Ella siempre fue un experimento y nunca había visto el mundo exterior. Cuando al fin la dejaron salir, experimentó de primera mano la complejidad de los humanos y sobre todo, la vida en sí misma, salpicada de melodias alegres y tragicas.
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Capítulo 12
-¿Por qué me llamas? – se escuchó la voz del secretario irritado – Ya habíamos acordado que llevaríamos la reunión el 15…
-No te llamaría si no fuera por algo importante – el hombre albino lo miró con esos ojos rojos como sangre, haciendo temblar visiblemente al secretario, quien se acomodó su corbata con evidente nerviosismo – Las cosas tendrán que adelantarse un poco antes de lo esperado.
-¿Qué? A penas hemos empezado la movilización, adelantarse estropearía muchas cosas, ¡Cómo pueden decidir esto!
El hombre lo miró con displicencia, le traía sin cuidado el evidente enojo del hombre, tamborileó los dedos, un signo de que empezaba a impacientarse.
-¿Terminaste?
Ante la apatía del hombre albino sobre su desplante, el secretario se quedó callado con incomodidad. Aclaró su garganta, intentando recomponerse.
-Solo… es demasiado pronto y aun no nos has dado la fórmula.
-No se preocupe, la entrega se hará en la reunión que está próxima. Uno de mis subordinados más cercano hará la entrega personalmente.
-¿Cómo…?
-La clave será “Rascacielos”, y el nombre que mi subordinado es Frederick. Irá disfrazado de soldado. No olvide enviar el “producto” acordado
-Bien, bien – el viejo secretario se veía entusiasmado – Le pasaré el mensaje a los demás. Y el producto será entregado sin falta el día 15.
-Está bien. Nos vemos.
-Sí, sí, sí.
Entonces terminó la video llamada, y el secretario en seguida bufó con desprecio.
-Maldito mutante – masculló – Pero una vez con la fórmula, cuando tengamos el poder en nuestras manos, la guerra será el camino más rápido hacia la cima, y su destrucción será inevitable.
Después de ver cómo el secretario solo mascullaba insultos y que no hubo más movimientos, la tensión en Chang creció.
¿Qué era esa fórmula que codiciaban estos bastardos? ¿Para que la querían? Y ¿Por qué estaban dispuestos los daimon en ayudarles? ¿Qué era el producto que le entregarían los burócratas? Pero lo que más le preocupa es que adelantarían sus planes, es decir, su infiltración se vería paralizada, de nada serviría que vayan, ya todo se habría acabado.
Eso no lo permitiría Chang, necesitaba contactar a Ryan para advertirle que su misión tendría que adelantarse más de lo previsto, también necesitaba saber dónde se llevaría a cabo la reunión e interceptar la fórmula que sería entregada a estos burócratas. Temía que todo fuese una trampa y que volaran el cuartel en mil pedazos. Y que la guerra empezara.
Apretó los puños, intentando que la rabia no lo consumiera. Después de unos minutos, logró calmarse lo suficiente, para trasladar el video a una memoria chip y dárselo a Ryan. Las cosas estaban poniéndose peligrosas.
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Mientras el mundo se sumía en la tensión que deparaba el futuro, Caín, el hombre de la grabación permanecía en su asiento mirando por la ventana la puesta del sol, desde lo más alto del castillo viejo o de lo que quedaba de él.
Sus dedos blancos y largos acariciaban con delicadeza el pelaje de un hurón blanco, quien dormitaba en su regazo. Ávido de la sensación suave y tersa que le proporcionaba su amigo, se perdió en sus recuerdos más lejanos.
Recordaba cómo fue despreciado por los humanos cuando era deforme, cuando su cara tenía un enorme absceso, dejando su ojo derecho casi ciego por el bulto. Dolía con solo tocarlo, y ni que decir de la enorme joroba que se cargaba en la espalda, pesaba como cinco kilos esa cosa, haciéndolo cojear en cada paso que daba. La gente le temía y lo miraba con asco, pero en ese entonces ya estaba acostumbrado a las frías miradas de la gente, y de todas formas casi no salía de la iglesia donde vivía.
El sacerdote de esa iglesia fue muy amable el haberle dado cobijo, cuando sus propios padres lo habían desechado en la intemperie a su suerte, apenas era un bebé. Era increíble, que aun con su evidente deformidad, pudiera haber vivido y crecido, más aun en esa época donde la medicina era un lujo y no era muy efectiva. Aunque claro que se veía grotesco, estaba más que agradecido por la indulgencia del sacerdote. Su cuidado, su amabilidad y su cariño lo habían consolado a pesar del rechazo de la sociedad, así que no pedía más, hasta que, por su estúpida amabilidad, trajo desgracias a la única persona que quería.
Entonces descubrió que las personas podían ser más crueles de lo que imaginaba, y que sus actos podrían ser inhumanos; eran más monstruos ellos que él mismo por ser deforme.
El alarido del pobre sacerdote mientras la iglesia se quemaba, aun lo torturaban en sueños.
Lenguas de fuego lamían las paredes, las ventanas de cristal y las imágenes rotas en el suelo, el miedo y la desesperación que lo consumían porque no importaba cómo quiso entrar a la iglesia, se lo impedían, y lo volvía loco.
-¡Sacerdote! ¡Sacerdote! ¡Déjenme! ¡Suéltenme! ¡Quémenme a mí! ¡El sacerdote no tiene la culpa de nada! ¡Por favor! ¡Por favor!
No importa cuánto suplicó, solo pudo ver impotente cómo la pequeña iglesia se consumía por el fuego. Lloró, se lamentó y por primera vez odió. Odió hasta que sintió que algo quemaba su pecho, ardía hasta el punto de dejarlo sin aliento y con un tirón, las personas que sujetaban la cuerda con lo que lo habían aprisionado, salieron volando. No sabía de dónde venía la fuerza que era abrumadora, pero él no perdió el tiempo y llevado por su resentimiento, mató con sus puños todo aquel que estuvo involucrado en la muerte del sacerdote. Mujeres y hombres corrían despavoridos porque no solo había adquirido una fuerza descomunal, sino que su cuerpo empezaba a transformarse, su cara se volvió más grotesca y sus brazos más grandes, al igual que sus piernas y su altura era como un enorme templo. Era como una bestia con colmillos, y su rugido atemorizó a todos del lugar.
Después de la masacre, fue perseguido por los caballeros del reino, así que se escondió en el bosque profundo y oscuro. Por mucho tiempo vivió como una bestia hasta que, después de tanto tiempo, se encontró con un ser humano. Un niño. Un niño que le recordó la amabilidad del sacerdote.
Habiendo calmado su alma con solo la curiosidad y sencillez del niño, su apariencia fea e intimidante, se fue transformando de nuevo, hasta convertirse otra vez en un humano, pero esta vez sin la protuberancia de su cara o la joroba, aunque aun con apéndices en la frente apenas visible y los dientes afilados.
Debería haber comenzado una nueva vida, ya tal vez olvidar el pasado, pero parecía que su vida estaba destinada a la tragedia. Todo lo que tocaba, todo lo que apreciaba, se desvanecía de entre sus dedos, sintiéndose maldito se aisló y se concentró solo en sobrevivir.
Como un ermitaño vivió en las montañas por muchos años, hasta que estalló una guerra y la palabra monstruo y el infierno tomaron otro significado. Y para su desfortunio, fue capturado como una especie para experimentar las locuras de esas personas. Ese hecho fue la llama que prendió su rencor y la meta de construir otra sociedad.
Si la humanidad le gustaba autodestruirse, los ayudaría con mano generosa. Les tendería la mano para que llegaran a su meta de devastarse unos contra otros, bajo la influencia del poder que siempre se quería ostentar. Y cuando todo estuviera en el punto más bajo para todos, él agarraría las riendas para construir todo desde el inicio. No sería un salvador, sino un dios. Un dios que no permitiría más osadía de los humanos.
El movimiento del animal lo sacó de sus memorias. Lo vio despertarse y estirarse, arrancándole una sonrisa. Acarició su cabeza hasta su mentón, el hurón parecía disfrutar de sus atenciones mientras que Caín se deleitaba de los gestos satisfechos del animal.
-Pronto el mundo estará en mis manos, y no tendremos que soportar las barbaridades de los humanos.
-La guerra trae dolor – el hurón lo miró y le habló por medio de la telepatía – Y tú sabes de primera mano sobre ello.
-Es necesario – se justificó.
-El ciclo solo se repetirá.
-Entonces aceptaré el castigo – miró hacia la ventana, el cielo se había oscurecido – No es que haya sido un santo.
-Pero…
-Me he preparado por mucho tiempo. No daré marcha atrás.
El hurón solo pudo suspirar. Su maestro había perdido no solo la fe, parte de su cordura se veía afectada. El hecho de que no le importara destruir a los daimon que compartían el mismo gen, con tal de alcanzar sus propias metas, no lo hacía diferente de los humanos codiciosos que tanto despreciaba. Y aunque muchas veces intentó que viera más allá de su venganza, solo logró que su determinación se volviera inquebrantable.
Suspiró.
Necesitaba que todo esto parara, y lo haría. No quería verlo destruido y loco. Ya no más.