Ella una divorciada de 40 años...
Él un rock star de 26... una pareja que no debía formarse, pero aun así... ambos luchan por su amor y la crítica publica.
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capítulo 6
Rous había acordado con Liam que él iría a su casa esa noche. Él planeaba cocinar para ella, ya que en el hotel donde se alojaba con la banda sería casi imposible tener un momento íntimo. Rous aceptó con una mezcla de nervios y curiosidad. Al fin y al cabo, ¿cuántas veces en la vida una mujer recibía a una estrella de rock en su cocina?
Cuando él llegó, traía bolsas en ambas manos y una botella de vino bajo el brazo. Vestía jeans ajustados y una camiseta beige que hacía justicia a cada músculo de su cuerpo. Rous abrió la puerta, vestida con unos jeans ajustados y una blusa de seda suelta, casual pero coqueta, como si quisiera convencer al universo —y a sí misma— de que aquello era solo una cena.
— Hola, chef invitado —saludó ella con una sonrisa nerviosa.
— Hola, anfitriona perfecta —respondió él, entrando con naturalidad como si ya hubiera estado allí antes.
Mientras ella lo guiaba a la cocina, Liam observaba todo con interés. Se detuvo frente a una repisa llena de especias.
— Déjame adivinar... este es tu lugar sagrado, ¿no?
— Totalmente. Aquí mando yo —respondió ella riendo, aliviada de que la tensión no fuera insoportable.
Pronto la cocina se llenó de aromas, risas y anécdotas. Rous se sorprendía de lo natural que era todo con él. Liam cocinaba con facilidad, probando y combinando sabores con una seguridad encantadora.
— Me sorprende que sepas cocinar tan bien —comentó ella mientras lo observaba remover una salsa.
— Cuando pasas meses de gira comiendo comida de gasolinera, aprendes a defenderte —respondió con una sonrisa torcida.
En un momento, entre charla y copas de vino, Rous quiso llenar la suya y con el movimiento torpe típico de los nervios, volcó un poco de vino tinto sobre la camiseta de Liam.
— ¡Ay, no! ¡Lo siento muchísimo! —exclamó ella horrorizada, buscando servilletas como loca.
Liam se miró la mancha y encogió los hombros.
— Se iba a manchar de salsa igualmente.
— No, en serio. Déjame intentar sacarla antes de que se fije. Puedo hacerlo.
— Rous, está bien...
— Por favor... me sentiría mejor.
Él suspiró con una sonrisa resignada y, sin decir más, se quitó la camiseta frente a ella. Rous intentó mantenerse enfocada en la mancha... pero su mirada fue directa a su abdomen marcado, los tatuajes que cruzaban su pecho y el tono dorado de su piel. Era un espectáculo difícil de ignorar.
— ¿Siempre miras así a tus comensales? —preguntó Liam con tono provocador.
— Yo... no estaba... —balbuceó ella, claramente atrapada.
— Si me miras de esa forma, no podré contenerme...
Ella se armó de valor, tomó la camiseta con decisión y giró para ir al lavadero. Pero antes de dar un paso, él la tomó de la cintura y la giró suavemente hacia él. Sin pedir permiso, sus labios buscaron los de ella con urgencia. No fue como el primer beso, lleno de duda y curiosidad. Este fue intenso, cargado de deseo acumulado, de la tensión que había crecido entre ambos desde el primer día.
Las manos de Liam acariciaban su cintura, atrayéndola hacia él, y Rous, sin saber en qué momento había cerrado los ojos, se dejó llevar por ese torbellino de emociones.
Cuando por fin se separaron, ambos respiraban agitados. Rous apoyó su frente en el pecho desnudo de él, sintiendo el calor de su piel.
— Vas a seguir huyendo —susurró él con voz ronca.
— Nadie huye... —contestó ella, aunque su cuerpo temblaba ligeramente por la intensidad de lo que acababa de pasar.
Liam sonrió, satisfecho con su respuesta. Rous se separó suavemente de su agarre.
— Ahora vuelvo. Voy a intentar limpiar esto... intenta no quemar mi casa.
— Prometo solo incendiar la cocina con sabor —bromeó él.
Rous desapareció por el pasillo, sonrojada hasta las orejas. Se reprendía mentalmente. "¡Concéntrate! ¡No te conviertas en cliché!"
Pero cuando regresó, Liam tenía la mesa servida, las velas encendidas, el vino servido y una sonrisa cómplice en los labios.
— Damas primero —dijo señalando la silla.
— Gracias, caballero.
Trataron de comer, lo intentaron con todas sus fuerzas, pero la tensión era tan espesa que podía cortarse con un cuchillo. Las miradas entre bocados se alargaban, las sonrisas eran demasiado cargadas, y cada vez que sus dedos se rozaban accidentalmente, era como un chispazo.
— ¿Sabes qué? —dijo ella dejando el tenedor en su plato— No puedo concentrarme en la comida.
— Yo tampoco —confesó él.
Entonces, sin necesidad de palabras, ambos se levantaron casi al mismo tiempo. Rous lo tomó de la mano y lo guió hasta su habitación, sus pasos apurados, ansiosos, como si el tiempo se hubiera detenido.
Una vez allí, las inhibiciones se desvanecieron. Las prendas fueron cayendo una a una mientras sus cuerpos se encontraban en medio de susurros, caricias y besos profundos. Fue intenso, salvaje por momentos, dulce en otros. No había duda de que ambos deseaban ese momento. El deseo reprimido estalló en una noche donde no hubo espacio para los miedos ni para la edad.
Cuando todo acabó, y los dos quedaron recostados, entrelazados y envueltos en las sábanas, el silencio fue cómodo. Liam acariciaba lentamente el brazo de Rous, y ella, con la cabeza apoyada en su pecho, sentía por primera vez en años que algo había despertado dentro de ella.