La Problemática Llegada Del Amor

La incomodidad que sentía crecía con cada palabra que intercambiábamos. Después de todo, ahí estábamos, debatiendo no solo sobre el bebé, sino sobre nosotros mismos, como si eso fuera a arreglar algo.

— Está bien. — Acepté por fin.— Si eso te ayudará a asumir la responsabilidad que te toca, hagámoslo.

Dewin suspiró, aliviado pero con una expresión amarga, como si, en el fondo, esta confirmación no le trajera ninguna paz. Yo, por otro lado, no podía dejar de mirarlo, sintiendo cómo mi desdén por él crecía con cada segundo.

— Escucha, sé que para ti no soy más que una desconocida que trata de engancharte con un bebé que no te pertenece, pero te equivocas. No estoy aquí por capricho, tengo principios. — Mi voz tembló ligeramente, pero seguí adelante. — Espero que esa prueba logre quitar de tu cabeza esa absurda idea de que soy una oportunista.

Él cerró los ojos por un momento, suspirando profundamente, como si quisiera sacudirse las palabras. Cuando los abrió de nuevo, su mirada era neutral.

— Tú dices que te juzgo superficialmente sin conocerte, pero recuerda que tú tampoco me conoces a mí. — Artículo entre dientes pero, sin la usual agresividad en sus palabras. Revolvió el café en su taza, como si lo que decía no fuera importante.

— Ese es el problema, Dewin. — Contesté con frustración. — Ninguno de los dos se conoce realmente, pero lo peor es que no te importa conocerme, y tampoco parece que quieras dejar que yo te conozca.

Su lengua recorrió sus labios, mientras su mirada vagaba por la habitación antes de volver a posarse en mí.

— Es suficiente saber que no te intereso, y no te culpo por eso. — Dijo, esta vez con más seriedad. — Pero te diré algo: no importa qué clase social tenga, nadie que sea humano querría traer un hijo al mundo sabiendo que ni todo el dinero del mundo puede comprar el amor de sus padres.

— ¿Estás diciendo que yo no he sido honesta contigo?

Ignoró mi pregunta, continuando con su discurso:

— No confío en una mujer que aparece en mi vida de la nada. Júzgame si quieres. Soy un patán, un imbécil que solo piensa en el dinero, dilo, no me importa. Pero al final, lo único que importa es lo que ves con tus ojos.

Sentí una punzada en el pecho.

— Los dos hemos caído en ese error.— Dije, la voz baja. — Tú me juzgas como yo te juzgo a ti, y eso ha sido nuestro mayor problema desde el principio. Sin embargo, Dewin, es tu culpa todo esto. Estoy juzgando lo que veo porque tú no te me quieres abrir, y por supuesto, si seremos padres de un mismo bebé, al menos debemos conocernos.

— Está bien que me juzgues. Estoy de acuerdo. Yo también te juzgo por lo que veo después de todo, porque veo a una mujer que no amo, que no habría elegido para formar una familia. Eso a tí no te debería importar en absoluto como tampoco me importa que pienses tantas estupideces diarias de mí por la vida que llevo.

La sala quedó en silencio. Un silencio pesado, incómodo, que ninguno de los dos hizo el intento de romper. Eventualmente, él volvió su atención a sus papeles, mientras yo no podía apartar los ojos de él, sintiéndome completamente vulnerable.

— No tenías que decir eso. — Murmuré, con una risa amarga escapando de mis labios. — Y que sepas que, a pesar de mis humildes raíces, yo tampoco te habría elegido para formar una familia.

— Es bueno saberlo. — Respondió con sarcasmo.

— Si te veo como un patán egocéntrico, es porque te escondes detrás de esa imagen desde que llegué aquí. No te juzgo por lo que eres, sino por lo que demuestras; y eso no está bien, tampoco quiero que siga siendo así, pero veo que estamos apuntando en dirección contraria.

Sentí que mis ojos empezaban a llenarse de lágrimas. Por más que intenté contenerlas, pronto cayeron, empapando mis mejillas. Tarde o temprano esta conversación saldría a flote porque el problema mayor no era el bebé después de todo: nosotros éramos el punto de infección.

— No seas dramática, Ein, por favor.

No supe en qué momento entró César en la habitación, pero ahí estaba, observándonos con una mezcla de pena y desaprobación.

— ¿Qué, ahora dirás que es mi culpa? ¿Que debería darle la razón en todo? — Bramó Dewin, golpeando la mesa mientras se levantaba bruscamente.

César, siempre sereno, contestó calmadamente. — La señorita no es fácil, pero ambos deberían hacer un esfuerzo. Es por el bien de ambos, mi señor.

— ¡Oh, claro! ¿Y dices que no estoy haciendo un esfuerzo? Si soy el único que mantiene la cordura en medio de este desastre.

Cada palabra que intercambiaban solo hacía que más lágrimas cayeran de mis ojos. Sentía que mi pecho se cerraba y un nudo se formaba en mi garganta.

— Ninguno de los dos está actuando como adultos en esta situación. — Añadió César, mirando a Dewin con firmeza.

— No necesito que cuestiones que es lo suficientemente maduro para mis asuntos. Ninguno estamos preparados para ser padres, entérate, ella sigue sin procesar sus mierdas mientras doy por hecho mil otras más, y puedo vivir con eso.

— ¿Y el bebé podrá?