Adrien Marlow siempre consideró a Kai Min-Fletcher un completo patán cuya actitud y personalidad dejaban mucho que desear. Era bruto, arrogante y un imbécil que a veces disfrutaba despreciar a los demás, justo el tipo de persona que Adrien detestaba. Por ello creyó que nunca se relacionarían. Pero entonces, en una noche de lluvia, descubrió algo inesperado: ¿Kai estaba llorando? Antes de que pudiera pensar con claridad, los dedos de su mano presionaron el botón de su cámara. Cuando el sonido alertó a Kai, Adrien no era consciente de que, en ese momento, su vida estaba a punto de cambiar… y que, quizá, también cambiaría la vida de alguien inesperado.
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Con ayuda de una esponja, Adrien perfila con cuidado el rostro de Kai. No necesita aplicar demasiado; unos retoques es suficiente para resaltar sus rasgos. También debe arreglarle el cabello. Quiere transformar su estilo por uno más maduro, pero sin hacerlo parecer un ejecutivo convencional. Lo que Adrien busca es una vibra más oscura y fiera.
—Jamás creí que llegaría el día en que usaría maquillaje —comenta Kai, burlándose de lo embarazosa que le resulta esta situación. En el pasado, alguna ex pudo haber jugado con su cabello poniéndole moños, pero nunca imaginó que llegaría el día en que otro tipo le tocaría la cara a su antojo.
—Tu hombría no se va a caer solo por usarlo —responde Adrien, devolviéndole las mismas palabras que Kai le dijo cuando se vio obligado a usar el casco rosa con orejas de conejo.
—Touché —Kai sonríe, divertido—. ¿Y entonces... cuándo piensas desatarme? ¿O es que ahora planeas secuestrarme? Eres todo un acosador pasional.
Lo dice mientras lanza una mirada a su propio cuerpo, atado a una silla. Hace apenas unos minutos, Adrien usó una tela que tenía a la mano para obligarlo a quedarse quieto. Ahora está atrapado, sin posibilidad de escapar. Sin embargo, su expresión no transmite angustia; al contrario, parece casi... entretenido.
—Por favor, ya deja eso del “acosador” —Adrien comienza a cansarse de ese término denigrante—. Además, tampoco pusiste demasiada resistencia.
En realidad, Adrien no tenía la intención de llegar tan lejos como para inmovilizarlo en la silla. Lo que ocurrió fue que, cuando le mostró a Kai la caja de maquillajes, este no paró de retroceder con una actitud algo prejuiciosa, sin darle siquiera la oportunidad de aplicarlos. Como no quería forzarlo, Adrien estuvo a punto de rendirse... hasta que, de pronto, Kai lo incitó a amarrarlo, asegurando que, si lo hacía, entonces lo permitiría.
Sin muchas expectativas, Adrien tomó una tela que a veces usa como fondo en el estudio y lo ató. Por supuesto, sospecha que Kai provocó toda esta situación a propósito, como parte de algún juego retorcido. Con la capacidad que ha demostrado para defenderse, si quisiera, podría liberarse con facilidad. La tela ni siquiera está bien ajustada, lo cual solo refuerza su sospecha.
Siendo honestos, Adrien no tiene idea de lo que pasa por la cabeza de Kai. Primero lo busca y, sin consultarle, le dice que hoy quiere hacer la sesión de fotos; luego lo lleva en moto, y ahora, en su departamento, se deja atar para que pueda maquillarlo. Adrien no lo entiende: si tanto le molesta que lo toque, ¿por qué no hace más para alejarse... o evitarlo?
—Solo espero que no me dejes la cara como la de un payaso —comenta, cambiando de tema—. Aunque, es probable que seguiré viéndome guapo.
Al cambiar la esponja por un delineador, Adrien imagina el rostro de Kai con una gran nariz roja, una base blanca y los labios cubiertos por un carmín grotescamente exagerado. Una risa suave se le escapa. Incluso alguien con el atractivo de Kai debe tener un límite. Sería interesante verlo con un traje de payaso. Si después de aquella pelea en las canchas, se lo hubiera encontrado con un maquillaje así, probablemente no le habría desagradado tanto. Hasta habría sido gracioso.
Rápidamente, Adrien gira la cabeza, intentando que Kai no note su sonrisa, pero es inútil, ya que él alcanza a verla por un breve instante. Es entonces que Kai percibe algo familiar. Esa sonrisa, a pesar de no ser muy amplia, se parece mucho a la del niño que vio en la foto. Al enfrentarse a esa verdad, reconoce que se equivocó al pensar que Adrien no se parecía a su yo infantil.
Una vez libre, Kai se mira en el espejo de cuerpo entero del estudio. Casi no se reconoce. Se ve como una persona completamente distinta. Sabe que es atractivo, pero lo que ve en el reflejo está a otro nivel. Su cabello negro está peinado hacia atrás, con algunos mechones sueltos que aparentan caer de forma descuidada. Además, sus ojos rasgados se acentúan de una manera intensamente seductora. Sumado al vestuario, da la impresión de ser un jefe del bajo mundo: elegante, provocador y peligroso.
Adrien también queda asombrado con el resultado de la transformación. Aunque su visión se cumplió, no esperaba este impacto. Por un lado, se siente orgulloso; por el otro, teme haber creado un monstruo. Está seguro de que el ego de Kai debe estar por las nubes.
—Me pega el papel de chico malo —dice Kai, fascinado consigo mismo. Para qué negarlo: está que arde. Quizá hasta opte por conservar ese estilo.
A medida que la sonrisa de Kai se vuelve más perversa, una parte de Adrien se arrepiente de haber alimentado la arrogancia de ese narcisista. Mientras sigue absorto frente al espejo, Adrien guarda los maquillajes y se prepara para iniciar, por fin, la sesión. En eso, por descuido, uno de los labiales cae y se destapa al estrellarse contra el suelo. Al agacharse para recogerlo, Adrien se detiene al mirar el intenso tono rojo... y tiene una idea peculiar.
Con pasos sigilosos, Adrien se aproxima a Kai. Cuando este nota su figura reflejada en el espejo, se gira, sin comprender la razón de su repentino acercamiento. Al encararlo, siente cómo el labial roza su labio inferior. La acción lo toma por sorpresa, pero todo se desmorona cuando el pulgar de Adrien lo toca y desliza el pigmento hacia el lateral de su boca en un trazo lento, creando un efecto similar al de un beso.
—Perfecto, ya quedó —satisfecho, Adrien tapa el labial y va por su cámara.
Kai, aún en shock, abre la boca sin emitir sonido, intentando recuperar el aliento. Por un segundo, dejó de respirar. No esperaba que Adrien hiciera algo así.
La habitación queda sumida en un silencio repentino. Adrien, al notarlo, deja de prestar atención a su cámara y lo mira, intentando entender por qué se ha quedado callado. Entonces, un latido salta en su pecho al observar la expresión de Kai. Sin pensarlo dos veces, lo jala hacia el fondo del estudio. Necesita fotografiarlo antes de que esa expresión desaparezca. No hay rastros de soberbia ni del aire burlón que suele tener; en estos momentos, el rostro de Kai transmite justo el mismo sentimiento que Adrien quiso capturar cuando bajó de la moto.
..."Es... perfecto."...
El sonido del disparador resuena al tomar las primeras fotos.
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