Tras una noche en la que Elisabeth se dejó llevar por la pasión de un momento, rindiendose ante la calidez que ahogaba su soledad, nunca imaginó las consecuencia de ello. Tiempo después de que aquel despiadado hombre la hubiera abrazado con tanta pasión para luego irse, Elisabeth se enteró que estaba embarazada.
Pero Elisabeth no se puso mal por ello, al contrario sintió que al fin no estaría completamente sola, y aunque fuera difícil haría lo mejor para criar a su hijo de la mejor manera.
¡No intentes negar que no es mi hijo porque ese niño luce exactamente igual a mi! Ustedes vendrán conmigo, quieras o no Elisabeth.
Elisabeth estaba perpleja, no tenía idea que él hombre con el que se había involucrado era aquel que llamaban "el loco villano de Prusia y Babaria".
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Capitulo 18
Habían pasado cuatro meses desde que Elisabeth se estableció en Potsdam, y aunque su vida distaba de la opulencia y el esplendor que conoció alguna vez, en su pequeño hogar había encontrado algo infinitamente más valioso, estabilidad.
La casa de piedra y madera que Heinrich le ayudó a conseguir era modesta, pero a Elisabeth le bastaba. Era cálida, segura y suya. Allí, entre frascos de cristal, cajones con raíces secas y morteros de piedra, podía trabajar sin salir, preparar mezclas, infusiones, ungüentos. Heinrich iba personalmente a recoger los pedidos casi a diario, asegurándose de que nada le faltara.
Falko, siempre leal, dormía junto a la puerta y la seguía por cada rincón. Y dentro de su vientre, cada vez más redondo, el pequeño ser que crecía en su interior se movía con fuerza. A veces, por las noches, se acariciaba el abdomen mientras le susurraba historias inventadas, hablándole como si ya pudiese escucharla.
A pesar de todo eso, había días en que la tranquilidad se enredaba con hilos de tristeza. Elisabeth no era ingenua. Aunque en Potsdam nadie conocía realmente sus circunstancias, la ausencia de un apellido junto al suyo, la barriga visible, y su juventud no pasaban desapercibidas. Las miradas de reojo en el mercado, los susurros detrás de los puestos, se repetían como un murmullo constante.
—Pobre criatura, nacer sin padre...
—Dicen que el doctor Bauer la protege demasiado. Qué casualidad, ¿no?
—Seguramente está tratando de atraparlo, ¡a ese hombre tan decente!
Elisabeth fingía no oírlos. Caminaba con la cabeza alta, elegía sus hierbas, pagaba en silencio y volvía a casa como si no sintiera nada. Pero la verdad era otra, las palabras dolían. Se quedaban clavadas como espinas, punzando en lo más profundo cuando estaba sola.
Lo que más le envenenaba no era lo que decían de ella. Era lo que decían de Heinrich.
Él, que había sido su salvación en los meses más oscuros. Él, que jamás la juzgó, que la ayudó a instalarse, que respetaba sus silencios y no exigía explicaciones. Le molestaba en lo más profundo que lo envolvieran en una red de chismes y desprecio injustificado.
Una tarde, mientras regresaba del mercado con una bolsa de lino llena de pan y algunas frutas, escuchó a dos mujeres junto a un pozo comentar en voz demasiado alta:
—Yo no sé cómo el doctor puede ser tan ingenuo... ¿No ve lo que está pasando? Ella solo quiere atarlo con ese niño que no es suyo. ¡Qué vergüenza!
Elisabeth se detuvo en seco. Dio media vuelta. Sus ojos verdes, encendidos por una furia contenida, se clavaron en las dos mujeres. Su voz no fue fuerte, pero cortó el aire como una daga:
—¿Saben lo que es vergonzoso? Juzgar sin saber. Hablar como cuervos sobre la vida de los demás. El doctor Bauer me ha ayudado, sí, y jamás lo arrastraría conmigo en algo que no eligió. Pero claro, ustedes nunca entenderían lo que es la gratitud, ni la amistad verdadera.
Las mujeres no supieron qué responder. Se hicieron a un lado, sorprendidas por la firmeza que no esperaban de alguien con rostro tan dulce. Elisabeth no los miró más. Siguió su camino con el rostro tenso, la espalda erguida y el corazón latiendo con fuerza.
Cuando llegó a casa, Heinrich ya estaba allí, revisando algunas hierbas secadas que ella había dejado en la mesa. Al verla entrar, alzó la vista y le ofreció una sonrisa suave.
—¿Mucho cansancio hoy?
—No más que otros días, —respondió ella, dejando la bolsa sobre la mesa.
Se miraron en silencio. Él no preguntó más. Sabía.
Elisabeth acarició su vientre, respirando hondo. Estaba cansada, sí. Pero no derrotada.
Tiempo después, Elisabeth estaba moliendo corteza de tilo en el mortero cuando escuchó el golpe suave en la puerta. Falko levantó la cabeza desde su rincón habitual pero no ladró; reconocía los pasos. Con una mano en la espalda baja y otra en la cintura para equilibrar su cuerpo, Elisabeth fue a abrir.
—Heinrich, ¿tan temprano? —preguntó con una sonrisa mientras lo dejaba pasar.
El joven doctor le devolvió una sonrisa leve, más medida que de costumbre. Llevaba un abrigo largo y su maletín de viaje colgaba de su hombro. Elisabeth lo notó de inmediato.
—No vengo por los pedidos —dijo, mirándola fijamente como si quisiera grabala en la memoria—. En realidad… vine a verte antes de irme.
—¿Irte? —repitió ella, con una ceja levantada.
—Una conferencia médica en Dresde —explicó mientras dejaba el maletín sobre la mesa—. Solo serán un par de semanas, con suerte menos. Pero… —bajó la mirada hacia el vientre prominente de Elisabeth— espero que el bebé tenga la decencia de esperar mi regreso.
Elisabeth soltó una pequeña risa. Aunque el comentario era ligero, sabía que Heinrich estaba genuinamente preocupado.
—Yo también espero que espere —dijo ella, posando instintivamente una mano sobre su abdomen.
—Aun así… no quiero dejar nada al azar. —Heinrich se volvió hacia la puerta y la abrió por un momento—. Esta es Martha Krüger, partera con la que he trabajado por años. Es de confianza. Me gustaría que te vea todos los días hasta que regrese.
Martha, una mujer robusta con una sonrisa cálida y firmeza en los ojos, hizo una leve reverencia. Elisabeth, algo sorprendida, asintió y le devolvió el gesto.
—Encantada, señora Krüger. Y… gracias, Heinrich. Es un alivio saber que alguien tan capaz estará cerca.
—Gracias a ti por aceptar —replicó Heinrich. Guardó silencio unos segundos antes de añadir con una leve sonrisa—: Espero que no me reemplaces mientras no estoy.
—¿Reemplazarte? —Elisabeth rio por lo bajo y negó con la cabeza—. Difícil. No tengo tantos clientes como tú… ni conozco a otro médico tan capaz.
Heinrich soltó una carcajada leve, pero su mirada se demoró en ella por un instante más largo de lo habitual. Finalmente, suspiró, levantó su maletín y se giró hacia la puerta.
—Entonces… me voy tranquilo.
—Debes —dijo ella con suavidad, notando el leve titubeo en los pies de Heinrich antes de marcharse—. Todo estará bien. Lo prometo.
Él no dijo nada más. Solo la miró una última vez, asintió y se fue.
Elisabeth cerró la puerta tras él, pero no se alejó. Apoyó la frente y los hombros contra la madera mientras soltaba el aire lentamente. Su mano descendió sobre su vientre redondo y sintió un movimiento firme desde dentro, como una suave respuesta a su gesto.
—Es un buen hombre… —murmuró, sin dirigirse a nadie en particular.
Una punzada cruzó su pecho, apenas una sombra. — No puedo decir lo mismo de tu padre—, pensó. Y aunque no había pronunciado su nombre en voz alta desde hacía meses, la imagen de Dietrich apareció con brutal nitidez, como si la memoria se hubiera escondido todo ese tiempo solo para lanzarse entonces con fuerza renovada.
Su perfil altivo. Sus ojos gélidos, capaces de abrasarla con una sola mirada. El tacto de sus manos en la penumbra. Su voz… esa voz que la llamaba por su nombre como si solo ella existiera.
Elisabeth apretó los labios. No quería pensar en eso. No quería recordar lo que no tenía, lo que no podía comprender. ¿Qué era Dietrich para ella? ¿Un recuerdo? ¿Un error? ¿Una herida abierta? ¿O absolutamente nada?
Y sin embargo… ¿cómo olvidarlo, cuando una parte de él latía dentro de ella?
Consciente de su debilidad por esos pensamientos, se enderezó con lentitud. Miró alrededor, su hogar, sus frascos, su mesa con raíces secas, el rincón donde Falko dormía otra vez.
Tenía trabajo. Una rutina que mantener. Una vida por nacer. Y eso era más importante que cualquier espectro del pasado.
Se frotó los ojos, se recogió el cabello en un lazo simple, y volvió a su tarea.
Traía médicos con él Dietrich
Q pasara si ese doctor q hecho le hizo algo y a ella la intimido con el bb y lo dejo ir así como así
Autora denos más capítulos /Chuckle/ jejejeje q intrigada me quede /Shy/. Gracias por su Novela.