Emiliano y Augusto Jr. Casasola han sido forjados bajo el peso de un apellido poderoso, guiados por la disciplina, la lealtad y la ambición. Dueños de un imperio empresarial, se mueven con seguridad en el mundo de los negocios, pero en su vida personal todo es superficial: fiestas, romances fugaces y corazones blindados. Tras la muerte de su abuelo, los hermanos toman las riendas del legado familiar, sin imaginar que una advertencia de su padre lo cambiará todo: ha llegado el momento de encontrar algo real. La llegada de dos mujeres inesperadas pondrá a prueba sus creencias, sus emociones y la fuerza de su vínculo fraternal. En un mundo donde el poder lo es todo, descubrirán que el verdadero desafío no está en los negocios, sino en abrir el corazón. Los hermanos Casasola es una historia de amor, familia y redención, donde aprenderán que el corazón no se negocia... se ama.
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Anónimos
Cuando Katherine salió a eso de las cinco de la mañana del apartamento de Emiliano, la ciudad apenas se estaba despertando. Las luces parpadeaban como si supieran secretos de la noche anterior. Ella, que era la heredera de una empresa audiovisual importante en Latinoamérica y socia de los Casasola, caminaba rápido, pero por dentro estaba revuelta.
Llegó a su departamento y el silencio la recibió como un amigo. Dejó las llaves en la mesa y se quitó los tacones suspirando, como dejando atrás algo reciente que no quería olvidar del todo.
Se metió al baño y abrió la regadera. El vapor empezó a llenar todo como una cortina tibia para pensar bien las cosas. Se quitó la ropa despacio, sintiendo cada segundo como si su piel aún tuviera algo de esa noche. El agua le recorrió el cuerpo mientras sus manos recordaban cada caricia, cada suspiro.
No podía dejar de pensar.
—¿Quién eres? —susurró con los ojos cerrados, dejando que el agua se llevara todo menos ese recuerdo.
Ese tipo, ese desconocido que la hizo sentirse viva, poderosa, deseada… una reina. No solo su cuerpo reaccionó, sino algo más profundo, algo instintivo. Su voz grave, sus manos firmes, su forma de mirarla como si la conociera de siempre, como si viera su alma.
—Maldito… —dijo con una sonrisa—. ¿Dónde estabas metido?
Se apoyó en la pared, respirando hondo. No quería que terminara, no quería que esa noche se acabara. Pero sabía que la cosa no podía quedar así.
Había algo familiar en él... no su cara, ni su voz, sino su energía. Como si ya se hubieran topado antes sin darse cuenta.
Salió de la ducha con la piel roja por el calor, se envolvió en una toalla y se fue al espejo. Se miró fijamente.
—No eres una niña, Katherine. No te emociones —se dijo, pero sonreía—. Aunque... si lo vuelvo a ver...
La interrumpió la vibración de su cel. Un mensaje sin remitente.
“No todo está perdido, sigue buscando y encontrarás”
Era un mensaje raro, como otros que ya había recibido. Pero no le dio mucha importancia, solo pensaba en el tipo misterioso.
Su corazón se aceleró. Lo leyó una y otra vez.
—¿Pero que pasa? ¿Pensaste que era él? No te hagas ilusiones, Katherine —susurró asustada, creyó que era él—. ¿Pero cómo? No le di mi número. Y esto apenas empieza…
Seguía pensando en el mensaje que le dejó a Emiliano antes de irse:
“Nos volveremos a encontrar.”
Ni sabía por qué lo había escrito. No lo conocía, no tenía su número, no sabía nada de él. Pero algo dentro de ella le decía que esto no había terminado.
—Estás loca, Katherine —murmuró echándose rubor—. ¿Y si solo fue una noche y ya?
Se obligó a salir de su cuarto, agarró su bolso y bajó al estacionamiento. Su cel vibró con un mensaje de su papá:
“Te quiero en la empresa temprano. No llegues tarde.”
Resopló.
—Sí, señor Villanueva... puntualidad ante todo.
Arrancó el coche y se fue al centro. Pero antes, tenía que hacer una parada en su cafetería favorita, donde los baristas ya sabían qué pediría: capuchino grande, doble espresso, con leche de almendras y un toque de vainilla.
Mientras esperaba, revisaba su celular cuando algo, o alguien, le llamó la atención.
Afuera, en una mesa, un hombre de chaqueta oscura y lentes leía un periódico. Tenía algo... la forma en que agarraba la taza, su mandíbula, cómo se acomodaba el pelo.
Katherine entrecerró los ojos. Su corazón empezó a latir fuerte.
—¿Será él?
Dio un paso hacia la puerta de vidrio para ver mejor. El tipo bajó el periódico un segundo. Y aunque tenía lentes, parecía saber que ella estaba ahí. Sonrió un poco, como si la conociera.
Katherine sintió un cosquilleo.
—No puede ser... —susurró.
Pero cuando abrió la puerta para salir, ya no estaba. Solo la taza vacía y el periódico en la mesa. El viento movió las hojas del diario.
Katherine fue hasta la mesa, confundida. Había una servilleta doblada sobre el periódico. La agarró y leyó:
“Lo que tanto has buscado, está cerca.”
Se le puso la piel de gallina. No podía evitarlo. Era como el mensaje de antes… ¿Será posible? Se agarró la cabeza.
—¿Quién eres…? —susurró, sintiendo emoción, curiosidad y un poco de miedo.
Tomó el periódico sin saber por qué. Tal vez había algo ahí. Se subió al coche, con el café entre las piernas y la servilleta en la mano. No podía dejar de pensar en ese mensaje, ni si era casualidad o destino.
Cuando llegó a la empresa M&D Corporation, su papá la esperaba en la sala de juntas.
—Llegas tarde —dijo serio.
—Ya sé, papá, ya sé. El tráfico —mintió.
—Tenemos reunión con Global Holdings. Quiero que estés atenta, Katherine. Este proyecto es importante, la vengo trabajando desde hace 5 años y no quiero perderla, los últimos meses no cumplimos con sus expectativas.
—Sí —dijo ella.
—Ana, prepara todo. Quiero la presentación, copias del informe y el portafolio —dijo Katherine sin mirar los documentos.
—¿También los datos de inversión y el análisis? —preguntó Ana, anotando.
—Todo. Y que el chofer esté listo. No quiero llegar tarde —ni ella se lo creía, pero haría lo posible por llegar antes.
Mientras Ana salía rápido, Katherine respiró hondo. Sabía que su papá, Mauricio, era exigente, pero había algo más en su tono. Una tensión, una preocupación.
—¿Qué pasa, papá? —preguntó ella.
Mauricio la miró un rato. Dudó. Dejó los papeles y se fue a la ventana.
—Global Holdings tuvo cambios. Está pasando por un momento difícil, espero que los Casasola lo arreglen.
—¿Y eso te preocupa? —preguntó ella.
—Me preocupa, los que no tiene lealtades, no les importa dañar a quienes trabajan para sostener a su familia. No les importan que otros se queden sin comer. Y nosotros trabajamos juntos y no quiero que nos afecte. Por eso hija si no lo convencemos, nos reemplazarán sin pensarlo.
Katherine asintió. No era solo una reunión. Era una prueba. Y no podía fallar.
Más tarde, en el edificio de Global Holdings, Katherine se arregló la chaqueta y salió del coche con su papá. Ana los seguía con una carpeta y el iPad. Entraron al vestíbulo y dos asistentes de negro los esperaban.
—La señorita Katherine y su equipo —dijo uno por teléfono—. Ya suben.
En el ascensor, Ana susurró:
—¿Nerviosa?
—No —dijo Katherine, pero su corazón latía fuerte.
Las puertas se abrieron y, al final de la sala, un hombre se levantó. Alto, de mirada intensa, pelo oscuro y una pose que lo decía todo. El ambiente se sentía diferente a la última vez.
,muchas gracias