera dicho la mayor mentira del mundo.

—¿26? Con esa cara de amargado te echaba más de 40.

Bufé, medio ofendido.

—¿Y tú qué? ¿Tendrás unos 15?

Rowen se rió y negó con la cabeza.

—Tengo 19... bueno, en realidad 20.

Esa respuesta me sorprendió. Había hablado poco sobre su vida antes de llegar aquí, y hasta ese momento no había querido presionar. Pero algo en su tono me hizo querer saber más.

—¿Y cómo era tu vida antes de todo esto? —pregunté, sin querer sonar demasiado directo.

Rowen no necesitó que lo aclarara. Entendió la pregunta de inmediato.

—Mi madre murió cuando yo era un bebé. Nunca la conocí. —Hizo una pausa breve, organizando sus pensamientos antes de continuar—. Fue de una enfermedad, según me contó mi padre. Crecí solo con él. Tenía una pequeña tienda de joyas, y siempre lo ayudaba.

Mientras hablaba, lo observaba de reojo. Aunque intentaba mantener su tono neutral, sus palabras tenían un peso que no podía ignorar. Algo en la forma en que relataba esos momentos me hizo pensar que había pasado por más de lo que decía.

Era delgado, más bajo que yo, pero no parecía malnutrido. Tenía una fragilidad que no encajaba del todo con la vida dura que había llevado. Sus manos, ahora hábiles con las gemas y cristales, no mostraban las marcas de alguien que hubiera hecho trabajo forzado. Quizá, pese a todo, su padre lo había protegido demasiado.

Quizá por eso, cuando se quedó solo, se sintió tan indefenso.

—Mi padre tenía un pequeño negocio de joyas —continuó Rowen—. Nada muy grande, pero lo suficiente para vivir bien. Lo acompañaba siempre, incluso cuando íbamos a las minas a ver las gemas antes de que las vendieran en el mercado.

Asentí, imaginando la escena. Rowen de niño, observando las piedras preciosas con esa misma concentración que ahora mostraba al trabajar en el taller. Pero seguía sin entender cómo ese chico, que había crecido entre joyas, terminó siendo perseguido por prestamistas.

—¿Y qué pasó después? —pregunté, manteniendo mi tono neutral.

—Después de la batalla de Mermes, todo cambió —dijo, encogiéndose de hombros—. Las ventas cayeron, apenas había suficiente para sobrevivir. Pero mi padre era optimista, pensó que todo mejoraría, así que pidió préstamos para intentar levantar el negocio.

Ahí estaba la pieza que faltaba. Lo miré más atentamente, notando cómo evitaba mi mirada. El orgullo de su padre, su incapacidad para aceptar la realidad, había condenado a ambos.

—¿Préstamos de esa gente, verdad? —pregunté, y vi que él asentía lentamente.

—Sí, de esa gente. Al principio, parecía una solución, pero las ventas nunca volvieron. Mi padre no pudo soportar la presión, su salud empeoró y... murió. —Rowen apretó los labios un momento—. Los prestamistas se quedaron con la casa y la tienda, pero aún me buscan para cobrar el resto de la deuda.

Lo dijo con una aparente calma, pero pude percibir la amargura detrás de sus palabras. Era el típico caso del chico que había sido protegido toda su vida, lanzado de repente a un mundo cruel, sin saber cómo defenderse.

—¿Por eso te escondías cuando te encontré? —pregunté, aunque la respuesta ya era evidente.

—Exacto. Si no me encuentran, no pueden usarme. —Rowen levantó la vista. Aunque trataba de mantener su serenidad habitual, había dureza en su mirada.

Lo entendía. Sabía lo que era perderlo todo y tener que sobrevivir en un mundo que no te dejaba opciones.

Suspiré, apoyándome en el respaldo de la silla. No tenía nada que decir, así que opté por el silencio, una táctica que siempre me había funcionado. Pero ahora que conocía un poco más sobre él, la idea de protegerlo cobraba mayor sentido. No era solo un muchacho sin rumbo; estaba huyendo de un destino que, de alguna forma, me recordaba al mío.

—Tienes que ser cuidadoso, mocoso —dije finalmente, con un tono más suave del habitual—. No es fácil vivir con deudas persiguiéndote.

—Lo sé —respondió con un suspiro, su mirada fugaz antes de apartarla.

Me levanté, dándole una palmada en el hombro.

—Ya veremos cómo nos las arreglamos.

Sabía que, aunque no lo había dicho en voz alta, me estaba comprometiendo a algo más que solo darle techo y comida. Algo en Rowen había despertado una parte de mí que creía dormida hacía mucho tiempo: el deseo de proteger, no solo porque era lo correcto, sino porque lo entendía. Ambos teníamos más en común de lo que habría querido admitir.

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Liliana Barros
Clover es la pareja perfecta para Ezran. Y más vale que el Rey no se olvide de su amigo o Clover va a hacer que lo lamente 😱😂😂😂
IdyHistorias: Siiii Clover es de temer… incluso Ezran le teme …
total 1 replies
Liliana Barros
Así que sus vidas estuvieron cruzándose desde el inicio. Y Clover en lugar de ser Reina, eligió a Ezra 😂😂😂😂😂
Liliana Barros
Amé la personalidad de Cloe y como trató al Rey, que se merece el mote de imbécil jajaja. Y el pobre Ezra viendo como se peleaban los dos por él 😂😂😂😂😂
Liliana Barros
Me encanta la historia. Aquí esperando más capítulos 😍😍😍
Liliana Barros
Me gustó que se decidieran a hablar y aclarar su relación. Son perfectos el uno para el otro
Liliana Barros
Creo que Rowen es mujer, por la descripción de delicadeza. Quizás por eso la quieren los prestamistas
Liliana Barros
Ezran acaba de cambiar su destino. Aunque todavía no lo sabe. Será un chico o una chica, el testigo? 🤔
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