Ava es una joven a punto de graduarse de doctora el cual siempre ha sido su sueño, al conocer a maximiliano un hombre multimillonario quien queda hipnotizado por su belleza, su amor se basa en romance hasta que el tuvo un terrible accidente quedando en coma, ella se ve obligada a tomar decisiones si el, cuando el despierta el caos llega y ella descubre lo despiadado que es, ¿podrá Ava salir a tiempo de ese amor sin remedio?
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Reclamos
Elias me miró y me preguntó: —¿Tú vas con nosotros, Ava?—. Yo lo miré y respondí con una sonrisa: —No, aún no. Tengo que seguir un rato más aquí. Nos vemos para la cena—.
Sin más, les pedí permiso con un gesto y me retiré de la habitación. —Hasta luego—, dije, mientras cerraba la puerta detrás de mí. Me sentí aliviada de poder salir de la habitación y seguir con mis responsabilidades en el hospital.
Tenía aún algunas cosas que hacer antes de poder irme a casa y reunirme con ellos para la cena. Me dirigí hacia la estación de enfermeras para terminar de actualizar los registros de los pacientes y asegurarme de que todo estuviera en orden.
El doctor Álvaro llegó a mi lado y me preguntó sobre algunos reportes. Le proporcioné la información que necesitaba, y cuando terminé, me sonrió y me dijo:
—Tu trabajo es muy bueno, Ava. Serás una excelente doctora—.
Le sonreí, agradecida por sus palabras de aliento. —Gracias, doctor—, le dije.
Pero en ese momento, mi atención se desvió hacia la salida, donde vi a Maximiliano y a los demás con él. Su mirada hacia mí era fría y parecía estar enojado.
Elias lo llevaba en una silla de ruedas hacia la salida, y Paulina me sonrió un poco y me dijo: —Gracias por todo—.
Le respondí el saludo con una sonrisa, aunque mi mente estaba en Maximiliano y su mirada intensa. Me pregunté qué habría pasado para que estuviera tan enojado conmigo. Pero no tenía tiempo para pensar en eso ahora, así que me volví hacia el doctor Álvaro y seguí trabajando.
El tiempo pasó rápidamente y antes de que me diera cuenta, había llegado la hora de salida.
Me despedí de mis colegas y les dije —Nos vemos el lunes—. Tomé mis cosas y salí del hospital, sintiendo un suspiro de alivio al dejar atrás el bullicio y el estrés del día.
Llamé un taxi y me dirigí a casa, sintiendo la fatiga acumulada durante el día.
El tráfico estaba tranquilo, y aproveché el viaje para relajarme y descansar un poco. Cuando llegué a casa subí a mi habitación y me sentí agradecida de poder quitarme los zapatos y ponerme ropa cómoda.
Bajé al comedor, sintiendo el rugido de mi estómago vacío. Me fui al comedor y me senté en mi silla, la señora Ana me sirvió la cena con una sonrisa amable.
Empecé a comer con tranquilidad, disfrutando del silencio y la paz que reinaba en el comedor. El aroma de la comida caliente y el sabor de los platos me envolvieron, y por un momento, me olvidé de todo.
Pero la tranquilidad se rompió de repente cuando Maximiliano llegó al comedor en su silla de ruedas, empujado por uno de los guardias.
El guardia se detuvo un momento y Maximiliano le hizo una seña con su mano, indicándole que podía retirarse. El guardia asintió y se fue, dejando a Maximiliano solo.
La señora Ana se acercó a Maximiliano y le sirvió la cena con la misma eficiencia y amabilidad que me había mostrado a mí. Luego, se retiró discretamente, dejándonos solos en el comedor.
Me sentí un poco incómoda al quedarme sola con Maximiliano, especialmente después de la tensión que había percibido entre nosotros en el hospital. Maximiliano me miró fijamente, y yo traté de mantener la calma, concentrándome en mi cena.
Maximiliano comenzó a comer, y por un momento, el silencio entre nosotros fue tan intenso que solo se escuchaban los cubiertos chocando contra los platos.
Ya había terminado de comer, así que decidí levantarme de la mesa, pero mi acción fue interrumpida por la voz de Maximiliano.
—Siéntate—, dijo, su voz fría y autoritaria.
Me detuve en seco, sintiendo una mezcla de sorpresa y cansancio.
—Ya terminé—, respondí con un suspiro, tratando de explicar mi intención de levantarme.
Pero Maximiliano no pareció interesado en mis explicaciones.
—Siéntate—, repitió, su mirada fija en mí.
Me sentí un poco incómoda y frustrada por su insistencia, pero decidí sentarme de nuevo, tratando de entender qué quería de mí.
Me senté en silencio, esperando a que él dijera algo más.
Me miró fijamente, su voz llena de una intensidad que me hizo sentir incómoda. —¿Qué crees que haces?—, me preguntó, con sus ojos penetrantes como si estuviera tratando de leer mis pensamientos.
Me encogí de hombros, tratando de parecer calmada a pesar de la tensión que se estaba acumulando en mi interior.
—Solo estaba terminando de cenar—, respondí, tratando de mantener mi voz neutral.
Pero Maximiliano no parecía satisfecho con mi respuesta. Su mirada seguía fija en mí, y pude sentir su desconfianza y su frustración.
Me sentí un poco nerviosa, sin saber qué esperar de él a continuación.
—¿Qué crees que hacías en el hospital con ese hombre?—, me preguntó, su voz estaba llena de una mezcla de curiosidad y desconfianza.
Me sentí un poco sorprendida por la pregunta, y traté de mantener la calma. —¿Te refieres al doctor Álvaro?—, pregunté, tratando de aclarar a quién se refería.
Pero Maximiliano no respondió, solo me miró fijamente, esperando a que yo explicara mi relación con el doctor. Me sentí un poco incómoda, sin saber cuánto sabía él sobre mi situación en el hospital.
—Es mi profesor y supervisor en el hospital— respondí finalmente, tratando de ser lo más clara posible, —no se que es lo que estás pensado—.
Me miró con una intensidad que me hizo sentir como si estuviera bajo un microscopio, sus palabras resonaron en mi mente como un eco.
—Mientras seas mi esposa, te comportarás como tal—, dijo, su voz firme y autoritaria. —Después de que nos divorciemos, podrás hacer con tu vida lo que quieras—.
Me sentí un poco aturdida por sus palabras, que parecían recordarme de manera brusca cuál era mi situación actual.
No sabía qué responder, así que simplemente lo miré, tratando de procesar lo que estaba diciendo.
Me quedé helada, sus palabras como un golpe en el estómago.
—Solo estoy esperando a ver si estás embarazada o no—, dijo, su voz fría y despiadada.
—De no serlo, te irás de mi vida, y de serlo... no tendrás ese bebé y te irás igual—.
Me sentí como si hubiera sido golpeada, sus palabras resonando en mi mente como un eco de horror. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo podía hablar de su propio hijo de esa manera? La idea de que no me permitiera tener un hijo suyo, si es que estaba embarazada, me llenó de una sensación de desesperanza y miedo. ¿Qué clase de persona era él? La habitación pareció encogerse, y me sentí atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.
Me armé de valor y con rabia en mi voz, le dije: —Tú no eres nadie para decidir sobre mí y mi cuerpo. Si es que estoy embarazada, también es mi hijo y soy yo quien decide si lo quiero o no—.
Mi afirmación pareció enfurecerlo aún más, y dio un fuerte golpe en la mesa, haciendo que los cubiertos y los platos saltaran.
Traté de mantener la calma a pesar del susto, pero mi corazón latía con fuerza en mi pecho.
—Te dije que no lo tendrás y es mi última palabra—, dijo, su voz baja y amenazante.
Su mirada era intensa y peligrosa, y pude sentir la determinación en sus ojos. Me di cuenta de que no estaba dispuesto a ceder, y que estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para asegurarse de que no tuviera ese hijo.
La situación se estaba volviendo cada vez más tensa y peligrosa...