Venganza Implacable

Elysia se encontraba en medio de la tarea de secar el sudor que perlaba el cuerpo del pelinegro, de repente, él abrió los ojos, despertando de un profundo letargo. Sin pensar, su cuerpo reaccionó de forma instintiva; con una fuerza inesperada, sus poderosas manos se cerraron alrededor de las muñecas de Elysia, atrapándola y provocando que la toalla que sostenía cayera al suelo.

Antes de que tuviera tiempo de procesar lo sucedido y reaccionar, él la empujó bruscamente hacia la cama. El peso de su cuerpo hizo que el colchón crujiera bajo la presión, y rápidamente se posicionó sobre ella. Su mirada, fría y penetrante, se fijó intensamente en los ojos de Elysia, como si intentara descifrar el más profundo de sus secretos. Entonces, su voz resonó con una autoridad abrumadora, casi como un trueno, llenando el espacio con un poder que era a la vez inquietante y cautivador.

—¿Quién eres tú, mujer? ¿Y quién te envió? —preguntó, lleno de desconfianza.

Elysia, en lugar de mostrar temor ante la amenazante interrogante, esbozó una pequeña sonrisa. Esta reacción sorprendió al hombre; en un contexto tan tenso y peligroso, era algo completamente inesperado. A él le resultaba raro; cualquier otra persona en su lugar habría sentido un profundo miedo, pero ella, en cambio, sonreía con una confianza que parecía desafiar la situación. Su valentía y serenidad lo desconcertaron por un instante, como si su tranquilidad pudiera alterar el ambiente cargado de tensión.

—¿Así tratas a tu salvadora? —respondió Elysia, su voz firme y llena de convicción.

Frunció el ceño, sus ojos destilaban desconfianza y una furia reprimida que apenas lograba contener. La presión de sus manos sobre las muñecas de Elysia se mantenía inquebrantable, como si las apretara con la intención de afirmar su control sobre la situación.

｟¿Quién es esta mujer?｠, se cuestionaba en su mente, inquieto. La posibilidad de que pudiera tratarse de una trampa lo hacía tomar precauciones. Había llevado la desconfianza como un escudo durante tanto tiempo que ahora, al enfrentarse a esta mujer, se sentía vulnerable. Su calma y serenidad desarmaban toda su fortaleza, una reacción que le resultaba incomprensible y desconcertante.

—Si no fuera por mí, no estarías aquí en este momento. Deberías sentir un poco de gratitud, —prosiguió Elysia, sin apartar su mirada de él.

Un silencio denso se apoderó de la habitación, donde solo se escuchaban los sonidos de sus respiraciones entrecortadas, como si cada aliento estuviera impregnado de una tensión palpable. Después de lo que pareció una eternidad, él finalmente aflojó su agarre, pero no se movió de encima de ella. Sus ojos, aunque ahora más suaves, seguían reflejando una alerta intensa mientras examinaban el rostro de Elysia, buscando respuestas a preguntas que parecían flotar en el aire.

Elysia se incorporó de la cama, aún observando al hombre de facciones definidas. Su mirada era penetrante, como si cada uno de sus pensamientos estuviese inscrito en su piel.

—De acuerdo —manifestó él, con tono brusco, sin abrir los ojos— No me agrada sentir que le debo algo a nadie. Dado que me has ayudado, solicítame lo que desees; cumpliré cualquier petición que tengas.

Ella no respondió de inmediato. En lugar de eso, se aproximó a él con pasos suaves pero firmes, mostrando una confianza inquebrantable. Con un movimiento cuidadosamente planeado, deslizó un dedo delicadamente por la barbilla del joven, forzándolo a levantar la mirada hasta que sus ojos finalmente se encontraron. La expresión en su rostro se iluminó con una sonrisa audaz, casi desafiante.

—Bien, ya que lo has mencionado —comenzó ella, dejando que su voz juguetona resonara en el aire, aunque había un matiz de seriedad que no podía pasar desapercibido— Dame tu semilla.

El ambiente que los rodeaba se volvió tenso, casi palpable, como si una corriente eléctrica fluyera entre ellos. La sugerencia que acababa de hacerla la dejó en shock al muchacho, quien, lleno de incredulidad, parpadeó varias veces, intentando asimilar lo que acababa de escuchar.

—Eres realmente hermoso, seguro que nuestro hijo lo sería igual... o más —dijo ella fascinada.

—¿Estás completamente loca? —exclamó, su voz temblando en un delicado equilibrio entre la confusión y una creciente indignación. Su mente era un torbellino de pensamientos, todos entrelazándose en una vorágine de dudas. Se cuestionaba si realmente había cruzado una línea que jamás imaginaría que se traspasaría. ¿Realmente creía ella que él era solo uno de esos chicos de compañía, un gigoló contratado para cumplir con sus caprichos y deseos?

Elysia se mantuvo en una posición firme, con los brazos cruzados sobre su pecho, lo que reforzaba su actitud desafiante y decidida. En su rostro no había ni una pizca de arrepentimiento; al contrario, su expresión revelaba una feroz determinación que no podía pasar desapercibida.

—Además —prosiguió, desafiándolo con una mirada penetrante—Sería una verdadera pena que un hombre tan atractivo como tú acabara desperdiciado en este tipo de trabajos. Sería un desperdicio total.

Él sintió cómo el color abandonaba su rostro, como si el aluvión de sus palabras le hubiera quitado toda la vitalidad. La idea que le estaba planteando lo inquietaba profundamente; la etiqueta que ella le había impuesto lo dejó completamente atónito, sin palabras, y con un torrente de pensamientos que se agolpaban en su mente.

Ella lo observó intensamente y, antes de que él pudiera formular una respuesta, Elysia levantó una mano, impidiéndoselo.

— Deberías pensar un poco en ello—expresó, mientras extraía una tarjeta de su bolso. La deslizó hacia él con un gesto elegante— Esta es mi información de contacto. Comunícate conmigo una vez que hayas tomado una decisión.

Con un último destello audaz en su mirada, Elysia salió de la habitación, dejando atrás un rastro de incertidumbre y deseo. Él quedó allí, sentado en la cama, asimilando lo que acababa de ocurrir.

—Qué mujer... tan loca —murmuró, su incredulidad se mezclaba con la fascinación, con eso no pudo evitar que se le formara una pequeña sonrisa en el labio.