NovelToon NovelToon
EL ITALINO Y SU ESPOSA RUSA

EL ITALINO Y SU ESPOSA RUSA

Status: En proceso
Genre:Arrogante / Mafia / Embarazada fugitiva / Malentendidos / Amor-odio / Matrimonio entre clanes
Popularitas:5.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Genesis YEPES

Una esposa atrapada en un matrimonio con uno de los mafiosos
más temidos de Italia.
Un secreto prohibido que podría desencadenar una guerra.
Fernanda Ferrer ha sobrevivido a traiciones, intentos de fuga y castigos.
Pero su espíritu no ha sido roto… aún. En un mundo donde el amor se mezcla con la crueldad, y la lealtad con el miedo, escapar no es solo una opción:
es una sentencia de muerte.

¿Hasta dónde está dispuesta a llegar por su libertad?

La historia de Fernanda es fuego, deseo y venganza.

Bienvenidos al infierno… donde la reina aún no ha caído.

NovelToon tiene autorización de Genesis YEPES para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

EL PRECIO DEL PERDON

Sabía que algo se avecinaba. Lo supe por el silencio en la mansión.

Lo supe por la manera en que los sirvientes me evitaban la mirada.

Cuando bajé las escaleras, Nicolaok ya me esperaba.

Impecable, de traje negro, sin una sola arruga,

con su mirada helada clavada en mí.

—Vamos —dijo sin más.

No pregunté a dónde.

No tenía sentido.

Solo lo seguí, sabiendo que, fuera donde fuera, dolería.

El trayecto en el auto fue silencioso. Yo iba en el asiento trasero, como si ya no

fuera su esposa sino una prisionera. El vehículo nos condujo fuera de la ciudad, por una

carretera rural flanqueada por árboles desnudos por el invierno.

Finalmente, llegamos a una construcción solitaria en medio del bosque.

Una vieja fábrica abandonada.

El lugar olía a humedad, a óxido… y a desesperación.

Nicolaok bajó primero, luego me abrió la puerta.

Lo seguí con pasos lentos, y al entrar, el mundo se detuvo.

Éli.

Mi contacto ruso. Mi amigo. El hombre que me ayudó a conseguir el pasaporte.

Estaba atado a una silla metálica, con el torso desnudo, la piel marcada por golpes y cortes.

Tenía cables conectados a los tobillos y a los brazos.

Su rostro estaba hinchado. Pero aún respiraba. Aún me miraba.

—Fernanda: Éli…

susurré, apenas audible.

—Eli: Señorita Romanov

dijo con voz temblorosa

—. No se culpe. Yo sabía el riesgo. Se lo debía a su madre… y lo volvería a hacer.

—Nicolaok: Cállate

ordenó Nicolaok con calma, como si fuera un maestro enseñando una lección.

Un hombre se acercó a un interruptor en la pared. Nicolaok asintió.

Y entonces, el grito.

Un alarido desgarrador llenó la sala cuando la descarga eléctrica atravesó el cuerpo de Éli.

Mi alma se partió en dos.

—Fernanda: ¡Basta!

grité, cayendo de rodillas

— ¡Por favor! ¡Déjalo!

Nicolaok se acercó, se agachó frente a mí, y con la misma voz de hielo de siempre, preguntó:

—Nicolaok: ¿Qué estarías dispuesta a hacer, señora de Bianchini… para salvarle la vida?

Lo miré con odio.

Con asco.

Con rabia.

Pero también con miedo.

No me permití llorar.

No frente a él.

—Nicolaok: ¿Estás dispuesta a vender tu cuerpo por él?

repitió, con la voz baja y lenta.

—Fernanda: Te odio

le escupí con la mirada, aunque mis labios apenas lo susurraron.

— Pero sí. Lo haría.

Nicolaok sonrió con esa expresión cruel que me provocaba escalofríos.

—Nicolaok: Muy bien, señora Bianchini

dijo mientras se ponía de pie.

Levantó la mano, y uno de sus hombres desconectó a Éli.

Estaba inconsciente, pero aún respiraba. Nicolaok me tomó del brazo y me

arrastró hacia la salida sin darme tiempo de despedirme.

Nos alejamos de la ciudad. Durante horas, atravesamos caminos polvorientos

hasta que los faros del auto dejaron de tener sentido.

La carretera se volvió tierra, la tierra se volvió bosque, y el bosque nos tragó por completo.

La cabaña estaba oculta entre árboles altos, musgo y silencio.

No había señal.  Ni agua corriente.

Solo un lugar... para que nadie nos escuchara gritar.

Cuando Nicolaok cerró la puerta de madera tras de mí, supe lo que venía.

El sonido seco del cerrojo girando fue más elocuente que cualquier amenaza.

Y no me equivoqué.

Esa noche, me reclamó como si yo fuera una deuda. Como si todo lo que había hecho, todo lo

que había dicho, lo hubiese marcado a fuego. Me arrancó la ropa sin paciencia, rasgándola, arrojándome

contra el colchón viejo como si fuera suya

—porque lo era—.

Su cuerpo cayó sobre el mío con violencia, pero no con desprecio.

Era deseo.

Crudo.

Salvaje.

Incontrolable.

Me abrió con sus dedos, con su lengua, con su mirada. Me exploró sin permiso. Con hambre.

Me inmovilizó las muñecas contra la madera de la cabecera, amarrándome con su cinturón.

Me separó las piernas y se hundió en mí sin suavidad, pero sin brutalidad gratuita.

No me rompió. Me desgarró lentamente.

Como si cada embestida fuera una lección, una advertencia, una marca.

—Nicolaok:No vas a escapar de mí

susurró en mi oído, y su voz fue como un veneno dulce.

Mi cuerpo respondió.

Sin mi permiso

pero sin resistencia.

Se estremeció.

Se arqueó.

Lo acogió.

Gemí. No grité. No lloré.

Esa fue la primera noche. 

La segunda, fue peor. 

Porque lo esperé.

Porque mi piel ya ardía antes de que él me tocara.

Me lanzó contra la pared de piedra, donde el frío contrastó con el calor de su aliento.

Me tomó de espaldas, apretándome los pechos con fuerza, besándome el cuello con

una desesperación casi animal.

Me giró, me levantó en brazos y me hizo suya contra el muro, entrando profundo, rudo, sin clemencia.

Y mi cuerpo… lo amó.

Me aferré a sus hombros, mis uñas se clavaron en su espalda, y gemí su

nombre en la penumbra. No porque quisiera. Porque no pude evitarlo.

La tercera noche, llevó mi cuerpo al límite. Usó cuerdas, lo

hizo en la mesa de madera, luego en el suelo.

Me abrió de piernas mientras me comía con la boca, sin piedad, sin prisa.

Su lengua me hizo rogar en silencio. Cuando al fin me

penetró, estaba tan húmeda que no hubo resistencia. Solo deseo. Solo placer sucio.

Y cada orgasmo era peor que el anterior.

Porque me ataban a él.

Porque me hacían olvidarlo todo.

La cuarta noche, me miró mientras lo hacía.

Sus ojos no se apartaron de los míos ni un segundo.

Me tomó en la cama, con las muñecas atadas

al cabecero y las piernas abiertas por sus rodillas.

Entraba y salía con una cadencia firme, calculada. Me susurraba cosas sucias al oído:

—Nicolaok: Tu cuerpo es mío… y ya lo sabe.

Y tenía razón. Porque mi cadera se movía por sí sola, buscando más.

Porque lo empujaba con mis talones, exigiendo más hondo, más fuerte.

Lo odiaba con cada parte de mi alma.

Pero mi cuerpo... lo deseaba como si fuera aire.

La quinta noche, usó aceite. Lo derramó sobre mi espalda desnuda y lo extendió con sus manos.

Me puso de rodillas, con el rostro contra el colchón, y me penetró desde atrás, con lentitud.

Con dominio.

Me azotó con una mano, no para herirme, sino para marcarme.

Me estremecí. Grité su nombre. Él lo sabía. Lo disfrutaba.

—Así me gusta

murmuró

— Que no mientas.

La sexta noche fue más lenta, pero más cruel.

Me hizo esperar. Me acarició por horas, sin darme lo que quería.

Me besó cada centímetro de la piel, me lamió los pezones, me

mantuvo al borde del orgasmo sin dejarme caer.

Me dijo que quería que supiera lo que era desearlo... hasta perder la razón.

Y lo logró.

Cuando finalmente me poseyó, lloré. No de dolor. No de tristeza.

Lloré de placer.

Y entonces llegó la séptima noche.

Esa noche... todo cambió.

 No dijo una palabra. No me miró con rabia. No me ató.

No me empujó.

Me acarició el rostro como si fuera algo frágil, algo valioso.

Me desnudó con lentitud, con reverencia.

Me tomó de la mano y me guió hasta la cama, donde su cuerpo se

fundió con el mío sin violencia.

Me besó con una dulzura que dolía más que cualquier golpe.

Sus dedos trazaron líneas invisibles sobre mi piel. Su lengua descendió por mi vientre con devoción.

Su aliento me encendió. Me preparó con cuidado.

Me penetró despacio, profundo, mientras me miraba a los ojos.

No me hizo el amor como castigo.

Me hizo el amor como si fuera la única cosa real que existía en su mundo podrido.

 Y yo… lo odié.

Porque... lo disfruté.

 Porque busqué sus labios.

Porque lo rodeé con mis piernas.

Porque mis caderas se movieron con las suyas,

buscándolo, reteniéndolo. Porque gemí su nombre.

Porque me perdí.

Cuando todo terminó, no pude mirarlo. Me giré de espaldas, cubriéndome con las sábanas.

Él no dijo nada. Solo me observó en silencio.

Cerré los ojos, maldiciéndome. No por haber entregado mi cuerpo.

Sino porque en esa última noche…

Empecé a perder también… mi voluntad.

1
Melody Arianny De león reyes
Hermoso
Lety
Me encanta como narras el comienzo
Claudina Reyes
HERMOSO
Luis Chairiel Reyes
hermoso
GENESIS YEPES
intrigante, emocionantes, fuerza, poder, amor retorcido, en definitiva es una historia encantadora.
Mirta Vega
hola autora empezando a leer tu historia ,primer capítulo interesante gracias por tu imaginación
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play