Venganza Implacable

Mientras Elysia avanzaba por el largo y silencioso pasillo, se topó inesperadamente con un hombre que llamaba la atención. Era de estatura notable, con una figura esbelta que se destacaba en la penumbra. Su cabello, de un negro intenso, caía en desorden sobre su frente, resaltando aún más la peculiaridad de sus ojos, que brillaban con un inusual tono plateado, al igual que la luz de la luna en una noche despejada.

El hombre parecía tener dificultades para mantenerse en pie; su cuerpo se apoyaba contra la pared con cierta torpeza, como si buscara estabilidad en un terreno incierto. Elysia notó cómo su rostro reflejaba una mezcla de esfuerzo y vulnerabilidad, lo que despertó su curiosidad.

El ambiente del pasillo era fresco y, a pesar de su quietud, una suave brisa se deslizaba entre las cortinas que colgaban de las ventanas cercanas, haciéndolas ondear suavemente. La brisa fresca traía consigo el susurro de la noche, creando una atmósfera casi mágica que rodeaba a ambos.

Ella le echó un vistazo fugaz y, en su mente, lo catalogó como un simple gigoló, un hombre que solo buscaba pasar un buen rato, como muchos otros asistentes en esa fiesta. Sin darle mayor importancia, decidió continuar su camino sin detenerse a considerarlo más. Sin embargo, en un giro inesperado, el hombre se acercó y, de manera sorpresiva, tomó su brazo con firmeza, deteniéndola y acorralándola contra la pared.

—Por favor, ayúdame —le pidió, mientras su voz se escuchaba frágil, pero impregnada de una mezcla de desesperación y urgencia.

Elysia lo observó con asombro, esforzándose por comprender lo que estaba ocurriendo. El hombre ante ella lucía visiblemente en apuros, y su mirada plateada parecía transmitir un profundo desasosiego. A pesar de que su instinto inicial la empujaba a alejarse de él y seguir con su plan original, había un algo en su mirada que la hizo vacilar.

｟¿Quién será este hombre? Necesito ser cautelosa, pero... esos ojos...｠, se dijo a sí misma, sintiendo una curiosidad que la mantenía anclada en el lugar.

El hombre inhalaba de manera dificultosa, cada respiración le costaba un esfuerzo notable. Su mano se aferraba al brazo de Elysia con una fuerza que, aunque firme, temblaba por la tensión que lo consumía. En su rostro se podía leer una profunda angustia, sus rasgos marcados por la preocupación. Las palmas de sus manos estaban húmedas, empapadas de sudor que delataban el nerviosismo que lo invadía. Elysia, aunque sorprendida por la situación, decidió darle una oportunidad a su súplica.

—¿Por qué debería ofrecerte mi ayuda? Tus problemas no me conciernen en absoluto —respondió ella con frialdad, sin un atisbo de compasión en su voz.

El hombre, sintiendo la necesidad de que ella comprendiera la gravedad de su situación, acercó su rostro al de ella. Sus ojos, de un inusual tono plateado, brillaban intensamente, reflejando una mezcla entre el anhelo y la desesperación más profunda.

—Te prometo que serás recompensada generosamente; cumpliré cualquier deseo que anheles —susurró él, dejando su aliento cálido acariciar la piel de Elysia, provocando un estremecimiento en su cuerpo.

En ese instante, él estaba a punto de acercarse y besarla, pero Elysia no se quedó de brazos cruzados. Con un movimiento ágil y preciso, lo golpeó suavemente en la cabeza, dejándolo inconsciente al instante. El hombre se desplomó en el suelo, y Elysia se quedó allí, contemplando su figura tendida ante ella. Tomó un momento para evaluar la situación, analizando cada detalle mientras su mente trabajaba rápidamente en los posibles próximos pasos a seguir.

Durante un instante, parecía vacilar. Sin embargo, era comprensible; ¿qué harías tú si un hombre desconocido se acercara a ti de repente y te pidiera ayuda para calmar sus deseos? Ella se inclinó y, con un notable esfuerzo, logró levantar al hombre que yacía inconsciente. Mientras lo arrastraba por el pasillo, no pudo contener un susurro de queja que se escapó de sus labios.

Finalmente, encontró una habitación alejada y, tras hacer un esfuerzo considerable, logró abrir la puerta. Con sumo cuidado, introdujo al individuo en su interior y lo acomodó suavemente sobre la cama. Elysia se detuvo un instante para recobrar el aliento, sintiendo el latido acelerado de su corazón. Una vez que recuperó la compostura, comenzó a examinarlo con atención, buscando comprender qué había sucedido y cómo había llegado a esa situación.

Elysia se sentó al lado del hombre inconsciente, observando la palidez de su rostro. Era innegable que tenía un atractivo especial; incluso en su estado vulnerable, su silueta esbelta y su cabello oscuro y desordenado le conferían un aura casi etérea.

—¿Cómo es posible que un chico tan atractivo se encuentre en esta situación?— murmuró para sí misma, llena de curiosidad, mientras acariciaba suavemente su frente. Pudo percibir el calor que emanaba de él, una temperatura alarmante que indicaba la severidad de la droga presente en su organismo. Con un sutil movimiento de manos, comenzó a neutralizar la toxicidad que invadía su cuerpo.

Finalmente, tras un considerable esfuerzo, se levantó y se dirigió al baño. El espejo solo reflejaba a una mujer seria y decidida, pero había algo en el ambiente que la hacía dudar. Regresó a la habitación sosteniendo una pequeña toalla mojada, deteniéndose ante la figura del hombre tendido allí, vulnerable.

—Fuiste tú quien me pidió ayuda —expresó— Así que prácticamente no estoy violando tus derechos.

Con una profunda determinación, Elysia se acercó al extraño, con movimientos lentos y deliberados, comenzó a desabotonar su camisa. A medida que los botones se apartaban, fue descubriendo la piel mate y suave del hombre, una piel que parecía ser un lienzo perfectamente elaborado, donde cada músculo estaba delineado con precisión.

Cuando finalmente llegó al último botón, se detuvo por un momento, cautivada por la vista que tenía ante sus ojos. Los abdominales del extraño eran impresionantes, marcados y definidos, como si hubieran sido esculpidos por dioses en un taller divino.

—Vuelvo a decirlo... solo estoy intentando ayudarte —susurró.

Con una toalla en mano, se inclinó y comenzó a secar el cuerpo del hombre, acariciando su piel y eliminando el sudor que había acumulado. Cada contacto de la tela con su piel provocaba un susurro de cosquillas que recorría su cuerpo, haciéndole complicada la tarea de concentrarse.

—Tienes un cuerpo impresionante... y una altura ideal… —murmuró, casi sin darse cuenta de que estaba hablando en voz alta— tu figura parece haber sido esculpida por los propios dioses.

En un instante, una idea brillante atravesó su mente como un rayo "¿cómo sería tener un hijo con un hombre como él? La imagen de un niño que fusionara su belleza con la robustez de este extraño le hizo sonreír de manera atrevida. Ese pequeño ser sería increíblemente fuerte y atractivo, una combinación perfecta de los dos, un verdadero legado de su herencia genética."

La vorágine de sus pensamientos la tomó por sorpresa, pero en vez de rechazar esa experiencia, decidió acogerla con una leve sonrisa en sus labios. Era una idea audaz, casi provocadora, pero también encantadora, algo que realmente no le desagrado en absoluto.