❄️En lo profundo de los bosques nevados de Noruega, oculto entre pinos milenarios y auroras heladas, existe un castillo blanco como la luna: silencioso, olvidado por el mundo, custodiado por un único dragón que ha vivido demasiado tiempo en soledad.
Sylarok Vemithor Frankford, un príncipe de sangre de dragón antiguo, parece un joven de veinticinco años... pero ha vivido más de dos siglos sin envejecer, sin amar, sin pertenecer. Su alma es fría como su aliento de hielo, su vida, una rutina congelada entre libros, armas y secretos.
Hasta que una muchacha cae inconsciente en su bosque, desmayada sobre la nieve como un copo a punto de morir.
Celeste, una nómada de mirada estrellada y corazón herido, huye de su pasado, de los bárbaros que arrasaron su familia, y del invierno que amenaza con consumirla.
Y Sylarok aprenderá que no hay armadura más frágil que el hielo cuando el calor del amor comienza a derretirlo.
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Corazón desbocado.
Celeste regaba las plantas del invernadero con el mismo mimo con el que uno acaricia un secreto. Había encontrado en ese rincón del castillo una especie de santuario. No solo para las flores, sino para sí misma.
A su alrededor, un pequeño ejército de criaturas la seguía con absoluta devoción. Estaba la gacela, el tigre de bengala; Doña buho; Sky, el lobo plateado; la serpiente y hasta algunos animalitos curiosos como dos ardillas que ahora parecía su guardaespaldas personal.
—¿Ven? Él siempre aparece cuando las cosas se calientan demasiado —dijo ella, regando una orquídea azul que parecía moverse cuando le hablaban.
Los animales la miraban en silencio. Todos sabían algo, eso era obvio. Y ella también lo sabía… aunque nadie lo dijera en voz alta.
—No quiero presionarlo… pero todo encaja. El destello dorado. La forma en que me abriga como si le ardiera la sangre. Su fuerza. Su calor. Y esa mirada… como si llevara siglos en los ojos. Sylarok no es humano. O no del todo —dijo, más para sí que para los demás—tengo un recuerdo vago de él diciéndome que es un dragón pero Noe stoy segura si es cierto o solo es una visión.
El búho ladeó la cabeza como si estuviera de acuerdo. el lobo soltó un “¡aullido místico!” que hizo reír a Celeste.
—¿Y si es un dragón de verdad y no solo lo dijo para molestarme? —pregunta en voz baja—. No me está criando para luego comerme ¿Cierto?
El tigre se enroscó en su regazo, como si fuera su forma de decir "exacto, no seas cobarde". Fue justo en ese momento que se abrió la puerta del invernadero.
Sylarok.
Lucía como si acabara de despertar de un sueño profundo. Camisa negra suelta, los cabellos algo alborotados, los ojos más grises profundos que nunca.
—Hola… Buenos días—dijo, mirándola con suavidad.
—Hola. Buen día, Sylarok.
Él dio un par de pasos hacia ella. Celeste sintió que todos los animales lo observaban con expectativa. Era como si se prepararan para presenciar algo... importante.
—Venía a buscarte —dijo él, acercándose más—. No quería interrumpir tu momento, pero…
—No interrumpes —responde ella rápido.
Entonces, sin pensarlo más, sin una palabra, Celeste dejó caer la regadera y lo besó como si fuera su bienvenida.
Ella.
Lo besó.
Con decisión. Con cariño. Con algo parecido a la certeza.
Los labios de Sylarok se tensaron primero, como si no creyera que eso estaba ocurriendo. Luego se fundieron en los de ella con una pasión contenida. Pero no fue solo deseo, fue también ternura. Hambre con cuidado. Fuego con respeto. El aroma a flores de ella lo invadió por completo.
Los animales los miraban con diferentes expresiones. Sky bostezaba. La gacela parecía examinar la escena con aire académico. El búho ululaba como quien grita: “¡LE ESTÁ METIENDO LA LENGUA, MAESTRO!”
Celeste se separa riéndose un poco.
—Perdón… creo que necesitaba hacerlo.
Sylarok se queda inmóvil. Sus ojos estaban dilatados. Algo se activa dentro de él. Celeste lo nota, y también nota cómo él baja ligeramente la mirada… a su propia entrepierna.
—Ah, mierda… —murmura él, girando sobre sus talones de inmediato—. ¡Debo… ir a… a ver si Ryujin no se tragó una vela!
Y se fue.
Corriendo.
Como si lo persiguieran todos los reyes del infierno.
—¿Pero qué carajos? ¿Fui demasiado? ¿Oe apesta la boca? ¿acaso no era lo que iba a hacer?
Celeste se quedó allí, confundida y divertida, mientras Sky la miraba como diciendo: "mujer, lo freíste por dentro".
Mientras tanto, en su habitación, Sylarok cerró la puerta con llave, se apoyó contra la madera y respiró agitado.
—No me hagas esto, Celeste… —murmura al techo.
Su cuerpo ardía. Su virilidad estaba descontrolada. Su sangre rugía.
La imagen de su boca, de sus ojos cerrados al besarlo, de sus dedos acariciándole el cuello…
No pudo evitarlo.
Su orgullo de dragón, su deseo contenido por días, su instinto más primitivo… todo lo arrastró al abismo.
Sí. Se auto complació.
Pensando en ella.
Y no una, sino dos veces.
Con un gemido gutural que, si uno prestaba atención, se parecía demasiado al rugido de una criatura antigua, lejana… y enamorada.
Sylarok trató de evitarla los siguientes días con la excusa de que debía hacer esto o aquello.
El día del baile de invierno amaneció con un cielo azul tan limpio que parecía recién lavado por los dioses. Sylarok se despertó al alba, sin saber que ese día traería consigo el caos, la confusión... y un vestidazo de infarto.
Veleste estaba haciendo los últimos ajustes, cuando Ryujin apareció en la puerta del invernadero, con las manos detrás de la espalda y expresión de "traigo noticias".
—Señorita Celeste —dijo con voz seria—. El amo Sylarok ha dado instrucciones de que se le asigne una nueva habitación en el ala este del castillo.
—¿Una qué? —pregunta Celeste, sujetando el maniquí como si fuera un arma.
—Una habitación. Nueva. Personal. Con chimenea, baño de mármol y un ropero más grande que su dignidad. Es por si vienen más visitas que no la encuentren viviendo aquí. El amo adapto la temperatura para usted —añade Ryujin con un brillo en los ojos.
—¿Solo por eso?
—Él solo dijo: "Ya basta de que mi doncella duerma donde se congela el alma". Y luego murmuró algo sobre mantenerte calentita. Fue muy raro. Venga, vamos, antes de que el búho plumón se instale allí primero que tú.
—¿Sabes que esto es un abuso de autoridad? —gruñó Celeste mientras Ryujin la guiaba escaleras arriba con una caja de sus cosas.
—Lo es, pero al menos es con estilo. El príncipe ordenó que te asignaran esta habitación —sonrió Ryujin, abriendo una puerta tallada con flores de hielo y racimos de uvas doradas—. Tiene chimenea, baño privado, vista al jardín y una cama en la que podrías pelear con un dragón y aún así dormir bien.
Celeste lo miró con el ceño fruncido.
—¿Y qué se supone que debo agradecerle? ¿Un secuestro de lujo?
—Puedes dejar una carta de agradecimiento firmada con carmín —respondió Ryujin, dejando la caja en el tocador—. Vamos, deberías empezar a prepararte. Hoy es el baile de invierno en la casa de la duquesa Blackberry. Y tú, querida, eres la cenicienta... solo que sin madrastras ni calabazas.
Celeste bufó. Pero por dentro, una pequeña emoción chispeaba como una luciérnaga traviesa en su pecho.
Su nueva habitación parecía sacada de un cuento de hadas de alto presupuesto. Alfombras gruesas, paredes color crema, una cama con dosel... y sí, un vestidor tan grande que uno podía perderse.
—Esto no puede ser para mí —susurra—ni siquiera tengo ropa para llevar esto.
—Pues es tuyo. Y ya tienes el vestido listo. Y hoy vas a hacer que todos se caigan de culo. Alistate más tarde el amo te esperará allá abajo, no te molestes por entrar a la cocina por el día de hoy, te traeré lo que necesites—dijo Ryujin, y le cerró la puerta en la cara antes de desaparecer.
Esa noche, Celeste bajó por la gran escalera con un vestido que había cocido a mano: escote en forma de corazón, mangas transparentes con bordados de cristales, y una falda que se abría como los pétalos de una flor nevada. Llevaba el cabello recogido en trenzas entrelazadas con perlas. Parecía una princesa exiliada y rescatada por la costura.
Sylarok estaba al pie de la escalera. Se había peinado. Llevaba guantes y un smoking.
Cuando la vio, se quedó sin aire. Literalmente. Ryujin tuvo que darle un codazo para que parpadeara.
La carroza estaba lista afuera. Era blanca, con detalles de plata y tirada por caballos negros que parecían haber salido de una novela gótica. Sylarok la esperaba ya vestido de gala, con una capa azul marino, bordada con constelaciones doradas. Cuando vio a Celeste bajar las escaleras, su ceño se levantó, como si la luz de todas las estrellas del norte hubiera aterrizado sobre ella.
—Dioses antiguos... —murmura Sylarok—. Estás... ilegalmente hermosa.
Celeste baja con una sonrisa ladeada.
—Gracias... ¿Y tú? Te ves más... domesticado que de costumbre. ¿Qué? ¿Se me nota el parche en la media? —preguntó ella nerviosa, girando sobre sí.
—No. Solo que... te ves como si hubieras salido de un sueño que no quiero despertar —respondió él..
Ella se sonroja.
—Soy hermosa, lo sé.
—No arruines el momento —dijo él, ofreciéndole el brazo.
Salieron del castillo directo al carruaje más lujoso que Celeste había visto en su vida. Tenía cojines de terciopelo azul y una lámpara de cristal colgando del techo.
—¿Sabías que hay carruajes que tienen calefacción? —dijo ella.
—Sí, y también detectores de intenciones lascivas —responde Sylarok con una sonrisita pícara.
—¿¡Qué!? —Celeste se rie—. Entonces espero que detecten lo que tú pensaste cuando me viste bajar las escaleras.
Él no respondió. Solo le apretó la mano.
La noche parecía perfecta... hasta que los vikingos aparecieron.
Estaban estacionados al otro lado de la entrada principal a la mansión de la Duquesa Blackberry. Tres figuras grandes, cubiertas con capas de cuero y cascos con cuernos, que fumaban algo que apestaba a madera quemada y se veían muy sospechosos.
—Ahí va —dijo uno, señalando a Celeste—. La maldita escurridiza.
—¿Maldita? —preguntó otro.
—Sí. Dicen que tiene un secreto. Algo que arrastra desde que nació y hoy lo averiguaremos. Ese príncipe tendrá que pagar muchas barras de oro para tener de vuelta a su amante.
—¿Un secreto como qué? ¿Hechiza a los hombres? ¿Tiene orden de captura?
—No, peor. Algunos dicen que si la besas... terminas en la calle porque te quita tu fortuna. Y ves tu muerte. Pero es más complicado que eso.
—Suena a que ese príncipe Sylarok ya está maldito entonces.
—No, ese está jodidamente enamorado. Y no lo sabe. ¿no ves como se la come con la mirada?
Bajando del carruaje, Celeste no podía oír susurros ajenos. Pero podía sentir el cambio de humor en Sylarok. Estaba inquieto.
—¿Todo bien? —pregunta ella.
—Sí. Solo... me siento inquieto está noche. Pero no me importa. Porque estás conmigo. Solo te pido que no te alejes tanto y si alguien te hace sentir incómoda me lo hagas saber. No quiero que te maltraten como la última vez. Esas damas suelen ser muy crueles.
Celeste lo mira con dulzura.
—No planeo soltar tu brazo en toda la noche.