Dueña De Tu Sombra

Me desperté antes de que el sol asomara por completo. Mi habitación estaba sumida en una penumbra azulada, donde la silueta de los muebles parecía más viva que nunca. Las sombras tienen su propio lenguaje, uno que aprendí a leer desde que era niño. Me senté en la cama sin encender la luz. Afuera todo estaba en calma, como si el mundo esperara a que yo diera el primer paso para comenzar el día.

Mi vida, desde afuera, parece perfecta. Mucho dinero, buenos trajes, un auto que muchos sueñan, un apellido que impone respeto. Algunos hasta me llaman "señor" aunque saben que aún soy joven. Pero lo que nadie sabe, es que hay un hueco dentro de mí. Uno que ni el lujo ni el respeto logran llenar. Un vacío frío, silencioso, y punzante. Uno que tiene nombre. Uno que huele a vainilla y habla con una voz cálida y dulce.

Ella.

Me levanté con calma, estirando los músculos que mi padre ha exigido endurecer desde que tengo memoria. Él dice que un cuerpo débil delata un alma débil. Así que entreno. Todos los días. Incluso cuando no quiero. Incluso cuando lo odio. Entreno porque es la única forma de mantener su mirada fuera de mí. Porque cuando entreno, él no me recuerda que "soy su legado". No me recuerda que debo ser "el nuevo rey".

Y aunque siempre digo que lo hago por disciplina, por rutina, la verdad es que lo hago por ella. Porque si estuviera viva, me diría que me cuide. Que me mantenga fuerte. Que sea valiente.

Me duché rápido. Me vestí como siempre: camisa negra, pantalones rectos, zapatos de cuero pulido. Impecable. Elegante. Dominante. Como él quiere. Bajé las escaleras y encontré el comedor vacío. Como siempre. Pero el desayuno estaba servido. Su forma de "cuidarme" sin tener que decirlo.

No me senté a comer. No tenía hambre. Tenía una cita con mis propios fantasmas.

Salí al balcón del segundo piso. Me apoyé en la baranda de hierro forjado, sintiendo la brisa en la cara. Cerré los ojos. Y ahí vino. El recuerdo.

**

Estoy en la cocina. No tengo más de seis años. Ella está horneando algo. El olor es dulce, reconfortante, como un abrazo caliente. Su cabello castaño cae sobre sus hombros. Lleva un vestido sencillo, pero en ella se ve como un traje de reina. Su sonrisa ilumina toda la habitación.

—¿Quieres probar? —me dice ofreciéndome la cuchara del glaseado.

Asiento rápido y corro hacia ella. Me sube en la encimera y me da un poco. Río. Ella ríe también.

Es la única risa sincera que recuerdo en toda mi vida.

**

Parpadeé y el mundo real volvió como un golpe seco. Aprieto la baranda. Respiro profundo. Intento no quebrarme. Porque si lo hago, ya no vuelvo.

Mi padre y yo nunca hablamos de ella. No lo soporta. Yo tampoco. Pero de vez en cuando, cuando la casa está silenciosa y el mundo duerme, su imagen vuelve. Como ahora.

No tengo una tumba a la que ir. No tengo un lugar donde llorarla. Porque no hubo funeral. Porque lo que pasó, lo que le hicieron, fue algo que todavía me cuesta nombrar.

Volví a entrar. La casa seguía igual. Ordenada. Fría. Casi sin alma.

Tenía que salir. Tenía que alejarme antes de que el peso de los recuerdos me hundiera otra vez. Bajé por el barrio, como cada tanto. Me gusta caminar entre las personas. Sentirme parte de algo. No como en mi casa, donde todo se mide en control y silencio.

Los vecinos me saludan con respeto. Unos pocos con miedo. Pero cuando me miran a los ojos y ven que les sonrío, se relajan. Porque saben que aunque tengo el rostro de alguien peligroso, no soy como él. Al menos, no todavía.

Ayudé a la señora Lucía a cargar sus bolsas. Saludo al panadero que me regala un croissant. Le pago igual. Ayudo a unos niños a recoger su balón de la calle. Esos momentos, aunque breves, me hacen sentir... útil. Humano.

**

La tarde cae.

Llego a casa y mi padre me espera en su oficina. Siempre igual. Sentado en su gran silla de cuero, con un vaso de whisky en la mano y esos ojos que no muestran nada. Nada de amor, ni de odio. Sólo estrategia.

—Mañana será tu primer día. —me dice, sin mirarme—. Te presentarán como empresario. Pero ya sabes lo que hay detrás.

Asiento. No digo nada. Ya lo sabía. Lo estaba esperando.

—Lo haces por ella, ¿verdad? —pregunta, esta vez sí mirándome.

Y por un segundo, vi algo en sus ojos. Dolor. Culpa. Tristeza.

—Sí —respondo. No necesito decir más.

No me dice nada más. Sólo asiente.

Subo a mi habitación y me dejo caer en la cama.

**

El sueño me atrapa. Y con él, otro recuerdo.

Estoy en la calle. Noche. Llueve. Corro. Ella está frente a mí, herida. Sostengo su cuerpo. Ella sangra. Me mira, pero ya se está yendo. La llamo. Grito. No sé qué hacer. Su sangre mancha mi ropa. El corazón se me rompe en cada segundo.

Entonces llega él. Mi padre. La arranca de mis brazos y me empuja a un lado. Se va con ella. Me deja. Solo. Con la lluvia. Con la sangre. Con el dolor.

Horas después vuelve. Cubierto en sangre. Sin ella. Me abraza. Me pide perdón. Pero ya es tarde.

**

Despierto bañado en sudor. Con el pecho apretado. Me siento. Miro mis manos como si aún estuvieran manchadas. Ya no duelen, pero el alma sí.

Me levanto. Voy al baño. Me miro al espejo.

Tengo su mirada. Su nariz. Su boca. Pero los ojos... esos son de él.

**

Hoy empieza todo. Seré empresario. Seré mafioso. Seré su legado. Pero también seré otra cosa: el que traerá justicia. El que hará pagar a los que la arrancaron de mi vida.

Porque si voy a llevar este vacío dentro de mí, al menos que sirva para algo.

Ben