Ginevra es rechazada por su padre tras la muerte de su madre al darla a luz. Un año después, el hombre vuelve a casarse y tiene otra niña, la cual es la luz de sus ojos, mientras que Ginevra queda olvidada en las sombras, despreciada escuchando “las mujeres no sirven para la mafia”.
Al crecer, la joven pone los ojos donde no debe: en el mejor amigo de su padre, un hombre frío, calculador y ambicioso, que solo juega con ella y le quita lo más preciado que posee una mujer, para luego humillarla, comprometiéndose con su media hermana, esa misma noche, el padre nombra a su hija pequeña la heredera del imperio criminal familiar.
Destrozada y traicionada, ella decide irse por dos años para sanar y demostrarles a todos que no se necesita ser hombre para liderar una mafia. Pero en su camino conocerá a cuatro hombres dispuestos a hacer arder el mundo solo por ella, aunque ella ya no quiere amor, solo venganza, pasión y poder.
¿Está lista la mafia para arrodillarse ante una mujer?
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Dos de cuatro.
Ginevra sonríe con suficiencia al bajar del avión. Ya había investigado a ese hombre y no tenía vacantes.
«Pobre del que dejará sin trabajo», sonríe, arrastrando su maleta, el frío de la ciudad se siente en su rostro, se dirige hasta un auto que la espera y la lleva a su nuevo hogar: un apartamento en el centro de Moscú.
Al subir y cerrar la puerta, saluda al hombre que reconoce como uno de los guardias de Rogelio.
—Franco, gracias por traerme —él sonríe a través del espejo retrovisor y le da un asentimiento de cabeza.
—Estaré cerca, como siempre. Si le pasa algo, Rogelio me mata —la joven de cabello negro y ojos grises se ríe; conoce a ese hombre testarudo y cómo es con ella.
Estaciona en la entrada y ella sube de inmediato. Él, después de ayudar con la maleta, se retira.
Cuando la puerta se cierra, lanza los zapatos a un lado y se tira en el sofá para descansar un momento los pies.
«Cómo extraño los masajes de papá», piensa, recordando cómo él hacía que el cansancio desapareciera.
Se levanta, sacando la ropa de su cuerpo; queda en una lencería negra divina que la hace ver como una obra de arte.
A ella le encanta estar así. Se mira al espejo y sonríe cada vez que observa lo hermosa que es.
Camina a la cocina y se sirve un trago de whisky. Lleva sus pasos hasta su habitación y toma el mando a un lado de su peinadora.
Prueba para ver si pusieron lo que pidió y, al apuntar a la pared, una gran pantalla aparece. Conecta su teléfono y la información de los dueños de Rusia aparece frente a ella.
Son los Vori v zakone, dueños de Rusia. Repasa la información con una sonrisa.
Cuatro líderes. Observa al mayor, Vladimir Sokolov, y sonríe, repitiendo para sí misma, sentada frente a la pantalla con su trago en mano.
Su teléfono suena y sonríe al ver el nombre de Rogelio en la pantalla.
—Mi niña, ¿ya te instalaste? ¿Estás cómoda? El imbécil de Franco me dijo que te dejó en un departamento —ella sonríe y toma un sorbo del whisky.
—Sí, estoy aquí acostada, repasando mis objetivos. Adivina qué: entré a la empresa de Aleksei —el hombre al otro lado de la línea se sorprende. Sabe que su hija es perspicaz, pero jamás imaginó que fuese tan rápido.
—Wow. Hay que ver cómo los hombres piensan con la polla —expresa, y Ginevra suelta una carcajada que sacude el silencio de sus aposentos.
—Sí. Me dijo que tenía una vacante para mí, cuando yo sé perfectamente que es mentira. Pero bueno, mañana iré a su empresa. No creo que haga falta conocer a los demás —Rogelio escucha atentamente lo que ella dice.
—Perfecto, hija. Tienes cuatro para escoger, tienes que tenerlo en tu mano. Juega con él, haz que tú te vuelvas su obsesión —las palabras de su padre, porque así ella lo ve, esa voz rasposa que siempre le suena a astucia y control, hacen que la piel se le erice. Le encanta saber que él la ve como alguien capaz y tan hábil como para domar a cualquiera de esas bestias.
—No te preocupes, papá —Ginevra gira el whisky en el vaso, sin apartar la vista de la pantalla gigante—. Ya los estudié a todos.
—Cuéntame, pequeña.
—Vladimir Sokolov, mejor conocido como el León ruso. Tiene treinta y cuatro años. Controla el dinero, la política; lava todo lo que tocan los demás.
—¿El más peligroso?
—El más difícil de manipular. Desconfiado, protector con los otros y arrogante.
—¿Y los demás? —un silencio momentáneo se apodera de la llamada.
—Mikhail Volkov, el Oso de Siberia. 32 años. Diamantes, minerales, fuerza bruta. Si quieres ruido, él es el hombre.
—Ajá... Suena a demente en potencia —Ginevra se ríe bajito.
—Tranquilo, papá. Luego está Aleksei Orlov, el Lobo del Sur. Controla drogas y chantajes. Si se mueve algo en las fronteras, es por él.
—Y el último...
—Dmitri Belov, el Zorro. El más joven. Hackeos, autos, fraudes digitales. Parece inofensivo, pero no lo es. Es descontrolado y un donjuán empedernido.
El silencio llega de nuevo. Rogelio respira hondo.
—Ten cuidado con el picaflor. No te dejes envolver. ¿Estás segura de que puedes con ellos?
Ginevra sonríe, fría y cínica.
—Yo no cazo presas fáciles. Tú me enseñaste a cazar grandes bestias.
Rogelio ensancha una sonrisa que, aunque ella no puede verla, sabe que está sonriendo orgulloso de que esa pequeña lastimada sea ahora una fiera dispuesta a recuperar todo lo que le quitaron.
Después de la llamada, simplemente se dedica a acomodar todas sus cosas. Este será su nuevo refugio y necesita decorarlo de acuerdo a la personalidad que va a mostrar.
Elige cuidadosamente los trajes que usará toda la semana. Aunque Aleksei no está nada mal y se ve posesivo, puede que si no funciona, apunte un poco más alto.
La mañana siguiente llega y se observa en el espejo una última vez antes de salir.
El blazer negro abraza su cintura como una mano invisible, marcando cada curva con precisión milimétrica. La blusa de seda blanca cae suave sobre su piel, con un escote en “V” apenas perceptible, suficiente para insinuar y volver loco a cualquiera. La falda tubo negra dibuja sus caderas y cae solo un poco por encima de la rodilla, elegante y peligrosa, cual cuchillo escondido bajo la mesa.
Se desliza los stilettos negros con naturalidad, parecen ser parte de ella desde siempre. Cada centímetro de tacón es un recordatorio silencioso de que está por encima de todos, incluso antes de abrir la boca.
Se coloca el abrigo largo de lana, un gris oscuro que absorbe la luz del pasillo. Al tomar el bolso estructurado, un perfume amaderado y especiado llena el aire: sándalo, pimienta negra y algo más salvaje, como un secreto escondido en la nieve.
Después de un viaje en auto, cruza el umbral de la oficina principal en Moscú. El silencio es inmediato. Las miradas se alzan, algunas curiosas, otras incómodas.
Ella avanza sin mirar a nadie, sus tacones repiquetean como disparos en la sala pulida.
En su mente, un pensamiento frío y certero:
Hoy empiezo a pisar el tablero. Uno por uno, los voy a desarmar.
Mientras se quita el abrigo con un movimiento lento y estudiado, sabe que acaba de tomar el control de la habitación sin pronunciar ni una palabra.
Es perfecta. Inquebrantable. Y absolutamente letal.
Dirige sus pasos hasta el escritorio de la secretaria y, con una voz suave pero medida y calculada, pregunta:
—Buenos días. El señor Aleksei Orlov me dijo que viniera el día de hoy para una entrevista de trabajo —la mujer, rubia de ojos azul intenso, con uniforme que va de falda corta y una camisa roja abierta dejando al aire de manera muy obvia sus pechos operados, le da la recorrida con la mirada y revisa su tablet.
—Creo que va a tener que esperar a que llegue el señor Orlov. No tengo ninguna referencia de lo que dice —su tono es algo brusco y hasta despectivo, pero ella solo le dedica una sonrisa acompañada de una mirada que cala en sus huesos y hace que la rubia mire a otro lado, se gira con la elegancia que la caracteriza. En ese momento, una puerta se abre y entra un hombre que la deja helada. No es ningún enamoramiento fortuito, más bien es su presencia y su porte la que la estremecen.
“Mikhail Volkov”, repite en su cabeza. Trae una camisa blanca, ligeramente abierta que deja apreciar el tatuaje de un oso en su pecho, no lleva corbata, las mangas están recogidas hasta los ante brazos, dónde hay más tatuajes impresionantes. Su cabello oscuro es corto ligeramente despeinado, y no pasa por alto cómo la está mirando. Ahora mismo, si pudiera comérsela, lo haría.
Se queda mirando su altura, tal vez un metro noventa y algo más. Sus hombros son anchos y su espalda, monumental. Ella muerde sus labios al perderse en esos brazos fuertes.
Su cuerpo parece trabajado, pero no es el típico cuerpo de gimnasio, sino más bien de esos que se ganan con el esfuerzo de la vida.
Sus manos son grandes y se le marcan las venas. Por un momento, imagina esas manos levantándola sobre su cuerpo.
“Demonios, Ginevra, concéntrate. ¿Qué mierdas te pasa?”, se regaña. Y aunque está impactada, no lo demuestra ni por un segundo.
Lleva una barba corta. No es grotesca ni asquerosa, más bien es ruda y sexy. Sus ojos son dos cristales ámbar, que quieren enterrarse en los de ella, y su piel, un delicado color bronceado, la está haciendo reprimir el deseo de morderse los labios. Nota una cicatriz en su cuello. No es horrenda, más bien es sensual y le da más atractivo.
—Buenos días. ¿Qué ocurre aquí? ¿Quién es la señorita...? —pregunta con una voz gruesa y ronca. Parece el rugido de un animal. O al menos, en su mente, ya lo siente así.
—Buenos días. Soy Ginevra De Santis. Vine por un puesto de asesora financiera. El señor Aleksei me citó, pero como no está, me temo que tendré que irme. Tengo otra entrevista —da unos pasos, alejándose de ellos, pero esa voz la detiene.
—Un momento. No te preocupes, él no tarda en llegar. De todos modos, yo también estoy necesitando personal... —la rubia murmura una maldición que apenas y ella percibe. Por dentro sonríe. Pero es que ese hombre es una delicia.
Contrólate, Ginevra.
Mikhail Volkov.
Muchas bendiciones y sobre todo sanación a la nena.
Gracias por este capítulo a pesar de la situación actual de salud.
Abrazos
La familia es la prioridad.
Eso sí está novela es para mentes abiertas por algo la escritora lo resalta en el inicio, si no le gusta lo que está leyendo puede pasar de largo no es necesario que escriba algo que ya está albertido.
De resto como me gustan estos 4 Adonis