La autora de esta historia se queda dormida frente a la computadora y, mágicamente, la protagonista de su propia novela la obliga a tomar su lugar, ya que le pareció muy injusta la forma en que la autora trató a su familia.
¿Podrá nuestra autora sobrevivir a su propia trama...?
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capítulo 10
El bosque de Rynel se extendía como un manto verde y espeso a varias leguas del palacio imperial. Allí, el aire olía a tierra húmeda y resina de pino, y no había murallas ni centinelas, solo árboles centenarios que ocultaban a quienes no querían ser vistos. Era el lugar perfecto para desaparecer, entrenar… y conspirar.
—No me gusta estar tan lejos del palacio —gruñó Santiago, acomodando su espada sobre el tronco donde se sentaba.
—Precisamente por eso estamos aquí —respondió Regulus, colocando una serie de piedras negras alrededor de un claro del bosque. Al chocar entre sí, las piedras chispeaban como si tuvieran vida propia—. Este bosque está encantado. Nadie podrá oírnos… ni siquiera los pájaros que nos observan por orden del emperador Cristian.
Lucía, o más bien Lara, observaba en silencio. Había recogido su cabello en una trenza sencilla y vestía ropas de viaje, ligeras y funcionales. En su espalda, colgaba el grimorio que le había dado Malik, sellado con una cerradura mágica que sólo respondía a su sangre.
—¿Qué quieres enseñarnos hoy? —preguntó con voz neutra.
—Lo que deberían haber aprendido hace años —respondió el mago, girando hacia ellos—. A leer el flujo de energía sin depender de los elementos. La magia de la Torre no es fuego ni viento, es intención. Pensamiento. Precisión.
Regulus dibujó un círculo con polvo de hueso y colocó una esfera de cristal en el centro.
—Lara, quiero que proyectes un recuerdo dentro de la esfera. No uno feliz. Uno que te duela.
Ella vaciló un segundo, pero luego cerró los ojos. La esfera parpadeó con una luz tenue. Imágenes borrosas comenzaron a formarse en su interior: una jaula de hierro, gritos apagados, un cuaderno quemado… y una figura con capa negra que la señalaba con desprecio. Malik.
Santiago dio un paso involuntario hacia ella.
—¿Eso es…?
—Mi primer castigo por desobedecer a la Torre —murmuró ella—. Cuando aún pensaba que podía controlar todo como en una novela.
—Eso no era una desobediencia. Era tortura.
Regulus no dijo nada. Observó la esfera, asintió, y luego se volvió hacia Santiago.
—Tu turno.
—¿Yo? Yo no tengo uno.
—Tienes ira. Y si la controlas, será más útil que un rayo. Mira la esfera.
Santiago obedeció. La esfera vibró bajo su mirada. Dentro, se formó la imagen de un estandarte rasgado, hombres arrodillados ante el emperador Cristian… y entre ellos, su primo Joaquín.
—Él me entregó —murmuró, con la mandíbula apretada.
—Y no fue el único —agregó Regulus con calma.
Santiago se giró con brusquedad.
—¿Qué dijiste?
—Tu corte está podrida, príncipe. Tu regreso sólo ha hecho que las ratas busquen dónde esconderse. Joaquín fue la mano, sí… pero hubo voces que lo incitaron, soldados que abrieron las puertas y consejeros que desviaron la mirada. Algunos de ellos aún beben vino en tu mesa.
Lara no dijo nada. No se sorprendió. Ella lo había escrito. Sabía que el ascenso de Cristian no había sido solo mérito de su ambición, sino también de la ceguera y la corrupción dentro del propio palacio de Amatista.
—¿Sabías esto? —le preguntó Santiago con voz ronca.
Ella lo miró de frente.
—Sí. Por eso no me sorprendí cuando supe que Joaquín te había entregado. La traición venía de adentro. Siempre fue así.
—Dime sus nombres —exigió Santiago al mago—. Los quiero a todos.
Pero Regulus negó con la cabeza.
—Sería poco inteligente en este momento hacer desaparecer a los informantes de tu enemigo. Aún no. Necesitamos que crean que siguen ganando. Que tú sigues siendo débil, manipulable, confuso.
Lara entrecerró los ojos.
—Podemos usar esa suposición a nuestro favor…
—Exacto —dijo Regulus, con una sonrisa torcida—. Cuando regreses a tu corte, te estarán esperando. Quieren respuestas. Quieren saber dónde estuviste, qué te hicieron… y qué recuerdas.
—¿Y qué debo decir? —preguntó Santiago, claramente frustrado.
—La verdad. Una parte de ella. Dirás que no recuerdas nada, que estuviste cautivo en una prisión cuya ubicación desconoces… y que alguien te ayudó a escapar. Dirás que fue la discípula del mago supremo. Que fue Lara quien te salvó. Que sin ella, no habrías sobrevivido.
Santiago alzó la mirada hacia ella. Hubo algo más que estrategia en sus ojos. Gratitud. Dolor. Confianza.
—¿Estás de acuerdo? —le preguntó.
—Sí. Pero tendrás que actuar muy bien. Ellos te observarán como buitres. Cualquier contradicción, cualquier titubeo… y dudarán de ti.
—No voy a titubear.
—Perfecto —intervino Regulus—. Eso nos da tiempo. Una semana, a lo sumo. Durante ese lapso, necesitaremos sembrar nuestras propias semillas en la corte. Buscar leales. Formar alianzas discretas.
—¿Y qué haremos con Joaquín?
—Lo observaremos. Él no sospecha que sabes la verdad. Aún cree que puede controlarte.
Santiago cerró los puños, respiró hondo, y asintió.
—Entonces comenzamos el juego.
Lara, en silencio, pensó en las líneas que alguna vez había escrito para el príncipe Santiago: su caída, su prisión, su retorno como un peón. Pero ahora, en este mundo que ya no obedecía sus reglas, era él quien empezaba a mover las piezas.
Y esta vez, no habría guión que lo protegiera.
porque hasta yo ya los hubiera mandado a la mi**da!
Se creen superiores los otros cuando también tuvieron que conocerse en malas circunstancias, estúpidos!