Por Amor O Por Dinero

Las cámaras estaban en posición, los micrófonos instalados con precisión, y los reporteros se removían en sus asientos, impacientes por comenzar con la conferencia de prensa. Desde el otro lado de la puerta, Oliver contenía la respiración. Sus manos sudaban, el corazón le latía con fuerza en el pecho, y su estómago parecía haber olvidado cómo mantenerse en calma.

—Es hora —murmuró Johan a su lado, dándole una palmadita en el hombro—. Tranquilo, todo saldrá bien.

Pero esas palabras, aunque bienintencionadas, no lo tranquilizaron. De hecho, lo pusieron aún más tenso.

A través de la delgada pared, escuchó el ruido de las cámaras activándose, los flashes parpadeando como relámpagos artificiales y el murmullo confuso de decenas de voces que se elevaban cuando Xavier Belmont hizo su entrada. Su sola presencia pareció llenar la sala y poner en alerta a los medios. Oliver miró de reojo una pantalla colocada cerca, donde se transmitía la entrevista en vivo a través de un foro en línea.

La cifra de espectadores en aumento lo hizo tragar saliva.

Sabía que el país entero, o al menos los círculos de poder y medios, estaban atentos a lo que Xavier diría. Y especialmente, a si haría alguna mención respecto a las explosivas declaraciones de Victoria Jazyper, la modelo que una semana atrás había asegurado haber sido víctima de agresión y manipulación por parte del magnate.

Del otro lado, Xavier se sentó con aplomo en la silla principal. A su lado, dos empleados del departamento de relaciones públicas lo flanqueaban con expresión seria. Él, en cambio, parecía imperturbable. Ni un atisbo de nerviosismo, ni una mirada desviada. Su postura era firme, su semblante relajado, casi como si hubiera estado esperando ese momento con paciencia calculada.

—El señor Belmont responderá un par de preguntas por reportero. Levanten la mano y les iremos cediendo la palabra —anunció uno de los encargados de prensa. La sala enmudeció al instante—. Bien. ¿Quién es el primero?

Un joven periodista se puso de pie con decisión.

—Señor Belmont, ¿por qué ha decidido dar declaraciones hasta ahora?

El aire pareció estancarse por un segundo.

—No consideraba relevante responder a las mentiras de la señorita Jazyper —comenzó Xavier, su voz firme, segura, sin rastro de alteración—. Sin embargo, esas afirmaciones comenzaron a afectar los intereses y el patrimonio de mi familia. Por ello, me vi obligado a convocar esta rueda de prensa.

El joven, un poco más incisivo, levantó la voz nuevamente.

—Si ella estaba mintiendo, ¿por qué no desmintió el asunto desde el primer día? Es decir, si los Belmont estaban siendo perjudicados, ¿no habría sido más sensato aclararlo desde un inicio?

Xavier lo miró con fijeza por unos segundos. No respondió enseguida. Después, se acomodó en su silla con elegancia y entornó los ojos.

—Esa ya serían tres preguntas, pero las responderé —dijo con tono mesurado, aunque cargado de intención—. Las personas son fáciles de manipular. Victoria salió ante cámaras llorando, con supuestas marcas de golpes. Incluso ayer publicó un video donde aseguraba que yo la llamé para ofrecerle dinero a cambio de que desmintiera sus acusaciones.

Algunos de los presentes asintieron. El video había circulado brevemente antes de que otro escándalo lo enterrara.

—No respondí antes porque no quiero usar las mismas artimañas que ella. No creo en manipular a la opinión pública fingiendo ser la víctima —continuó, y sus ojos destilaron un dejo de cansancio que bien podía ser actuación, o no—. No necesito recurrir a la lástima. No soy como ella.

Entonces, hizo una pausa.

Su mirada, de pronto, se suavizó. Se volvió más cálida, casi íntima, y sus siguientes palabras fueron pronunciadas con una gravedad contenida que contrastó con su tono anterior:

—Y además… estoy aquí a petición de una persona muy especial para mí.

Los murmullos no se hicieron esperar. Como una oleada súbita, los reporteros comenzaron a susurrar entre ellos. Los flashes se intensificaron. La atención se redirigió.

Y Oliver, aún detrás de esa puerta, sintió cómo las piernas le temblaban.

—¡Señor Belmont, señor Belmont! —Una joven se puso de pie, alzando la mano y elevando la voz por encima del murmullo creciente. Su súbito impulso bastó para que los demás guardaran silencio casi de inmediato—. Soy Madeline Reeves, de StarBite —se presentó con una sonrisa profesional, pero cargada de intención—. Lo que acaba de mencionar, sobre esa “persona especial”... ¿tiene algo que ver con las fotografías filtradas anoche? En ellas aparece en actitud muy íntima con otro hombre.

Un murmullo cruzó la sala como un rayo contenido.

—Aunque el rostro del acompañante no se distingue con claridad —continuó Madeline, sin titubeos—, varios medios y revistas están especulando que podría tratarse de su nuevo amante. Sin embargo, hasta ahora usted nunca se ha mostrado públicamente con una pareja de su mismo género. —Hizo una pausa estratégica, dejando que el peso de sus palabras calara en todos—. Algunos sostienen que todo esto no es más que una táctica para desviar la atención de lo verdaderamente importante: las declaraciones de la señorita Jazper. Así que, señor Belmont, díganos: ¿se trata de una simple artimaña o realmente usted está saliendo con él?

El silencio que siguió fue absoluto, espeso como una manta caída sobre la sala.

Incluso los flashes se detuvieron.

Del otro lado de la puerta, Oliver sintió cómo la sangre le abandonaba el rostro. Las palabras de la reportera parecían haberse incrustado en su pecho como fragmentos de vidrio. Su respiración se volvió entrecortada, como si el aire se negara a entrar por completo en sus pulmones. Se llevó una mano temblorosa al estómago, sintiendo el nudo que lo oprimía desde hacía minutos crecer con brutalidad.

«Dios… ¿y si no lo creen? ¿Y si dicen que es montaje, que soy solo una distracción?», pensó, apoyando la espalda contra la pared más cercana, tratando de buscar estabilidad en medio del caos que ahora retumbaba en su mente.

Había imaginado este escenario muchas veces en su cabeza, pero la realidad era infinitamente más dura. No se trataba solo de una suposición o de un juego mediático: estaban hablando de él. Estaban especulando sobre su rostro, su cuerpo, su intimidad. Todo eso, reducido a un chisme en horario estelar.

Tragó saliva con dificultad.

Apenas unas semanas atrás, él era solo un desconocido con un empleo precario y una madre enferma. Ahora, estaba a punto de ser el centro de atención del país por ser —supuestamente— el amante del hombre más poderoso del sector mediático. La velocidad con la que su vida había cambiado lo dejaba sin aliento.

Y, sin embargo, había algo que lo angustiaba más que todo eso.

«¿Qué pasará si al final nadie me cree?»

La pregunta cruzó su mente como un látigo.

Las manos le sudaban. Se las frotó contra el pantalón con torpeza. El nudo en su garganta se apretó, pero no lloró. No podía hacerlo. No ahí. No cuando del otro lado de la pared las cámaras seguían grabando y su vida se estaba exponiendo como un espectáculo de circo.

Respiró hondo, una, dos, tres veces.

Recordó las palabras de Xavier la noche anterior: “Mañana haremos pública nuestra relación.”

Recordó también su voz, su mirada confiada, sus brazos rodeando su cintura como si lo protegieran del mundo aunque fuese solo actuación.

Y aunque su instinto le decía que dudara, su corazón, testarudo como siempre, le pedía que creyera.

Se obligó a incorporarse. Se alisó la camisa con manos temblorosas y se acercó a la rendija de la puerta. Podía oír el leve crujido de la silla de Xavier, los murmullos contenidos, el murmullo de una verdad que aún no se revelaba del todo.

No podía hacer nada ahora… solo esperar.

Y esperar, para alguien como él, era casi más doloroso que cualquier mentira.