Las Sombras Del Rey

El silencio que siguió fue tan pesado que casi podía sentirlo aplastándome. Clover me miraba con los ojos muy abiertos, sorprendida, pero algo más oscuro se estaba gestando en su expresión. Sabía que había desatado algo más grande de lo que esperaba.

Y entonces, estalló.

—¡Idiota! ¡Descerebrado! —me gritó, avanzando hacia mí con furia en los ojos—. ¿Me has hecho creer todo este tiempo que te habías enamorado de Rowen? ¿De verdad? ¿Tú sufriendo porque no sabías qué hacer conmigo? —Su voz se quebró ligeramente, pero la rabia seguía ardiendo en sus palabras—. ¿Y yo qué, eh? Yo, sabiendo que te besaba porque me gustabas, y tú devolviéndome el beso como si estuvieras besando a Rowen. ¡Idiota!

Mi mente se detuvo. No entendía de qué estaba hablando. ¿Cuándo pasó eso? ¿Qué beso?

—¿De qué estás hablando? —le respondí, sin poder procesar lo que decía—. ¿Qué beso?

Su furia aumentó al ver mi confusión. Sus ojos ardían, y no me dejaba espacio para explicarme.

—¡Nunca lo entendiste, verdad! —me gritó, dando un paso más hacia mí—. Cuando ensayábamos para la misión, cuando te decía esas cosas. ¡Te decía lo que realmente sentía! ¡Pero claro, tú solo pensabas que era parte de un maldito juego, solo "ensayando"!

La miré, confuso y también furioso, porque todo esto me estaba volviendo loco. ¡No podía ser tan obvio como ella lo decía! No lo había visto venir, no lo había sentido de la misma manera. Y entonces, sin pensar, le solté:

—¡Tú te burlabas de mí! —dije, levantando la voz—. ¡Cada vez me decias "amor" y me mirabas como si fuera parte de una maldita actuación!

Clover se detuvo, su furia aún intacta, pero su expresión cambió por un segundo, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.

—¡Nunca me he burlado de ti! —me espetó, dando otro paso adelante, desafiándome—. Cuando te decía que te amaba, no usaba el nombre falso, Ezran. Pero era más que obvio que no te gustaba, ¿verdad? Porque cada vez que me decías algo dulce, siempre lo hacías con ese tono burlesco, como si fuera una broma. ¿Y quién se burlaba de quién entonces?

Su verdad me golpeó como un puñetazo. Me quedé sin palabras por un segundo, pero la rabia aún bullía en mis venas. La cercanía entre nosotros se sentía explosiva, cargada de emociones mal manejadas, y antes de poder controlarme, le grité:

—¡Entonces por qué carajos decidiste acompañarme en esta misión! —Mi voz salió más fuerte de lo que pretendía, acercándome a ella con la furia todavía en mis ojos—. ¿Por qué no dejaste que otra persona viniera si tanto te molestaba? ¡Dime, Clover!

Ella se acercó más, sin dar un paso atrás, enfrentándome con la misma intensidad. Su mirada ardía de desafío y algo más, algo que me dolía.

—¡Porque no quería que alguna otra mujer estuviera cerca de ti! —soltó, con la voz firme y herida, casi temblando de rabia—. ¡Porque no podía soportar la idea de ver a otra mujer a tu lado, aunque fuera una mentira, aunque fuera solo una maldita misión!

Nos quedamos cara a cara, respirando fuerte, con la furia compartida entre los dos. Nos mirábamos a los ojos, ambos llenos de furia, la distancia entre nosotros cargada de todo lo que no habíamos dicho en tanto tiempo. Pero entonces algo cambió. En medio de esa rabia, de repente lo vi claro.

Ese beso. El que pensé que le había devuelto a Rowen... ese fue el momento. El momento en que Clover me estaba mostrando algo más. Ella había sentido algo por mí desde entonces. Y ahora, todo lo que me había dicho cobraba sentido. Si ella decía que nunca se había burlado de mí, que todo lo que me decía era verdadero, entonces... era lo mismo que yo hacía. Le había estado diciendo lo que sentía de verdad, usando la fachada de un papel, de una misión, para esconder lo que en realidad era un anhelo. Una forma de soñar que ella me aceptaba, que me quería.

La furia empezó a desvanecerse, reemplazada por una sensación de claridad, aunque con un toque de dolor. Mi respiración se aceleró, igual que la de Clover. Ella también estaba analizando lo que acababa de decir, sus labios apretados, pero sus ojos ya no llenos de rabia sino de algo más. Estaba tan cerca de mí, su mirada fija en la mía, y pude ver que también estaba procesando lo que significaba todo esto.

Yo iba a decir algo, pero entonces ella me miró más intensamente, su respiración entrecortada, como si estuviera a punto de explotar otra vez, pero de una manera completamente diferente.

—No entiendo por qué amo tanto a este idiota gruñón —murmuró, su voz temblando, no de rabia, sino de algo mucho más profundo.

Eso fue todo lo que necesitaba oír.

Antes de pensarlo dos veces, tiré de ella con fuerza, atrayéndola hacia mí. No había dudas, no había miedo, no había nada más que nosotros dos en ese momento. Y justo antes de que mis labios tocaran los suyos, le susurré:

—Yo sí sé por qué te amo tanto, pequeña loca.

Ella abrió los ojos sorprendida, pero antes de que pudiera decir algo, la besé. No fue un beso suave ni romántico. No, fue una batalla, una lucha silenciosa entre los dos, para demostrar quién tenía razón, para liberar toda la tensión acumulada en ese momento. El choque de emociones que habíamos estado ignorando por tanto tiempo salió a la luz en ese beso, y ambos lo sentimos.

Cuando finalmente nos separamos, aún abrazados, sin dejar de sostenernos, Clover rió un poco, una risa suave y la sonrisa que vino después fue la que me desarmó. Esa sonrisa que había descubierto que era genuina, la que hacía que se le formaran esos pequeños hoyuelos en las mejillas.

Los siguientes besos fueron igual de intensos, pero ya no había batalla. Era lo que ambos necesitábamos, lo que habíamos estado evitando. Un silencio tranquilo nos envolvió cuando finalmente nos detuvimos, y de la mano, regresamos a la carreta. Algo había cambiado entre nosotros, y ya no había vuelta atrás.

Una vez en la carreta, Clover se sentó cerca de mí, apoyándose en mi hombro, acurrucada a mi lado mientras avanzábamos por el camino. El aire frío de la noche se mezclaba con el calor que sentía al tenerla tan cerca. Me sentía en paz, pero al mismo tiempo, algo seguía revolviéndose en mi interior.

Sin darme cuenta, empecé a pedirle perdón.

—Perdón por no haber podido protegerte antes —murmuré, mi voz apenas audible. Ella levantó la cabeza, mirándome con una ligera confusión en sus ojos.

—¿Por qué dices eso? —preguntó, sin entender.

Suspiré, intentando explicarme. Le conté lo que había sentido cuando arrojó el artefacto escudo para salvarme, cuando usó la daga que le regalé para protegerme. Le dije que me sentí impotente, como si hubiera fallado en mi deber de cuidarla.

Clover escuchaba en silencio, pero en su mirada no había reproche, solo curiosidad. Cuando terminé, me miró y simplemente preguntó:

—¿Por qué quieres protegerme tanto?

No tuve que pensarlo. Lo sabía desde el fondo de mi ser.

—Porque te amo —respondí, sin titubear—. Y no quiero que nada malo te pase.

Ella sonrió, una sonrisa tranquila, y me dio un beso en la mejilla, con esa suavidad que me hacía sentir en casa.

—¿Y tú crees que en ese momento me importaba si me exponía? —dijo, con una pequeña risa—. Lo único que me importaba era que estuvieras bien. No quiero que nada te lastime tampoco, Ezran. Y también confiaba en que, si algo pasaba, tú estarías ahí para mí.

Su confianza en mí me desarmó por completo. Nos miramos en silencio por un momento, mientras la carreta avanzaba por el camino. El miedo que siempre había tenido de no poder protegerla se desvanecía lentamente con sus palabras. Sabía que tenía razón. Y lo más importante, sabía que, en medio de todo lo que habíamos vivido, ella siempre confiaba en mí, tanto como yo confiaba en ella.

◈ Mes cuarto, Año 6 del Rey Marcel Darios |Halvanor ◈ (Ezran, 26 años)

Nos acercábamos a casa, y mi mente estaba en completo caos. Habíamos pasado por tantas cosas en esos días, y ahora que todo parecía calmarse, no podía dejar de preguntarme qué pasaría con nosotros. La misión había terminado, y lo primero que haría sería entregar los resultados, pero... ¿y después qué? ¿Qué pasaba con Clover y yo? ¿Qué relación teníamos? Era como si de repente todo lo que habíamos construido quedara en el aire, esperando que algo lo definiera. ¿Qué quería ella? ¿Qué quería yo?

Mientras sacábamos las cosas de la carreta, Clover parecía percibir mi confusión. Me conocía demasiado bien, más de lo que a veces estaba dispuesto a admitir. Mientras yo seguía perdido en mis pensamientos, ella rompió el silencio de una manera directa, como siempre lo hacía.

—¿Sabes lo que más me gustaba de ti cuando nos conocimos? —dijo, mientras llevaba una caja hacia la puerta de la casa.

La miré, curioso, esperando su respuesta.

—Lo directo y honesto que eras. —Sonrió suavemente.

Tenía razón. Al principio, siempre fui así con ella. Decía lo que pensaba sin rodeos, sin preocuparme demasiado. ¿Qué había cambiado? Me había vuelto cauteloso, tímido incluso, cuando Clover siempre había sido alguien que me conocía mejor que yo mismo a veces. Me di cuenta de que no había razón para ser diferente ahora. Ella me había dicho que me amaba, entonces ¿por qué debía seguir ocultando mis pensamientos, o tener miedo de decir lo que sentía?

Una vez dentro de la casa, estábamos en la cocina, desempacando en silencio. Las palabras me pesaban en la lengua, pero al final, decidí ser el hombre que solía ser: directo, honesto.

—Te quiero cerca —dije de golpe, rompiendo el silencio. La miré de reojo y vi cómo su expresión cambiaba ligeramente, como si no estuviera segura de lo que iba a decir a continuación—. Te quiero cerca como amiga.

Vi cómo su expresión cambió por completo, sus ojos oscureciéndose un poco, y su sonrisa desapareciendo. Pero no terminé ahí.

—Como compañera, como aprendiz —continué—. En algún momento incluso pensé que te veía como una hermana —dije, negando con la cabeza inmediatamente—. Pero eso sería raro, ¿verdad?

Clover frunció el ceño, sin decir nada, pero yo seguí adelante.

—Te quiero más. Te quiero como pareja, como mi amante, como mi esposa, como todo lo que puedas ser para mí. Eso es lo que pasa por mi cabeza. —Mi corazón latía rápido mientras hablaba, diciendo cada palabra con más sinceridad de la que había tenido en mucho tiempo—. Solo que no sé... no sé qué es lo que quieres ser tú.

No había terminado de decir la frase cuando ella dio un paso adelante sin dudarlo, mirándome directamente a los ojos. Su respuesta fue inmediata, sin titubeos.

—Tuya —dijo con firmeza—. Quiero ser tuya, Ezran. Y quiero que tú seas solo mío.

Sus palabras golpearon como un trueno, llenando todo el espacio entre nosotros con una intensidad que no podía ignorar. Lo que ella quería era exactamente lo que yo también quería.

Nos quedamos ahí, en la cocina, mirándonos por unos segundos que parecieron eternos, hasta que finalmente, todo lo que había estado frenando en mí se derrumbó. Me acerqué a ella, envolviendo sus manos con las mías.

—Entonces soy tuyo —le dije en un susurro, antes de inclinarme para besarla.