Nuestro Destino

En el despacho, el Duque Vitaly manifestó toda la hostilidad que había mantenido reprimida.

— Mi hija no es una moneda de cambio; es mi bien más valioso. Solo accedo a este absurdo matrimonio porque ella así lo ha decidido. No deseo que su abuela se acerque a mi hija, ni mucho menos los demás miembros de su familia. Soy plenamente consciente de lo que ocurrió con la anterior duquesa y con usted el día de su boda; no permitiré que mi hija sufra un destino similar. Mis soldados estarán en el ducado Carter para proteger a Madeleine; esas son mis condiciones. Comprenderá que no puedo dejar a mi hija sola en una jauría de lobos hambrientos que solo buscan poder. — Estefano fue claro: si el duque deseaba casarse con su hija, sería bajo sus términos.

— Señor, con todo respeto, el ducado Carter cuenta con buenos soldados. — El duque Carter no se opuso a las demandas, pero le incomodaba la idea de tener extraños vigilándolo constantemente.

— Soldados que no obedecen a su señor. No quiero que mi hija sufra lo mismo; yo sí cuido de los míos. — refutó Estefano con desagrado.

— Está emitiendo un juicio injusto. Habla como si yo hubiera deseado que eso ocurriera. En aquella época era muy joven y no tenía el control absoluto del ducado, por lo que no pude cuidar adecuadamente de la que era mi esposa en aquel tiempo. Sin embargo, ahora todo es diferente; desde que nacieron mis hijos, mi abuela fue expulsada del ducado y solo ha tenido la osadía de poner un pie en el ducado una sola vez, por lo cual la expulse. Aceptaré a los soldados para su tranquilidad, pero sepa que soy un hombre capaz de cuidar muy bien de mi familia. — expresó el duque Cárter con severidad, indignado profundamente ante el juicio equivocado del patriarca de la familia Vitaly, por eventos ocurridos años atrás.

— Eso espero. Si mi hija resulta perjudicada en este matrimonio, lo lamentará. — advirtió el patriarca de los Vitaly.

— La dote que le entregaré a su hija es...

— No es necesaria una dote. Usted sabe lo que Madeleine desea con este matrimonio; eso será su dote. Si llegaran a divorciarse, usted no tendrá ningún derecho sobre mi nieto. — informó el patriarca con firmeza.

— Eso es algo que solo nos concierne a su hija y a mí; al final de cuentas, el niño llevará mi sangre. — respondió el duque Carter con un atisbo de irritación.

— Y también la mía; no lo olvide. — protestó Estefano.

— Nunca me divorciaré de su hija. — afirmó el duque Carter.

La tensión entre ambos hombres era palpable, marcada por una intensa guerra de miradas y egos.

— No sería la primera joven viuda. — La mirada astuta del patriarca no intimidó al duque.

Madeleine, quien había estado tras la puerta durante toda la conversación, aprovechó la oportunidad para tocar y así interrumpir la interacción entre ambos hombres.

— Padre, los niños están cansados; es hora de que el duque se retire. — El duque Cárter sonrió ante la intervención de la joven.

El exduque Estefano mostraba un semblante nada agradable, mientras que el duque Cárter mantenía una media sonrisa.

— Duque, lo acompañaré a la salida; los niños ya están en el carruaje junto a su madre. — dijo Madeleine con suavidad.

El exduque Estefano frunció el ceño, pero no intervino más.

El duque y Madeleine caminaron en silencio por los amplios pasillos.

— Su padre me odia. — comentó el duque, rompiendo el silencio.

— No lo creo; simplemente le tomó por sorpresa el compromiso. — respondió Madeleine con serenidad.

— Amenazó con matarme. — comentó el duque, mostrando un atisbo de enojo.

— Retiro mis palabras; puede que lo odie un poco, pero pronto se le pasará. — dijo Madeleine, confiada en sus palabras.

Su padre estaba algo furioso por la naturaleza fría del compromiso, pero con el tiempo podría cambiar de parecer.

Madeleine se despidió del duque con una reverencia, observando cómo el carruaje se alejaba de la propiedad. Los días transcurrieron como hojas arrastradas por el viento antes de una fuerte tormenta.

Cada casa noble de prestigio relacionada directamente con los Vitaly recibió la invitación para la boda que se celebraría en el palacio, despertando curiosidad sobre quién sería el esposo de Madeleine Vitaly.

— ¿Creen que sea uno de los príncipes? — preguntó una joven con curiosidad.

— Probablemente así sea; la boda será en el palacio. Quizás dijo eso para despistarnos, ¿no lo cree, Lady Lee? — inquirió la joven, expectante por la respuesta.

— No habría tanto misterio si fuera con uno de los príncipes; tal vez su padre le haya arreglado un matrimonio con algún viejo socio. Recuerden que su hermana se casó con un hombre que le llevaba veinte años de diferencia. — comentó Antonieta Lucía.

— ¿Qué horror? — exclamó una joven, visiblemente exasperada.

— No creo que el exduque haga tal cosa; su primera hija se casó con el archiduque por elección propia. Si no hubiera sido así, el maná no habría regresado a nuestros cuerpos, lo que nos hace fuertes ante las enfermedades. Tal vez el prometido de lady Vitaly sea algún joven extranjero adinerado. — comentó otra joven, defendiendo a los Vitaly de los comentarios maliciosos de Antonieta lee.

— ¡Oh! Lady Lee, ¿como marcha su compromiso con el duque Cárter? —inquirió una dama con un tono de burla.

— Va bien —respondió Antonieta de manera cortante, apretando con fuerza la taza de té.

— ¿Es así? No hemos observado al duque cortejándola —replicó la misma dama con malicia, quien era amiga de la difunta duquesa Cárter y disfrutaba regodearse en la desgracia de Antonieta.

— Se encuentra muy ocupado, pero la boda se llevará a cabo pronto; eso se los aseguro. Les enviaré la invitación a cada una de ustedes —dijo Antonieta, esbozando una sonrisa amable que ocultaba su ira.

— Esperaré con ansias ese acontecimiento; lamentablemente, no recibiré invitación para la boda de Lady Vitaly, pero sí para el banquete que se celebrará en el palacio imperial. Me intriga saber si Lady Dorothea Chevalier también se casará en el palacio —comentó otra dama.

— Es muy probable, dado que pertenece a la familia real; su boda será tan glamorosa como la de su hermana, la archiduquesa.

Mientras las damas debatían sobre los últimos acontecimientos en la nobleza, Madeleine se preparaba para salir de compras con su madre.

— Tienes muy poco tiempo para confeccionar el vestido; sería mejor comprar uno —le dijo Vivían a su hija.

— Madre, lo primero que haré para elevar el prestigio del ducado Cárter será que todos hablen de él. Confeccionaré mi vestido con las mejores telas del ducado Cárter. ¿De qué crees que se hablará en los días venideros? De mi maravilloso vestido y de las telas utilizadas —respondió Madeleine, convencida de su decisión.

— Serás una excelente duquesa, pero sigo pensando que no cuentas con el tiempo suficiente para tal confección —se quejó Vivían, preocupada por las numerosas aspiraciones de su hija en un tiempo tan limitado.

— Tengo un vestido a medio hacer; ese será el modelo para confeccionar el mío. Verás que no tendré problemas —respondió Madeleine, decidida en su propósito.

Madre e hija se dirigieron al pueblo del ducado en busca de sus preciadas telas.