Fernanda siempre creyó que Víctor era su mate, su pareja destinada, un vínculo sagrado que ningún hombre lobo podía romper. Pero su mundo se desmorona al descubrirlo en los brazos de Natalia, su propia hermana, en un acto de traición que rompe no solo su corazón, sino el frágil equilibrio de la manada.
Devastada y sintiendo que algo oscuro ha corrompido el vínculo que los unía, Fernanda huye del territorio en busca de respuestas. En su camino encuentra a Marcus, un hombre lobo renegado que fue desterrado injustamente como alfa de su manada. Él también lleva el peso de una traición que cambió su vida para siempre. Unidos por el dolor y la necesidad de justicia, Marcus se convierte en un aliado inesperado para Fernanda.
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El Encuentro con la Madre Luna
La calma nocturna en la mansión de Marcus era apenas una ilusión. Mientras Fernanda descansaba profundamente, Marcus no lograba encontrar paz. Una inquietud intangible lo mantenía despierto, como si algo más allá de su comprensión estuviera al acecho. Su mirada, fija en el bosque oscuro tras la ventana, parecía buscar respuestas en el vacío de la noche.
De repente, una luz plateada comenzó a iluminar la habitación. No era la luz usual de la luna llena; era un resplandor etéreo, puro y envolvente, que desterraba las sombras sin esfuerzo. Marcus se levantó de inmediato, sus sentidos alerta, mientras un calor desconocido pero tranquilizador lo rodeaba.
—Marcus resonó una voz en su mente, suave como el susurro de una brisa, pero impregnada de autoridad.
Ante él se materializó una figura celestial, una mujer que irradiaba belleza y poder. Su cabello plateado caía como un río de estrellas, y sus ojos contenían la inmensidad del universo. La presencia de la Madre Luna era imponente, casi abrumadora, pero también cargada de una serenidad que instintivamente calmó a Marcus.
—Madre Luna, murmuró reverente, inclinando ligeramente la cabeza.
Ella esbozó una sonrisa tenue antes de adoptar una expresión grave.
—Hijo mío, es momento de que conozcas la verdad, dijo con voz solemne.
La habitación desapareció, transformándose en un espacio infinito y blanco, como si el tiempo y el espacio hubieran dejado de existir. La Madre Luna extendió una mano delicada, y una serie de imágenes comenzó a proyectarse en el aire, como recuerdos que cobraban vida.
—Mucho antes de que el primer hombre lobo caminara sobre esta tierra, tuve una hermana gemela, Eisha, comenzó la diosa. Las imágenes mostraban a dos mujeres idénticas, resplandecientes y llenas de armonía, rodeadas por un universo primigenio.
—Juntas creamos equilibrio en el cosmos. Yo protegía la vida y guiaba a los seres hacia la luz, mientras ella cuidaba de las sombras, un componente necesario para el balance. Pero con el tiempo, Eisha comenzó a resentirse. Mientras yo recibía amor y devoción, ella sentía que su papel era ignorado… y ese vacío la consumió.
Las imágenes cambiaron. Mostraban a Eisha transformándose, su luz oscureciéndose hasta convertirse en una entidad de pura penumbra. Sus ojos, antes llenos de sabiduría, se tornaron pozos de vacío.
—El odio y la envidia de mi hermana la llevaron por un camino sin retorno, continuó la Madre Luna. Quiso derrocarme, destruir mi luz y ocupar mi lugar. Pero hay límites que incluso los dioses no pueden transgredir.
Marcus frunció el ceño, intrigado.
—¿Límites? preguntó.
La diosa asintió, su expresión mezclando tristeza y comprensión.
—Las leyes cósmicas nos prohíben a los dioses dañarnos entre nosotros. Nos equilibramos mutuamente, y destruir a uno significaría un desequilibrio tan grande que podría desatar el caos absoluto. No puedo erradicar a Eisha, así como ella no puede destruirme directamente. Es por eso que ella actúa desde las sombras, manipulando, corrompiendo… haciendo lo que se le antoja para sabotear lo que amo.
Las escenas mostraron a Eisha liderando ejércitos de criaturas deformes, su oscuridad extendiéndose como una plaga. Las imágenes cambiaron nuevamente, enfocándose en los hombres lobo.
—Mis hijos, los hombres lobo, representan mi conexión directa con el mundo mortal, explicó la Madre Luna. Por eso Eisha los odia. Son un recordatorio constante de mi propósito y de lo que ella nunca pudo crear.
Marcus sintió un nudo de ira formándose en su pecho al ver a sus hermanos siendo manipulados y destruidos por la influencia de Eisha. Recordó su propio destierro, las pérdidas que lo habían marcado, y no pudo evitar preguntarse cuántas de esas desgracias habían sido orquestadas por la mano de la diosa oscura.
—¿Por qué yo? preguntó en voz baja, tratando de entender su papel en este conflicto ancestral.
La Madre Luna se acercó y colocó una mano en su rostro, su tacto tan cálido como la luz misma.
—Desde el momento en que naciste, supe que tenías la fuerza y la nobleza necesarias para enfrentar este destino. No estás aquí por azar, Marcus. Eres un pilar de mi creación, un protector. Pero no puedes hacerlo solo.
La imagen de Fernanda apareció entonces, iluminada por un brillo dorado. Marcus sintió cómo un hilo invisible lo conectaba a ella, un vínculo que iba más allá de lo físico.
—Por eso te uní a Fernanda. Ella es tan importante como tú. Su fuerza aún dormida, sus heridas… todo ha sido parte de forjarla como la compañera que necesitas. Juntos, serán la clave para enfrentar a Eisha.
Las imágenes cambiaron nuevamente, mostrando una visión del futuro: Marcus y Fernanda enfrentando las hordas de la oscuridad, luchando codo a codo.
—Debes fortalecer tu vínculo con ella, continuó la Madre Luna. La unión entre ambos será la mayor defensa contra Eisha. Pero sepan esto: ella no se detendrá. Hasta el último aliento buscará destruir todo lo que amo.
Marcus apretó los puños.
—Juro proteger a tu creación a mi pueblo y a Fernanda, cueste lo que cueste.
La diosa esbozó una sonrisa llena de orgullo.
—Entonces prepárate, hijo mío. Los tiempos oscuros se acercan.
El resplandor comenzó a desvanecerse, y Marcus se encontró de regreso en su habitación, como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, algo en él había cambiado. Su propósito estaba claro.
Caminó hasta la cama donde Fernanda dormía, tranquila y ajena a todo. Inclinándose, acarició su cabello con delicadeza.
—No estás sola, Fernanda, susurró. Y juntos enfrentaremos lo que venga.
La noche continuó en silencio, pero la determinación de Marcus ardía como un faro. El conflicto con Eisha era inevitable, pero ahora tenía una razón más poderosa que nunca para luchar.